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Siempre quise una máquina del tiempo

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Siempre quise una máquina del tiempo
Por: Iván Gutiérrez M.

(Texto leído durante las III Jornadas de Literatura Boliviana, dentro la XXI Feria Internacional del Libro de La Paz, 2016)

La literatura, la música, el cine, el arte siempre están revelándonos algún tipo de camino y todo camino indefectiblemente está destinado a una llegada final y a la vez fragmentariamente se compone por paradas momentáneas que son inseparables al recorrido de todo el viaje. A veces nos detenemos por lapsos de tiempo amplios y otras simplemente somos fugaces, apenas miramos unos centímetros más allá de nuestros ojos, otras veces ni siquiera nos detenemos para estirar las piernas. Siempre quise una máquina del tiempo para usarla solamente para los momentos previos en los que acumularía una nueva herida. Nunca tuve una caída trágica de niño; pero si conocí a alguien que casi pierde la pierna en un partido de fútbol. Hubiese deseado evitarlo.

Cuántas veces hemos visto en retrospectiva esos accidentes que el azar o la continuidad del tiempo diseñan. Cuántas veces hemos querido retornar a esos momentos para cambiarlos. Aunque podríamos mentirnos poéticamente y decirnos; que sí volveríamos atrás en el tiempo, haríamos lo mismo. Sabemos que en lo más profundo de la sinceridad lo cambiaríamos todo. Buscaríamos de alguna forma reparar el alma herida que el otoño del tejido de ayer se ha encargado en conservarlas1.

Una máquina del tiempo siempre está ligada a la magia y la magia siempre está ligada a la inocencia, o mejor dicho a la capacidad de admiración por el más imposible: vuelto posible. He buscado casi trescientos sesenta y cinco días y universos el fondo del sombrero donde mi mamá perdió a mi conejo. Se llamaba Jazz. Tenía ojos azules, creíamos que era coneja pero el tiempo nos demostró lo contrario, restando la oreja izquierda caída, era perfecto (un perfecto conejo de oreja caída; la izquierda), simplemente desapareció. Aunque entregué mucho esfuerzo en buscar en demasiados sombreros de magos2 nunca he podido encontrarlo. Pero debo admitir que a pesar de todo, si estoy en un escenario y veo un acto tan clásico como el del conejo del sombrero, por unos segundos mi esperanza que cada vez me parece más derrotada, resurge con la potencia de un gancho de boxeo que sella un campeonato. Obviamente no lo he encontrado; pero por unas milésimas de tiempo pienso que podría haber sido el Jazz perdido y en esa fracción me encuentro de nuevo con el conejo de ojos azules.

La magia tiene la capacidad de hacer que los tramos de todo el recorrido final nos permita tener en vez de un final devastador y único, la posibilidad de otros finales, de heridas que al final de cuentas en el proceso del desarrollo de otros tramos van siendo reemplazadas tal vez por otras peores y así sucesivamente. Por ejemplo: siempre me ha fascinado la idea de poder saber, si en esos adioses ácidos y mortales que conservamos en las valijas del recuerdo. Al final voltearon para mirarme en lo que me alejaba. La magia de no saberlo me permite pensar por unas milésimas de segundos que también me miraron, que voltearon y que también fueron lo que yo quise, pero que también se perdieron y me perdieron, o me perdí, o lo más probable todas las situaciones a la vez.

El abracadabra posibilita el aparecer, el tener pero a la vez y casi en un mismo tiempo el perder, el extravío, la imposibilidad, el desalojo, por eso está tan ligado al orden de la admiración de los días felices. Dentro del proceso mágico habita inseparablemente como una columna vertebral el efecto del juego. Lo que hace que la experiencia sea aún más infantil, más salvaje, más vital. Hay pocas cosas que te recuerdan ser un niño; pero no hay nada más niño que recordar haber sido uno. En la acción de volver por esos segundos de juego con la posibilidad de la expectativa de que las cosas sean como antes fueron, y obvio en ese antes impreciso existe esa entrañable búsqueda de un sentido que tal vez la vida se niega por momentos a darnos y termina modificándonos, confeccionándonos más susceptibles.

