
Sobre Los Jardines de Tlaloc, de Gary Daher Canedo
Por: Juan Araos Usqueda
Tlaloc, antigua divinidad náhuatl azteca, responsable del agua del cielo; dios del rayo, del trueno, de los terremotos, o rayo, trueno, terremotos; néctar de la tierra; benefactor y justiciero, quizás como el ubicuo Zeus de Los trabajos y los días de Hesíodo lo era para campesinos y marineros (aunque el ubicuo Zeus que a veces marcaba los rumbos cotidianos de la gente con el rayo capaz de fulminar, no pedía sacrificios humanos). Esposo de Chalchiuhtlicue, la de la falda de jade, diosa del agua de los mares, protectora de marineros, matrona de partos y madrina de bautismos, y de la bella y sensual Xochiquétzal, promotora de danzas y cantos libres de preocupaciones. Multicolor y multiforme, algunos lo representan de ojos saltones, con anteojos redondos y colmillos de serpiente o de jaguar. Gary Daher escribe de sus jardines.
Los siete tramos, senderos, estaciones, cursos de cultivo, de la natural arquitectura de estos jardines se denominan (uno) “Situación en dos pasos”, (dos) “La otra edad”, (tres) “Mínima constancia”, (cuatro) “Colmena”, (cinco) “Selva virgen”, (seis) “En el camino”, (siete) “Desde la puerta del jardín”. Sin movernos de nuestro sitio, por obra y gracia de la poesía, podemos recorrerlos paso a paso; sacudir, recolectar, colorear, las sentidas palabras verticales de sus hojas.
Uno: Situación en dos pasos
Paso uno: Condena.
El condenado reconoce su culpa de escribir, se declara responsable de su escritura, de las palabras surgidas en su escritura primero y en el alma de sus lectores después. Declara también (¡Oh sorpresa! ¡Oh paradoja!) que su culpa de escribir obedece a su poético destino. Consentido, imperioso, comprometedor destino incesante, “de precipitada y torpe mano”, “de medusa parida con fuego fatuo” pero de cabellos serpentinos que se entrelazan como brotes de sabiduría inmemorial en su desnuda cabeza.
Paso dos: Cartas quemadas.
Cartas suyas antiguas que él “ha guardado tanto tiempo”, llenas “de deseos inimaginables y lejanos/ y de uvas/ y de vinos escanciados hasta las heces”, arderán “quemadas en el patio”, con viejas fotografías que consumidas bajo tierra vivirán, sin embargo, multiplicadas, en la memoria, como cierto “nombre lo hizo alguna vez/ en cada aliento”, pues la memoria traicionera y todo ofrece un buen lugar, una playa única, para la dicha y las lágrimas, y prodiga azules nomeolvides inciertos aún, y granos de luz intemporales por recrear y (¿por qué no?) conmemorar.
Dos: La otra edad. Cartas del Líbano/ Joven de 1970/ Enseñanza/ Efímera ave
“Un hombre llegó del Líbano/ en Beirut vestía uniforme.”
Algunas de aquellas cartas le habían llegado siglos antes del País de Siempre Jamás, del País Jamás Olvidado, hasta “la selva amazónica”, donde el otro, semejante a él mismo, las leía quizás “bajo frondosos mangos” pasajeros, quizás “al son de extrañas orquestas tropicales”, cautivo siempre, como sin saberlo, del tic tac del tiempo, camino de “apenas la montaña/ y el mágico cedro” encendidos, luminosos, al final.
De joven unas veces soñó poemas por escribir, libros por leer, mujeres por amar, como aerolito humano sin nombre; otras se sentía renacer, “vivir de nuevo”, respirando “entre los bendecidos”, escaleras arriba del desahogo, “con el dial atorado/ en la radio [favorita…]/ [y] la carta de la novia lejana”, recién traída para siempre del correo.
La amistad era semejante a fiestas de celebrar “y se [tocaba] como una tarka taika larga, ancha, poderosa […]”, de “sentirla en los huesos como se siente la muerte”, decía su buen amigo del alma, bañado todo, como él, “de juventud y esperanza” y sueños antiguos que perduran aún, llevados por los vientos del tiempo, como el amor que los hermanos mutuamente sienten.
Un ave frágil, diminuta “como los gorriones”, que brinca sobre la hierba del jardín y casi enseguida alza vuelo y desaparece ilumina hasta hoy las cosas cotidianas, se parece a la luz de la poesía, que ilumina lo misterioso de nuestras vidas y trae destellos ciertos, “e interminables sentidos”, cuando azulean los cielos y reverdecen los pastos.
Tres: Mínima constancia. Barbarie/ La ruta/ Atacama
De aquello y de la belleza de la rosa desnuda en el desierto y de la caminata por el desierto y de todo, habrá que dejar constancia, ponerse una estrella de monóculo, una que se deje seguir, y tocar; y habrá que atreverse a “cruzar las dunas”, “como una rama lista para el fuego”, “mientras el cuerpo pierde la sombra”, las aguas salvadoras pugnan con las arenas infinitas y uno va “paso a paso” firme por el humano camino, con deseos de acercar las cosas que cantan y echarse a volar.
