
Maximiliano Barrientos y Rodrigo Hasbún, a diez años de iniciar el recorrido literario
El 13 de agosto, en el snack Tía Ñola de Santa Cruz de la Sierra, tuvo lugar una charla entre Maximiliano Barrientos y Rodrigo Hasbún, a propósito de los diez años de la publicación de sus libros de cuentos Los daños (La Hoguera) y Cinco (Gente Común). Saúl Montaño auspició como moderador de este encuentro, y aquí les mostramos algo de lo que se dijo esa noche.
– Si bien es cierto que sus primeros libros de cuentos se publicaron una década atrás, la amistad entre ustedes se remonta a varios años atrás, a cuando eran universitarios en la Universidad Católica de Cochabamba… ¿Podrían comentarnos cómo se conocieron, qué recuerdan de aquella época?
Rodrigo: Conocí a Maximiliano en una librería de Cochabamba, él preguntaba por un libro de Salinger. A partir de ahí nos hicimos amigos. Fue un momento muy afortunado, por lo menos yo lo agradecí muchísimo. Entre el 2000 y el 2006 creo que leí unos cinco libros de Maxi, anteriores a Los Daños. Antes que publicáramos nuestros libros hubo mucha escritura, muchos libros que descartamos, aprendizajes, lecturas. Creo que sobre todo entusiasmo y, también, algunas insatisfacciones comunes con los que nos rodeaba. De ahí surgió una actitud que me parece que está presente en nuestros libros.
Maximiliano: Estamos hablando de principios del 2000 y en Bolivia en esa época no había talleres literarios, el internet no estaba desarrollado como está ahora, no podíamos descargar películas o libros, vivíamos en una situación bastante aislada, por lo tanto fue muy importante la amistad que desarrollamos con Rodrigo y con otras personas como el cineasta Martín Boulocq, porque no solo intercambiábamos nuestros textos, sino los libros que habíamos leído o las películas que habíamos visto, fue un proceso de educación sentimental que fue esencial.
– ¿Qué les deja a ustedes estos 10 años desde que publicaron? ¿Cómo ven el tema de la intimidad en sus trabajos? ¿Qué sacan en limpio de la literatura?
Maximiliano: En mi caso no escogí los temas sobre los que quería escribir, yo conozco escritores que sí pueden hacer eso, programar cuál va a ser su siguiente novela, yo nunca pude escribir de esa forma. En ese sentido, siempre escribí de lo que tuve necesidad de contar en ese momento y los libros se formaron así. Ese tema de la intimidad fue un concepto que, al menos, no recuerdo que nosotros lo hayamos puesto; o sea, nosotros escribíamos sobre estas cosas y no sabíamos si era sobre la intimidad o no. Creo que fue una especie de categoría que luego nos la impusieron. En mi caso yo escribía sobre lo que sentía cerca, sentía esa voz en la cabeza y tenía que contar esas historias. Siento que en estos 10 años he tratado de ser fiel a esa voz. Quizás en mi novela La desaparición del paisaje se abren ciertas bisagras nuevas que luego continúan con Una casa en llamas y con una novela que estoy trabajando. Siento que hay un cambio en lo que estoy trabajando, una apertura hacia la violencia, una fascinación hacia la violencia que no estaba tan explícita en Los daños o en Hoteles; pero estas transiciones -porque me gusta pensarlo como transiciones- no son elegidas, son como bloques que suceden en un nivel más inconsciente y de las que luego podemos reflexionar. Pero todo lo que se diga o se pueda decir sobre ello es posterior al acto de escribir.
Rodrigo: Después de 10 años creo que no tengo nada claro, sigo trabajando desde la misma incertidumbre, o quizás incluso desde una incertidumbre mayor, porque yo siento que cuando publicamos esos primeros libros había una cierta arrogancia de nuestra parte, no asumida y no demasiado explícita como para decir que nosotros sabíamos lo que estábamos haciendo, más o menos entendíamos cómo estábamos interviniendo en el campo cultural boliviano o por lo menos estábamos conscientes de que esa propuesta estaba confrontando a propuestas anteriores ya establecidas, y yo siento que esa posible arrogancia en mi caso se ha desvanecido por completo, digamos que me siento más primerizo ahora que entonces, ahora escribo desde una incertidumbre mayor que la que tenía en ese momento, que era un momento de muchas convicciones y donde también pesaban mucho algunas lecturas. Yo creo que ahí sí teníamos más o menos una idea de que sí la intimidad era un territorio que nos interesaba explorar y que no había sido demasiado explotado en la literatura boliviana, o también explorar la sexualidad, pero yo eso a la distancia lo atribuyo a las lecturas que eran importantes para nosotros y que no habían circulado en el país; es decir, estábamos leyendo muy atentamente a Raymond Carver o a Philip Roth, y en ese momento no eran nombres tan habituales como son en este momento. Creo que nuestra literatura respondió un poco a eso, no de manera programática, porque como dice Maxi todo lo que decimos sobre los libros lo decimos después de haberlo escrito, no mientras los escribimos ni tampoco antes. Pero sí había un impulso ahí, era un impulso común me parece, no solo en nuestros libros sino también en las películas de Martin Boulocq o la música que hacían algunos grupos.
