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Entrevista a los escritores bolivianos, a propósito de su participación en el “IX Encuentro de Escritores Iberoamericanos”

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Entrevista a los escritores bolivianos, a propósito de su participación en el “IX Encuentro de Escritores Iberoamericanos”

Ecdótica reproduce las entrevistas a los escritores bolivianos -publicadas en el suplemento La Ramona- que participaron del “IX Encuentro de Escritores Iberoamericanos” denominada “Seis voces literarias”, realizada del 24 al 27 de agosto, en el Centro Patiño de Cochabamba.

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Barrientos: “En la ficción hay cosas que uno no debe conocer para poder escribir sobre ellas”
Entrevista a Maximiliano Barrientos
Por: Santiago Espinoza

Como otros autores bolivianos de su generación, Maximiliano Barrientos (Santa Cruz de la Sierra, 1979) tiene una relación de larga data con el Encuentro de Escritores Iberoamericanos que organiza el Centro Simón I. Patiño. Lo empezó a frecuentar como parte del público asistente, en los primeros años de la década pasada. Poco después tuvo oportunidad de hacer lecturas de las obras de los autores invitados. En 2007, ya con dos libros publicados en el país (Los daños y Hoteles), fue invitado al Foro de Escritores Bolivianos, el evento hermano del encuentro que se organiza también bianualmente. Y en este 2016, con más de cinco libros en su haber, cuatro de ellos editados en el exterior (Fotos tuyas cuando empiezas a envejecer, Hoteles, La desaparición del paisaje, Una casa en llamas) y convertido en un nombre referencial de la literatura boliviana actual, ha vuelto como invitado de la novena versión del Encuentro Escritores Iberoamericanos. Ha compartido la experiencia con otros autores de talla internacional: los argentinos César Aira y Claudia Piñeiro, el español Antonio Orejudo y los bolivianos Rodrigo Hasbún y Magela Baudoin.

Este retorno al encuentro y a Cochabamba, una ciudad muy querida para el escritor cruceño, otorgó el contexto para dialogar con Barrientos de la evolución de su obra, de la vigencia de sus influencias literarias formativas, del lugar que la violencia ha cobrado en su trabajo más reciente, de sus búsquedas estilísticas y de los proyectos en que viene trabajando actualmente.

En 2007 fuiste uno de los invitados del Foro de Escritores Bolivianos que organiza el Centro Simón I. Patiño y ahora, nueve años después, has vuelto para su IX Encuentro de Escritores Iberoamericanos. ¿Tiene para vos y tu carrera algún significado especial este retorno?

Me encanta Cochabamba. Viví un tiempo acá. Estudié desde 2001 hasta 2004. Entonces, he podido asistir a algunos encuentros como espectador. Y en 2002, me parece, antes de publicar, hicimos, con Tico (Rodrigo Hasbún) y Anabel (Gutiérrez), unas lecturas para uno de los encuentros iberoamericanos. Luego comencé a publicar libros, vine en 2007 y ahora vuelvo en 2016.

¿Te atreverías a analizar la forma en que, desde ese 2007 hasta ahora, se ha ido transformando tu literatura?

El cambio más evidente es de estilo. Si comparamos la prosa de Los daños (2006) con la prosa de Una casa en llamas (2015) o de La desaparición del paisaje (2015), vamos a ver cierta transformación, cierto manejo de imágenes distinto, cierta depuración, cierto empleo del lirismo que en los primeros libros no estaba. Seguramente, hay también muchas cosas en común. Creo que el universo ha ido manteniéndose. En los últimos dos libros ha habido una apertura a explorar aspectos como la violencia que no estaba de forma tan marcada en los primeros libros. Pero, estas transformaciones nunca se dan a nivel consciente, responden a otro tipo de impulso. Yo no escribo escogiendo el tema o las cosas. Siempre hay algo detrás, un misterio, algo que me llama la atención, ciertas imágenes que pueden ser sugerentes, y trabajo de esa forma. La reinvención nunca es voluntaria. Sé que hay escritores que escriben una novela sobre un tema y a la siguiente lo hacen sobre otro completamente distinto. Siento que eso está en su ADN y me parece fantástico. Yo no funciono así. Las transiciones funcionan en un nivel del que yo no tengo control.