La escritura y con mayor fuerza la lectura tiene esa posibilidad mágica de conducirnos de la mano para que cada tramo del camino largo tenga una parada más grata. Nos enseña o por lo menos nos pide que no dejemos de jugar, ni de sorprendernos por la posibilidad de un encuentro del orden de lo mágico.

Dicen que cada vez que te encuentras con un acto de magia algo de ti termina quedándose en la repetición eterna de ese momento. Dentro de esa experiencia, me parece que lo más determinante es el mago; porque es el sujeto que provoca el hecho de magia y al final de cuentas es el que termina seduciéndonos, termina arrastrándonos a su acto.

Estoy de acuerdo totalmente con la premisa anterior; pero me parece más vital una esencialidad que permite que surja básicamente toda la experiencia. Todo acto de magia genera magia. Es decir que en su acto como causa de hecho osea cuando el truco es dado; genera efectualmente nuevas causas que se componen y son permisibles y entendibles a partir del primer impulso causante. En ese sentido todo posible intento de explicación racional o irracional ante la conmoción del acto, solamente es válido a partir de la consciencia de lo mágico. Entonces toda aparición mágica solamente es concretable si el receptor cree en ese otro que se está sucediendo. Por lo tanto el acto de magia es un acto de fe. De la fe más simple pero más trascendente, de la fe más caprichosa y más infantil, de la fe que niega la renuncia, de la fe por aquella sonrisa que se pierde en la punzada final del extravío, por la fe del olor apagado del que ya se ha ido, por la fe de ese silencio en el que hubiésemos querido escuchar mil veces…lo que no se dijo.

Lo mágico es un jugar continuo entre lo que se valida y se invalida en el desarrollo del acto. Entendiendo al acto como todo ese circuito en el que participan los elementos que permiten que funcione un truco; el mago, el espectador, los artefactos, el engaño, la ilusión y lo incontrolable. Toda esa combinación hace que la experiencia se vuelva en un refugio y a la vez un escenario donde el a-parecer de las cosas te con-mueve a una situación caótica de suspensión. Es en ese momento donde surge el papel del jugador por tratar de descifrar lo que se sucede y se van construyendo las posibilidades de las imposibilidades más fortuitas, haciendo que el trabajo de la comprensión sea aún más apasionante.

Gadamer en Verdad y método nos conduce a una reflexión sobre el juego advirtiéndonos que toda interpretación contiene un juego que logra una unidad de todos los valores que se mueven dentro de este. La comprensión de todo juego va más allá de la subjetividad de los jugadores o el sistema del juego. Sino la potencia de este radica en su posibilidad de revelarnos algo y en ese movimiento nos da una certeza.

El jugar está en una referencia esencial muy peculiar a la seriedad. […] Mucho más importante es el hecho de que en el jugar se da una especie de seriedad propia, de una seriedad incluso sagrada. Y sin embargo en el comportamiento lúdico no se produce una simple desaparición de todas las referencias finales que determinan la existencia activa y preocupada, sino que ellas quedan de algún modo muy particular en suspenso. […] De hecho el juego sólo cumple el objetivo que es propio cuando el jugador se abandona del todo al juego. […] el modo de ser del juego no permite que el jugador se comporte respecto a un objeto. El jugador sabe muy bien lo que es el juego, y que lo que hace “no es más que juego”; lo que no sabe es que lo “sabe” (Gadamer 1977: 144).

La experiencia del juego nos revela una versión ambigua entre algo controlable e incontrolable del mundo, una aspiración y una conformación de elementos que aparentemente sólo tenían sentido para uno, pero en el participar de la comprensión del jugar descubrimos a otro más cercano, inmerso en una memoria compartida. Este espíritu realza lo sagrado en la seriedad del tiempo de la experiencia del jugar.