– Uno de los aspectos que caracteriza la obra de ambos es la prosa escueta. ¿Cómo se forja un estilo con esta característica?
Rodrigo: Creo que es una suma de muchas cosas, de lo que has leído, de lo que has escuchado, de lo que has visto, pero también obedece a algo más profundo, que no es explicable: por qué hablamos como hablamos, o por qué bailamos como bailamos o por qué pensamos como pensamos. Creo que son preguntas un poco difíciles de responder y el estilo responde un poco a todo eso. A mí me resulta difícil explicar de dónde viene, pero si hablo de mi manera de trabajar sí puedo decir que para mí el proceso de edición es decisivo. Quizás en cuestión de tiempo y de esfuerzo ocupa más espacio que el de la escritura misma. Con esto quiero decir que puedes escribir un cuento en tres días y luego lo revisas durante tres meses, ahí la idea para mí es decir con 10 palabras lo que se puede decir con esas 10 palabras. Es un poco borrar lo innecesario y creer un poco en un lector que va a saber involucrarse y que no necesita una ayuda excesiva. Estas ofreciéndole algo y luego el lector se va a involucrar y va a rellenar los vacíos, porque en este proceso de revisión se quita mucho, y asumes que el lector va a ser capaz de por lo menos intuir y reconstruir eso que no está, lo que se está narrando por omisión o en silencio.
Maximiliano: Yo concuerdo con lo que dice Rodrigo, es decir, lo más importante del estilo viene del misterio, uno no sabe por qué. Es como parte de la genética de un escritor, es como un impulso que está ahí. Yo creo que un escritor se hace escritor cuando empieza a editar los textos, no cuando está escribiendo, porque uno escribe básicamente por un arranque, por una cuestión emotiva, pero uno edita en frío, desde un lugar que no es emocional. Yo creo que el estilo también se arma teniendo en cuenta o siendo conscientes de ciertos enemigos, siendo conscientes de qué escritores no queremos ser y qué escrituras nos producen asco o nos producen rechazo.
– ¿Qué les da el realismo? ¿Por qué siguieron escribiendo bajo esta premisa y no probar con otras corrientes, como ha sucedido con otros autores contemporáneos suyos?
Maximiliano: Creo que hay ciertas concepciones erradas sobre el tema del realismo, porque el realismo como tal no es un género, el realismo es como la base que estructura la misma creación. Incluso las novelas policiales, de ciencia ficción tienen como el motor una estructura realista, sin esa estructura no podés narrar. Creo que los escritores latinoamericanos que reniegan del realismo lo hacen para posicionarse -que me parece bien-, para hacerse publicidad, lo que en el fondo no me molesta, pero siento que siguen escribiendo bajo ciertas consignas realistas de las que ellos reniegan, lo cual me parece contradictorio, en ese sentido me parece que el realismo es una convención y cuando se vuelve así, cuando se vuelve una fórmula, ese es el problema. Cuando la narrativa trasciende ese formato establecido, por más que contés una historia y no pase nada sobrenatural, ahí aparece la iluminación. Yo estoy en contra de cierto realismo que se vuelve esquemático, por decirlo así, que se vuelve una fórmula, pero esa cuestión esquemática también la podés encontrar en una serie de literaturas que no se venden como realistas.
Rodrigo: Yo creo que no pienso en esos términos, cuando escribo no digo “me voy a poner a escribir un cuento realista”, estoy pensando en los personajes, en sus historias, en sus emociones, y les estoy siguiendo el paso, y no tengo una mayor explicación de porqué es ese el camino que tomo y si va a ser siempre ese el camino que voy a tomar o es que en algún momento me voy a interesar en otros tipos de escrituras. En cualquier caso me parece sumamente saludable que la literatura boliviana se haya diversificado tanto en los últimos años, y que los parámetros de lectura se hayan vuelto más flexibles, menos prejuiciosos, menos cerrados. Que se pregunte qué es la literatura boliviana, qué debería ser la literatura boliviana y, habían y siguen habiendo, pero cada vez menos, los críticos sancionadores, que dicen esto es literatura boliviana y esto no. Me parece que la respuesta a eso se ha diversificado favorablemente.