En tus primeros libros había una influencia bien marcada de la narrativa estadounidense, de autores como Carver o Cheever. En tu obra actual, ¿esas influencias siguen vigentes, han sido desplazadas o conviven con otras?

Siempre he sido un lector de literatura norteamericana y lo sigo siendo, y soy un lector de literatura latinoamericana también, sobre todo de literatura argentina. Si hago una estadística, el universo de escritores del que me nutro es norteamericano, argentino, latinoamericano en general y, luego, del resto del mundo, en ese orden. Quizá ya no estoy leyendo con la misma frecuencia a los escritores que leía hace 10 años, porque los leí mucho en ese momento y como que ya los he dejado. Incluso en los talleres que dicto evito dar esos textos que a mí me marcaron, empiezo a dar otras cosas. Pero eso no quiere decir que haya perdido la admiración que siento por sus escrituras. Sigo pensando que Raymond Carver y Richard Ford son grandes escritores, aunque hace mucho que no los leo. Creo que han cumplido una función muy importante en mi formación de esos primeros años, cuando intentaba construir un estilo. Ahora me parece que por más que lea muchas cosas, no sé si marquen. No sé si la influencia puede ser tan profunda como lo fue en esos años. Tiendo a creer que no. Las lecturas ya no me afectan como me afectaban antes. Me he acostumbrado a leer de una forma menos ingenua y creo que en eso hay una pérdida. Ahora leo desde un lugar muy técnico, por decirlo de una forma. Me estoy fijando en el estilo, en la estructura, en cosas que antes no me fijaba. Eso permite que los libros me afecten menos. No quiere decir que no me afecten, me siguen afectando, pero ese tipo de lectura pone una especie de barrera y eso es algo inevitable. Creo que todos los escritores tienden a leer de esa manera.

Decías que en tus más recientes libros hay una presencia muy explícita de la violencia. ¿Has pensado a qué se debe esto?

He tratado de pensar por qué, pero no lo sé, y creo que es bueno no saberlo. Si hiciera un ensayo sobre esto, me interesaría saber, pero como no lo estoy haciendo y estoy trabajando en un nivel distinto al que trabaja un ensayista, importa mucho no saber. En la ficción hay cosas que uno no tiene que conocer para poder escribir sobre ellas. En la medida que uno conoce demasiado un tema, uno ya no pude escribir sobre él o, al menos, yo no puedo. Hablo mucho de la intuición y pareciera que vengo hablando de ella desde hace ocho años, pero eso ha sido un aspecto clave en la literatura. Antes de escribir una novela o un cuento, no puedo elaborar el argumento. Tengo que tener una pauta, porque tampoco lo puedo escribir de la nada, pero a medida que conozco muy bien el argumento, ya no pudo escribir. Ese punto ciego para mí es necesario. Necesito andar a ciegas para que el texto se ponga en marcha. La violencia está ahí, siento que está ahí en todo momento, y siento que la presencia del cuerpo también está, cosa que antes no estaba de forma tan marcada. En la novela que estoy trabajando ahora eso está a un nivel mucho más grande que en Una casa en llamas. El cuerpo y la violencia están ocupando un plano central. Quizá en los primeros libros la nostalgia tenía una presencia muy fuerte, pero es como si el final de la nostalgia diera inicio a la violencia. No sé cuánta convicción real hay en eso, pero puede ser una hipótesis de trabajo. No me interesa desarrollarla, pero quizá está ahí.

