
Oscar Martínez: El ‘llokalla jailón’ presenta 11 crónicas
Por: Erick Ortega
Mientras Oscar Martínez escribía una novela ambientada en los años 90 descubrió algunas historias colaterales que podían ser parte de un libro de cuento. Fue entonces que decidió crear este libro, que lleva por nombre uno de los sobrenombres del autor. Es una nueva apuesta de la editorial Sobras Selectas.
— ¿Quién es el ‘llokalla jailón’?
Difícil, realmente. Para poder responder, tendría que remitirme al libro y al título. Durante muchos años mi apodo, para los amigos y los no tanto, fue Perro, esto por un blog en el que intenté hacerme pasar por crítico, no solo literario, sino en general. De esos años surge el nick name llokalla jailón de las salas de chat del MIRC en el canal La Paz, donde trasladaba los chismes del mundo virtual un poco al blog, que también era alimentado por viejos artículos que coleccionaba en las tardes de desempleo y vagancia en la Hemeroteca Municipal de El Prado.
— Y, ¿en el libro?
Ya, como personaje del libro, el llokalla jailón es un tipo que fue llokalla primero, wannabe jailón después y al final las dos cosas juntas y un poco revueltas, si tal paradoja, convertida luego en ironía, es posible. El llokalla es el que llega a la ciudad y el jailón es un anhelo implícito y explícito: cuestiones aburridas del tipo de categorías más aburridas todavía, como esa llamada “movilidad social” pero como al final eso es una impostura, como llamarse a sí mismo jailón, poeta o escritor, entonces lo dejo simplemente como una actitud, esa actitud arrogante y displicente de quien escoge un restaurante caro porque todavía puede y le saca foto a su comida, cara, que come porque todavía puede y con algún libro medio exótico, si es que aún lee. Entonces el llokalla jailón es una contradicción y es un personaje que encarna el derecho a ser esa o cualquier contradicción.
— ¿Por qué son crónicas y no cuentos?
Crónicas porque hay verdades, gente, tiempo y circunstancias que salieron sobrando a una novela que estoy escribiendo sobre una pandilla de La Paz y la violencia juvenil de los años 90. No podría ser tan pretencioso de que digo y escribo la verdad. Esta verdad es relativa.
Creo también que la crónica permite pensar el cuento, ya desde una ficción o una crónica ficcional o hecha desde la imaginación de ciertas aristas de la cotidianidad, como la que intento en siete imágenes. Me interesa lo que pasa todos los días y las cosas que hacen especiales al diario vivir y que no son extraordinarias para otros, excepto para el que las vive. Creerlas extraordinarias y que las crean de esta manera, creo que es el desafío. En el cuento hay que mentir bien para que la gente llegue hasta el final, olvidando eso que en la crónica siempre tiene presente, que es la realidad de los hechos.
— Leerte es garantía de tener una sonrisa cerca. ¿Qué te gustaría provocar en el lector?
Una vez leí que Fontanarrosa dijo que se conformaba con que le digan: “Leí tu último libro y me cagué de risa”. No sé si será una garantía y si se ríen, mejor, pero solo puedo decir que no lo busco, y si me sale, me sale. No sé lo que me gusta provocar en el lector. Sé lo que no me gusta, que es dejar enseñanzas o peor aún, moralejas, eso es algo que detesto y lo evito a toda costa. Si hay algo que me gusta, como lector, es darme cuenta de las paradojas que tiene la vida, en general o la relación de causas y efectos con las que suele estar plagada nuestras vidas y el día a día y al cual no le damos mucha bola porque creemos que lo especial es algo que rompe la rutina, cuando en toda rutina hay algo que sostiene nuestra relación con la realidad que no permite que nos volvamos locos tan fácilmente repitiendo las mismas cosas casi todos los días.
— La Paz es creo el personaje de tu obra…
En este caso, no sé si es tanto La Paz o una época, en todo caso yo prefiero que el área metropolitana sostenga el escenario de lo que pasa, porque construye y hace funcionar a los personajes como lo hace con todos nosotros y nosotras todos los días. Basta ver en el Merlan a los policías con mineros almorzando en la misma mesa, compartiendo la llajua y las impresiones de su enfrentamiento que tuvo lugar toda la mañana. Luego de almorzar, vendrá el postre, un cigarrillo, la siesta en el chiji de la Pérez y a las 14.30 otra vez tómbola. Yo lo vi, no me lo contaron. Esa clase de cosas es o que yo considero el personaje, más que un lugar, hechos.
Fuente: La Razón