Maximiliano: Quizás es un prejuicio que hay en un país como Bolivia, se le demandaba cierta identidad a la literatura boliviana y es un prejuicio que no había por ejemplo en Argentina, no le pedías a un escritor argentino que escriba de acuerdo a cierto parámetro de lo que debía ser la argentinidad, por decirlo así; es como si –para volver a la metáfora de Fredric Jameson- los países del tercer mundo tuvieran que hacer alegorías nacionales mientras que los del primero tienen que hacer literatura a secas. Siento que en Bolivia pesó mucho, y ahora ya no. Ahora se están leyendo los libros por los libros y no por lo que deberían ser los libros.
– Y continuando un poco con lo que acaban de comentar. ¿Qué opinan de los que reclaman que un libro diga algo sobre la política de un país, que tenga un contenido político o de denuncia?
Maximiliano: A la literatura no podés exigirle que sea algo, en el momento que le exigís algo a la literatura la convertís en sociología o en cualquier otra rama humanística. O sea, durante el siglo XX costó sangre la autonomía de la ficción, la ficción es ficción y punto, y tenés que abordar a la literatura por la literatura en sí, no por el contexto que pueda referir. No desde la sociología, no desde el periodismo, no desde la denuncia, eso no le da valor al texto literario, hay otras cuestiones que le dan valor al texto literario que son en esencia cuestiones de estructura y cuestiones de estilo. Eso de decir “esta novela funciona porque explica como funciona el país o la forma en que vivimos” es una forma obsoleta e injusta de abordar un libro, y es una forma burda también, porque hay muchas novelas que pueden tener un trasfondo político sin que eso sea la intención.
Rodrigo: Yo creo en los libros que te afectan, que te interpelan, que te mueven por dentro, que te renuevan la mirada, que te ayudan a viajar hacia los otros, que te ayudan a entender cómo viven los otros. Esos libros pueden o no ser políticos o abordar sus sociedades. Eso es muy secundario y no es lo que le da valor al texto, el texto tiene que hablar de otra cosa, hablarte de cerca y moverte.
– En una entrevista mencionaste que te interesaba la literatura que trabaja desde la técnica. Sé que sos fan de las MMA, y ahí me parece que valoras más a un peleador por su espíritu –o corazón- más que por su técnica. Creo que es una contradicción con lo que pensás de la literatura.
Maximiliano: Siento que en las MMA y en el boxeo también, hay mucha técnica, nadie puede ser un atleta de élite con solamente la fuerza bruta, debe haber un equilibrio entre técnica e intensidad, y esa es una metáfora ideal del tipo de libros que a mí me gustan, hay libros que son demasiado técnicos que los puedo mirar desde afuera y respetar, pero le falta eso otro, que vendría a ser la fuerza, el corazón, etc. Yo no sé si esto puede ser subjetivo, porque la intensidad en un libro se la puede reconocer, el gusto es subjetivo, podemos dejarlo al margen, pero uno puede reconocer que ciertos libros son fuertes. Te puede o no gustar Viaje al fin de la noche de Celine, pero tenés que reconocer que ahí hay muchísima intensidad. Pero en la novela la fuerza sin la forma creo que está condenada al fracaso. En algunos casos se convierte en una especie de prosa poética, por decirlo así. A mí me gusta esa dualidad, porque la forma es contención, y la intensidad es lo opuesto a eso, entonces, me gusta esa paradoja. Siento que eso también está en los deportes de contacto, siento que eso también está en la MMA.
La fuerza y la técnica siempre tienen que estar juntos en un libro y eso se da con el trabajo de edición. Yo trabajo mucho con la edición, si comparamos el libro que se publica con el de la primera versión encontramos muy poco de ahí, son casi dos libros distintos. Por ejemplo, la novela La desaparición del paisaje tuvo 23 versiones, cuando hablo de versiones no me refiero a quitar párrafos, sino a estructurar de forma distinta la novela, a quitar o aumentar capítulos, etc., y ese es el trabajo de la técnica, que trata de causar cierta intensidad.
– Mencionaste algunas veces lo importante que es el ritmo en un texto para vos, que te gustaría que un texto sea como una buena canción. ¿Podrías explicarme un poco más acerca de eso?