En los últimos años has publicado en editoriales del exterior, como Periférica, de España, o Eterna Cadencia, de Argentina. Hasta hace algunos años, para un boliviano, publicar en países con industrias editoriales tan grandes era algo excepcional. ¿Crees que eso ha cambiado? ¿Percibes que tu caso o el de otros autores es aislado o, por el contrario, obedece a un interés inusitado en la literatura boliviana?

La verdad creo que no es un interés por la literatura boliviana en general, sino un interés por obras concretas. Y creo que así debería ser. Ese interés por obras concretas ha puesto en el mapa la literatura boliviana. Pensando en mis libros, no sé si hablo explícitamente de Bolivia o qué tratamiento tengo de Bolivia. No creo que Bolivia, dentro de mi ficción, sea de interés para un editor. Ni siquiera hay un tratamiento exótico de Bolivia. Escribo sobre una clase media cruceña, cuyos problemas pueden tenerlos un colombiano, un español o un argentino. En ese sentido, no sé si hay algo específico boliviano. Sé que Bolivia es un contexto. Por otro lado, a mí no me interesa que la literatura explique un país. Creo que es una forma errada de acercarse a un libro de ficción, eso de tener que leer una novela porque con ella vas a conocer muy bien cómo funciona la sociedad boliviana. Ese es un criterio sociológico para juzgar una obra de ficción y a mí no me interesa. Pienso que si ciertas cuestiones sociales de un país están reflejadas en un libro, eso viene a ser un extra. Hay que valorizar un libro por cuestiones estrictamente literarias. Eso se refiere a cuestiones de estructura y de estilo y a cómo el autor puede sostener ese universo. En la medida que ese universo sea autónomo, provoque una serie de reacciones emocionales, creo que hay literatura. Lo otro, el marco grande, siempre va a ser un excedente. Creo que la forma justa de aproximarse a un libro es desde lo literario, no desde lo social.

En una entrevista que concediste a propósito de Una casa en llamas, afirmabas que te interesa la literatura que trabaja la brutalidad desde la técnica. ¿Qué persigue tu literatura al apelar a esa brutalidad?

Lo que intenté explicar en esa entrevista es que a mí me interesa la intensidad en la literatura. No me interesa la literatura que se mueva en un plano intelectual. No me interesa esa literatura que se entiende como un problema. La literatura no es para mí un algoritmo. Me interesa la literatura que me da asco o me entristece o me hace reír a carcajadas, que me provoque una reacción más allá de lo intelectual, entre comillas. Cuando digo que me interesa la intensidad, la fuerza, la brutalidad, no me interesan per se; me interesan cómo se dan en un contexto de la técnica. En ese sentido, creo que hay una dialéctica entre la técnica que básicamente establece un marco y la brutalidad que es gasto puro, que es derroche. Me gusta cómo funcionan estas dos cosas que, en las raíces, tendrían que ser antagónicas. Esa simbiosis se da no solamente en la estructura de la narración, sino en el mismo lenguaje. Hago mucho hincapié en el lenguaje, pero, al mismo tiempo, me interesa que el lenguaje no sea el protagonista, que sea invisible. Creo que la única forma de que el lenguaje en literatura adquiera cierta materialidad, que nos provoque una experiencia, es poniéndose en un segundo plano. Cuando leo una novela que me hace pensar que estoy leyendo lenguaje, es una novela que fracasa. Cuando leo una novela o un cuento y me lleva a la experiencia, suspende mi propia situación vital y me introduce a ese mundo ficticio autónomo creado, creo que la obra funciona, más allá de que no tenga que ver con lo que yo soy. Propiciar esa experiencia es el verdadero fin de la ficción. Eso es la intensidad en la ficción. Un libro que no me suscite esa transferencia de mi realidad a otra es un libro que fracasa. La literatura tiene que propiciar ese tipo de viaje y para ello el lenguaje es fundamental.

Adelantabas que estás escribiendo una novela. ¿En qué proyectos estás trabajando actualmente?