Pensar, robar, tocar, escribir, desear, amar, odiar, hurgar, operar, soñar, despertar, hambrear literatura es un acto de fe irrenunciable. Concibo la escritura como una entrega absoluta de la vida, escribir es un sacrificio de amor, pero aún mayor es leer, porque nos recuerda quiénes somos, fuimos, quisimos y nunca seremos. En ambas acciones se conjuga el jugar con el acto mágico; con la diversión de desentrañar una y otra vez lo descubierto, con la pasión de esconder, con la sutileza de provocar.

Lorca el poeta español en un discurso3 de presentación a Neruda advierte que la poesía sirve para alimentar esa locura que todos tenemos y de la que no podemos prescindir porque hacerlo sería una imprudencia de vida. Paradójicamente todo acto imprudente es un acto de locura. Recuerdo como Ulises4 se salva de los cíclopes con un intrépido, estratégico y muy alocado plan. Después de haber emborrachado a Polifemo5 y haberle dicho que su nombre era nadie logra cegarlo con una estocada en su único ojo. Cuando por los gritos, vienen a socorrerlo el resto de cíclopes, a la pregunta de quién había sido el que lo había atacado. El ciego y borracho Polifemo solamente repetía nadie desesperado. De esta manera la integridad y la identidad del resto de la tripulación sobreviviente y su capitán quedan completamente a salvo. Hasta que ya con una distancia amplia, desde el barco, el valiente e ingenioso héroe decide a gritos dirigirse al herido ciclope. Confirmándole a todos los vientos que su nombre era Ulises, el rey de Ítaca, esposo de Penélope, hijo de Laertes. Hecho por el cual después son castigados por las aguas alborotadas de Poseidón padre de la víctima del soberbio Odiseo.

Cuando Lorca habla de esa poesía que contenemos y que nos es imprescindible, porque sin su presencia la vida misma se nos va. Arremete a esa imprudencia que Ulises tiene por observarse como constructor de la gran hazaña que no solamente le permite continuar con vida, sino que también apreciarla desde la posibilidad de haber sobrevivido a un final aparentemente desastroso y sin escapatoria. El acto poético de Ulises está en esa observación mágica de verse a la distancia sano y salvo gracias al ingenio mágico que le permitió salvarse y obviamente no en el grito retador del engaño.

Trato de imaginar a Ulises en ese momento final, al borde del barco, recibiendo como por primera vez las gotas del mar con olor a madera. La magia de la sobrevivencia esta en ese encuentro de verse a distancia ya superado. Aunque el pecado del héroe es la hibris6 por la que posteriormente será condenado a su final eterno según el libro de Borges7 sobre la divina comedia. Me parece que no había una forma más poética que engañar al monstruo de un ojo, como no hay una forma más genial que la poesía y en esto me expando sin una jerarquización, sino más bien abrazando y afirmando, que la literatura para engañar al mundo del discurso del sustento y del cuento del camino de un solo ojo.

La vida está cargada de muchos silencios que se arman por la falta de un argumento concreto que nos permita describirlos en su totalidad. Por eso es necesario cobijarnos en todo aquello que nos deja mirar de lejos aquellos lugares en los que nos recuerdan como nadie, o nosotros nos recordamos siendo nadie. Solamente validándonos como parte de la magia del juego de la geografía de la memoria, en la que sobrevivir solamente es válido dentro de esas proporciones.