Rodrigo: Antes de empezar a escribir fui músico durante algunos años y creo que fueron los años más decisivos en mi formación sentimental y, mirando retrospectivamente, siento que ahí aprendí muchas cosas esenciales de la escritura: lo fundamental que es el ritmo, lo importante que es oír una voz, que esa voz sea reconocible y que nos invite a seguir escuchándola. También ciertas cuestiones de estructura, porque las canciones siempre tienen una estructura determinada y vuelven a ciertos temas y trabajan sobre la repetición y la variación, que son dos figuras que me parecen importantes y que están muy vinculadas con el ritmo de un texto, con tu respiración, es como cuando escuchas alguien hablar y quieres seguir escuchándolo porque te gusta cómo suena, más allá de lo que te está diciendo te interesa y percibes cosas ahí, y hay otra gente que tiene muy poco ritmo al hablar y que de inmediato te distraes o te aburres. Yo siento que sucede lo mismo con la escritura, digamos que mis escritores predilectos son aquellos a los que puedo reconocer sin ver su nombre, es decir, si me ponen algunos párrafos de Onetti y empiezo a leerlo escucho su voz, que es lo mismo que pasa si escuchas unos minutos de una canción de Leonard Cohen. Siento que la voz y el ritmo van muy de cerca y eso es algo que espero poder reproducir en mis propios textos. Ahora, vinculando esto con lo que decía Maxi, yo siento que la mejor técnica es la que pasa desapercibida, es decir, parecería fácil lo que está haciendo el escritor o el peleador o el futbolista, cuando hay algo más complejo sucediendo detrás. No me gustan los jugadores de futbol que exhiben su técnica y que empiezan a hacer sus piruetas y que antes de pasar la pelota calladitos hacen cuatro movimientos. Yo creo que sucede lo mismo con la escritura, hay escritores que parecería que es bastante fácil lo que están haciendo y no ves realmente el trabajo detrás y la técnica detrás, creo que esos son los escritores que realmente han entendido lo que es la técnica.
– Julio Ramón Ribeyro tenía una posición frente a sus diarios, entre otras cosas dijo que surgían de un sentimiento de culpa, que era una forma de confesión alejada del rito católico. ¿Cuál es tu posición frente a llevar un diario?
Rodrigo: Creo que no tengo una posición. Todo el tiempo cuando estoy escribiendo el diario me pregunto por qué tengo esta necesidad de llevar este diario, cuánto me perjudica como escritor escribir aquí y no ponerme a escribir cuentos o novelas, qué necesidades sicológicas estoy satisfaciendo con esto. No tengo claro qué es un diario, creo que es un género muy movedizo, hay distintas respuestas, completamente distintas entre sí. Por dar un ejemplo, en mi tesis yo leo tres diarios: el de Ribeyro, que me parece un diario hermosísimo, grandioso; el diario de Gonzalo Millán, y el de Rodolfo Walsh, y son tres diarios que no tienen nada que ver, me parece que si tuviera que decir qué es lo que los une sería que las entradas están fechadas. Pero más allá de eso, que los cautiva, hacia dónde van, cada uno ofrece respuestas distintas. Además, ofrecen respuestas distintas a lo largo del texto, porque una cosa que me fascina del género es que esos textos se escriben durante muchos años. Riberyro empieza a escribir La tentación del fracaso a sus 18 años, y cuando escribe la última entrada tiene cincuenta y tantos, y ves un poco la transformación del personaje, la transformación del estilo, la transformación de sus circunstancias personales, de sus preocupaciones, etc etc. Creo que es un espacio maravilloso para atestiguar la transformación del individuo. En mi caso es un espacio poco literario, yo tengo una memoria pésima y creo que mi motivación principal para llevar el diario es tener un registro de lo que va sucediendo, cosas que no quiero olvidar y cosas que van a ser más fáciles de recordar si es que luego de aquí a unos años vuelvo al diario.
– En tus cuentos decís que sos conservador, sin embargo en la novela te permitís experimentar ¿Por qué se da esta cuestión?
Maximiliano: El cuento tiene una forma más rígida. Si somos demasiado experimentales en el cuento hacemos prosa poética o hacemos la escritura de un diario. La forma por naturaleza es más rígida. Eso no quiere decir que haya escritores que hubieran experimentado con variaciones, como Barthelme, Coover. La novela por ser un espacio más indefinido como territorio, y hasta por ser un espacio más extenso, nos da la posibilidad de experimentar con formas, esto no quiere decir que yo crea en esa frase tan sonada de Mario Levrero, que decía que una novela es todo aquello que entra en dos tapas, hasta ese punto no voy. Yo creo que una novela tiene que tener ciertos principios básicos, como una unidad, un texto de 100, o 200 páginas que no tenga una unidad, por más posmodernos que nos podamos poner no es una novela. Básicamente a mí me interesa el reto formal que implica un cuento, un cuento lo tramamos con mayores limitaciones que en la novela, al menos en mi caso, pero esas limitaciones se vuelven un incentivo. Por ejemplo, últimamente, yo no llevo un diario, pero sí llevo un documento donde anoto fragmentos y ocurrencias, cosa que luego elaboro. Ese documento ahora me resulta fundamental, porque reciclo cosas de ahí o las añado a los cuentos o a las novelas en que estoy trabajando, es decir, eso me pareció la cura al bloqueo, cuando no estoy trabajando ficción o algo estructurado como ficción, me dedico a llenar este cuaderno, que es un documento de Word, y luego sí utilizo elementos de ahí, es una escritura privada, pero soy consciente de que parte de esa escritura privada la voy a utilizar como ficción.
Fuente: hayvidaenmarte.wordpress.com/