Estoy trabajando en dos cosas: esta novela que ya está prácticamente acabada y en un libro de ensayos autobiográficos, narrativos. Este libro está bien avanzado, pero no está acabado. También estoy escribiendo cuentos, pero no con la finalidad de reunirlos en un libro. Estoy empezando a escribir cuentos después de mucho tiempo y quiero acumularlos. Como proyectos de libros están la novela y el libro de ensayos.

¿Se editarán en el extranjero, al igual que tus anteriores libros?

Sí, y a ver si esta vez se pueden publicar también en Bolivia.

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Magela Baudoin

Baudoin: “Los seres humanos y el arte no se pueden concebir sin la mentira”
Entrevista a Magela Baudoin
Por: Andres Rodriguez

La India, Colombia, Perú, Argentina, próximamente de nuevo al país cafetero y después a México. Ha sido un año movido en términos de viajes para la escritora Magela Baudoin (1973), pero satisfactorio, afirma. La composición de la sal (Plural, 2014), su obra de cuentos por la que ganó el II Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez, marcó un antes y un después en su carrera. El galardón, cuenta la boliviano-venezolana, le ha dado una difusión “colosal” a su trabajo, visibilizándola en casi toda América Latina. Sin embargo, se declara muy enemiga de ser grandilocuente: “Prefiero tomarlo como un golpe de suerte colosal, que me permita seguir escribiendo con miedo y con terror a equivocarme, con ansias de seguir corrigiendo”.

Baudoin, además de escritora, es periodista y profesora universitaria. Es fundadora y coordinadora del Programa de Escritura Creativa de la Universidad Privada de Santa Cruz. Es autora del libro de entrevistas Mujeres de Costado (Plural, 2010) y de la novela El sonido de la H (Santillana, 2015), por la cual se hizo con el Premio Nacional de Novela 2014.

Actualmente trabaja en dos proyectos literarios, una novela de título tentativo Solo vuelvo en tu caída y, paralelamente, en un libro de cuentos, con el cual se está divirtiendo “muchísimo”. La autora, afincada en Santa Cruz, es una de las voces que, con la ponencia “Vindicación de la mentira”, participó en el IX Encuentro de Escritores Iberoamericanos, evento que culminó ayer en Cochabamba.

Baudoin dialogó con la RAMONA sobre la charla que brindó durante el Encuentro, sobre la importancia de la invención, las fronteras entre la realidad y la ficción en su proceso creativo y acerca de sus dos nuevos proyectos, entre otros temas.

Habló de la importancia del miedo al momento de escribir. ¿Por qué considera importante escribir con esa sensación?

Yo creo que si escribes desde la seguridad, estás muerto. La escritura tiene mucho más que ver con el noble oficio de un carpintero, de un fontanero, de un escultor -cuando estoy más optimista-, que con un ejercicio genial e iluminado. Es un oficio que tiene que ver con reescribir, con corregir, con una búsqueda incesante que se planta en la duda, en la duda de una mirada frente al mundo, pero también la duda frente al texto. Yo trabajo con mucha reverencia, con mucha inseguridad y por eso corrijo tanto.

Tiene también que ver con la humildad al momento de escribir. ¿O con algo distinto?

Sin duda. Con la humildad, con el respeto al lector, con la conciencia de la imperfección de lo que estás haciendo. Trabajando mucho, incluso, lo que estás entregando es imperfecto. Es lo mejor que has hecho, pero es imperfecto. Si no corrigiera mil veces, no sé qué podría salir.

Hablando sobre la ponencia que presentó en el encuentro, se refirió a la “vindicación de la mentira”. Parecería la fusión de dos conceptos distintos. ¿Cómo se explica la unión de ambos?