Cuatro: Colmena. Árboles urbanos/ El viejo molle/ Bandada/ Toborochi
“En otros tiempos/ [ …] los ojos de aves misteriosas/ […] cuidaron del largo crecer/ de estos árboles/ ahora apretados en las vías/ mientras el agua que escondida corre/ limosa y fetal alimentaba/ sus raíces saludables./ /Hoy se mecen abandonados/ a la desolación de la humareda/ urbana”.
Sí, se hace necesario volar y que vivan las aves y los árboles, que no nos devore la ciudad antropófaga (Nicanor Parra dice). “El viejo molle […]/ […] aguarda/ estoico/ el retorno de los desesperados”, “una bandada de loros/ cruza el parque vociferando/ cánticos sagrados” y el erguido rotundo toborochi guarda “el camino de la savia/ para florecer/ sabiamente en otoño”.
Se hace necesario esperar, pues “si uno no espera no hallará lo inesperado que es inescrutable y no da el paso” (Heráclito decía). Lo inesperado que de antemano ya está y de pronto “ilumina intempestivo la jornada.”
Cinco: Selva virgen. Guardianes de lo líquido/ Pájaro carpintero en incendio/ Pausa/ Río de Coroico
Entre “[e]l cocodrilo […] de las riveras egipcias” y los “caimanes/ amazónicos guardianes de lo líquido”, entre desierto y selva convertidos uno y otros en “la propia agua que los cobija” y en pupila tras “la redonda y esquiva luna”, deseosos de librarse “de su malvada sombra delatora”; entre el pájaro rojo que anidaba en altas ramas envejecidas ya y la savia ciega que asciende aún, corporal y nocturna y resonadora en la noche; entre “el brillo de la montaña” y nuestra filuda mirada; surja “[a]lgo así como una pausa/ de abismo lúcido/ pues es la respiración de nuestra alma”, lista para dejarse llevar hasta “la cumbre de un ave”, lista para ponerse a escuchar “la voz de cinco mil aguas del río Coroico”, sus himnos sin fin, como de viajeros cantores incansables.
Seis: En el camino. La muerte de Medusa/ Desnudez/ Cuando te despiertas/ Latido
En el camino Medusa, la Gorgona mortal, se mira en el escudo espejo de Perseo y siente el tajo en su cuello y desfallece y testigo fiel de su propia muerte ve morir su cuerpo y lo recuerda de nobles bocas, amado por Poseidón, “el Señor del Agua”.
“Y así quedé/ en la desnudez más desnuda/ despojado por el fruto/ esperando ser semilla en el barro”, invencible, mientras “cada estrella/ pulsa/ el latido de la libertad/ el latido de la vida”, “[c]ontra la oscura noche/ contra la puraduraluvia”.
Siete: Desde la puerta del jardín. Presencia/ Diluvio/ Señales/ Ojos de niño/ Cielo intacto/ El secreto del sol/ Himeneo maya/ La garra/ Los cirios/ Desencuentro/ La piedra/ Celebración
Vengan, pues, “ la lluvia y el relámpago” llamados por el fuego primordial; vengan el diluvio y los hombres después del diluvio, las maderas vegetales y domésticas, del árbol de la vida; el barro dorado al sol, “[e]n lo profundo de la selva” y “en los ojos de tus ojos más allá de tu mirada”, el rocío en las hojas, “la señal del tiempo” “cuando tu nombre y el mío se diluyan en las bocas/ y los latidos del corazón/ y todas las manos se hagan una/ y convoquen la alegría de la lluvia”.
Un sol amoroso despierte al universo; un “agua sagrada” interior nos abra los ojos; “que la tierra y el cielo [intactos] se guardan y hoy provocan/ ese rasgo heroico que nos regresa/ al antiguo paraíso”.
“La tierra es redonda/ como una caracola”. Ahí dentro el mar resuena y el sol hijo del bien de más allá (Platón lo sabía) dora las aguas, dora “tu ser diminuto del ancho universo” (Pablo Neruda lo sabía).
La hermosa serpiente voladora sale como Afrodita “de la espuma del mar”, prendida de su esposo, “el del escudo de águila”.
Muy adentro del alma que tan profundo logos tiene, del alma cuyo logos se acrecienta a sí mismo (Heráclito dicit) arden ya futuras hogueras.
Las llamas de los cirios como “ángeles del cielo” llevadas por el viento están.
Ninfa es el agua silenciosa, fecunda, “del íntimo lago” donde hombre y sombra concurren descalzos, perennes, todavía.
Mientras las pacientes piedras terrestres multiformes los soportan, los jardines de Tlaloc alzan sus torres corporales, hacen hora, como quien espera una celebración con cantos sublimes, divinas danzas luminosas, palabras justas en los oídos justos, la mañana recién entrada en la alcoba, cuando “nadie se descuida de nada” y todos caen de rodillas y se alzan.
Telón.
Fuente: La Ramona