Hay que tener claro que batallamos con diferentes tipos de caricias del tiempo que se remachan por su profundidad, velocidad y su capacidad letal. A partir de ellas comprendemos el devenir de las aguas, pero no nos resignamos a un fluir monótono y sin sentido. Al contrario como dice la hermosa canción en la que se conjuga la particularidad de dos voces como la de Gustavo Cerati y Mercedes Sosa nos advierten o mejor dicho nos conmueven: “No está mal sumergirme otra vez/ Ni temer que el río sangre y calme/ (Al contarle mis plegarias (1ra.part.)) Se bucear en silencio” (canción: Zona de promesas)

Escribir y leer son manifestaciones mágicas y como experiencias de ese orden son un acto de fe. Es un acto de fe caminar por las librerías sin poder comprarte ningún libro, es un acto de fe releer lo que apenas entendiste uno, o dos, o tres años atrás, es un acto de fe encontrar una oración que te quite el aliento, es un acto de fe creer en las palabras de un personaje a veces maltrecho por infortunios que sientes que son tuyos, es un acto de fe mirar la pantalla mientras intento escribir está ponencia, sabiendo que como todo acto de fe mágicamente siempre algo queda sin decirse.

Cuando digo que escribir y leer es un acto de fe. Quiero decir que siempre estamos leyendo y escribiendo una carta de amor y de adioses inconclusos. Por eso la experiencia se vuelve en un juego peligroso por lo invasivo de su refugio y por lo fácil de acceder a su escenario. Al leer y escribir nos enfrentamos a la magia de aquello que de alguna o de otra manera la vida termina negándonos. Leer y escribir es siempre un trabajo pendiente, es recordar las gotas de hiel de la Gabriela Mistral:

No cantes; siempre queda
A tu lengua apegado
Un canto; el que debió ser entregado.
[…]
No beses; siempre queda,
Por maldición extraña,
El beso al que no alcanzan las entrañas
.8

CITAS:
1 Al alma y a la herida.
2 Hecho por el cual he perdido a casi todos mis amigos que se dedican a la magia, debido a su timidez y a la incomodidad que resultaba para ellos el que se les esté metiendo mano en el sombrero. Debo admitir que también me cuesta mucho contenerme en mi asiento mientras veo en algún escenario el sombrero de un mago, simplemente siento ganas de llegar al fondo del asunto.
3 Presentación de Federico Lorca al poeta Pablo Neruda:
http://federicogarcialorca.net/obras_lorca/presentacion_de_pablo_neruda.htm
4 Cf. El canto IX de La odisea
5 Ciclope hijo de Poseidón
6 La hibris (en griego antiguo ὕβρις hýbris) es un concepto griego que puede traducirse como ‘desmesura’. No hace referencia a un impulso irracional y desequilibrado, sino a un intento de transgresión de los límites impuestos por los dioses a los hombres mortales y terrenales.
7 Borges rescata de La divina comedia el canto vigésimo sexto del infierno cuando Dante se encuentra con Ulises y este le cuenta que su condena se debía a que después de haberse instalado de nuevo en su reino no resiste la tentación de continuar el viaje y conocer nuevos límites, debido a esto agrupa una nueva tripulación y se lanza hasta los límites del mundo pereciendo y siendo condenado por su soberbia (hibris)
8 Poema: Las gotas de hiel de la poeta chilena Gabriela Mistral.

BIBLIOGRAFÍA

BORGES, Jorge Luis (2006). Nueve ensayos dantescos. Madrid. Alianza editorial, S. A.
GADAMER, Hans-Georg (1977). Verdad y método. Salamanca. Ediciones Sígueme.
HOMERO (1994). La odisea. Bolivia. Editorial América.
MISTRAL, Gabriela (2010). Gabriela Mist5ral en verso y prosa antología. Perú. Edición conmemorativa real academia española.

DOCUMENTOS ELECTRONICOS
LORCA, Federico (s/f). “Presentación de Pablo Neruda” en
http://federicogarcialorca.net/obras_lorca/presentacion_de_pablo_neruda.htm (10/08/2016)

MATERIALES ESPECIALES
Cerati, Gustavo (2009). Me veras volver. Zona de promesas. Argentina

Fuente: Ecdótica


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