He trabajado sobre la idea de que, a pesar de que la mentira es algo que se censura educativa, social y moralmente, los seres humanos y el arte no se pueden concebir sin la mentira. En mi caso, eso está plantado muy temprano en la infancia. Yo era una niña terriblemente mentirosa y eso tenía que ver con que mi espacio natural de juego era la invención, era la fantasía. Era algo que no era censurado en mi casa, sino que probablemente era alentado, y creo que ese laboratorio creativo inicial probablemente sea el más importante de mi vida. No solo estaban los libros allí. Estaba la posibilidad del juego, de la charla, la música, las radionovelas. Una gran contaminación que hacía que ese espacio fuera casi un ambiente natural para la creación de la fantasía. En ese caso, la invención es un juego, es uno de los espacios que hallo más importante en mi proceso creativo. Esta vindicación que hago de la mentira tiene que ver con la recuperación de ese ejercicio lúdico.

Al trabajar tanto en la novela como en el cuento, ¿en cuál de los dos géneros se siente más cómoda al momento de la invención para escribir?

No es que prefiera uno más que el otro. Creo que tienen latidos distintos. El cuento, por su pulsión narrativa, siempre ha sido muy cercano a mí. Es un género que me gusta muchísimo y lo prefiero en la lectura, y sin embargo no es que prefiera escribir cuentos. Me gusta el cuento y me gusta la novela, solo que son dos pulsiones distintas. La condensación en un caso y la extensión en otros. En ambos hay una búsqueda poética y yo disfruto mucho de ambos.

Se inició como periodista. Esa profesión exige dejar claras las fronteras que separan la realidad de la ficción. ¿Es la posibilidad de la invención lo que la llevó hacia la literatura?

No sé. Esto lo dije en mi ponencia y puede responder a lo que señalas. La narración es algo que está ligado al lenguaje desde nuestros orígenes. Y si pensamos en dos narradores paradigmáticos, podríamos pensar en Ulises y en Edipo. Uno el viajero que sale al mundo, vive y cuenta, como un poco decía Hemingway que él era; y otro, el mago, el adivino que está anticipando, que está escudriñando, una suerte de detective que sabe leer los signos y teje una historia sobre algo que no está dicho, sino que él está intuyendo. Creo que ambos tipos de narradores podrían asimilarse por un lado al periodismo y, por el otro, a la ficción. Me parece que el viajero tiene mucho que ver con el periodista, con este hombre que sale al mundo y mira y vuelve y cuenta lo que ha visto. Yo siento que mi yo periodista dialoga con ese tipo de narrador. Pero mi yo mentiroso, mi yo narrador, tiene que ver con el druida, con el que va tejiendo pistas y armando una historia sobre datos que no están completamente visibles y que sin embargo permiten inventar y ficcionar.

El sonido de la H es una novela que tiene mucho de autobiográfico. ¿Dónde se traza la línea de lo que le pertenece a usted y de lo que ficciona?

Yo parto de la memoria y luego exagero, la destruyo, la tergiverso, la rompo, y en ello me construyo y me destruyo siempre. Mi vocación no es autoreferenciar, sino es un hecho que funciona como detonante, así me parece que es el arte en general, no solo en mi caso. Un hecho plantado en la memoria es un detonante para contar algo más.

Tiene dos nuevos proyectos, un cuento y una novela. ¿Qué es lo que está buscando explorar como escritora?

Estoy trabajando en una novela que tiene como título tentativo Solo vuelvo en tu caída y en un libro de cuentos, en paralelo, con el cual me estoy divirtiendo muchísimo, porque ha salido casi como un regalo de todos estos viajes. En la novela es difícil definirlo de una sola vez, porque, como no está terminada, todo lo que va a contar no está contenido, pero estoy trabajando sobre el tema del duelo y la reparación de este sentimiento, en cómo es que una ausencia puede constituir una presencia tan contundente y tan grave en la vida de los que quedan. En el caso de los cuentos, estoy trabajando sobre las miradas distorsionadas, sobre elementos históricos o no históricos que encuentro. Por ejemplo, tengo un cuento sobre Josef Mengele visto desde un lugar que puede ser inesperado, que es desde la muerte. Me interesa visitar ciertos lugares, ciertos personajes o ciertos espacios desde miradas inesperadas, es un poco el desafío de este libro de cuentos.

Hablando sobre la literatura nacional, en los últimos años escritores y escritoras de Bolivia están recibiendo reconocimientos en el extranjero ¿Cómo ve a esta nueva generación de literatos?

Yo que creo que es una generación que, si tiene algo en común, es el enorme trabajo que hay detrás de sus textos. Si algo distingue el trabajo de estos escritores es el enorme compromiso que hay con su literatura, que es evidente en su trabajo.

¿Qué es lo que falta para impulsar la industria literaria nacional?

Nuestro principal problema es que nosotros tenemos un oficio artesanal, que es el de los escritores, pero no hay un llamado sistema de literatura o, si lo hay, es muy precario, porque la literatura no está compuesta solo de autores que escriben. También está compuesta por las universidades, por la crítica, por la difusión, por el sistema editorial, por los lectores. Y, si miramos cada uno de esos eslabones, vamos a ver que son muy endebles. Me parece que eso hace que nuestra literatura sea todavía artesanal y dependa de este enorme esfuerzo de creadores y este enorme esfuerzo que se hace desde distintos lugares, pero que no corresponden a una política cultural mayor que entienda que la cultura es algo en lo que se invierte y no algo que hacen a pulmón los creadores solamente.

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hasbun

Hasbún: “Lo que no se dice termina siendo más relevante que aquello que sí”
Entrevista a Rodrigo Hasbún
Por: Sergio de la Zerda

“Rodrigo Hasbún: recuerden ese nombre”, sugirió hace exactamente una década el escritor Edmundo Paz Soldán. La recomendación encabezó la contratapa de Cinco (2006), primer libro -de relatos- de Rodrigo Hasbún (Cochabamba, 1981). No han faltado desde entonces los motivos para tener siempre presente al literato al hablar de las letras nacionales.

En 2007, fue invitado al encuentro Bogotá39 como uno de los 39 escritores latinoamericanos menores de 39 años más importantes del continente, y la revista Granta lo incluyó en 2010 en su selección de los mejores escritores jóvenes en español.

El también autor de Los días más felices (2011, cuentos), Cuatro (2014, cuentos), Nueve (2014, cuentos) y El lugar del cuerpo (2007, novela) terminó de hacerse un buen nombre en la escena literaria con Los afectos (2015), novela ampliamente reseñada dentro y fuera del país, y elegida en Bolivia como el mejor libro del año pasado.

Editada por El Cuervo (la primera edición en España estuvo a cargo de Penguin Random House), la obra ficciona el desmembramiento de la familia alemana Ertl que, a mediados del siglo pasado, vino a residir al país tras el colapso nazi. Las rupturas de los lazos parentales son un pretexto, un marco que hábilmente tomó Hasbún para retratar lamentables episodios de la historia nacional.

Sobre esa novela, entre otros trabajos que fueron traducidos al inglés, italiano, holandés y portugués, dialogó la RAMONA con Hasbún, uno de los invitados al IX Encuentro de Escritores Iberoamericanos que ayer concluyó en Cochabamba.

¿De qué modo particular le son útiles los encuentros de escritores?

La escritura es un oficio solitario y los encuentros te sacan de ese encierro. Durante unos días puedes oír a otros escritores (a los que en el mejor de los casos has leído y admiras) y, eventualmente, a uno o dos lectores que aprecian lo que haces. También puedes perderte por ahí, en ciudades que conoces bien o que desconoces por completo. Ves cosas, las oyes, acumulas sensaciones, te desentumeces, y todo eso hace que algunos encuentros sean gratos y provechosos. La contraparte es que desordenan tu rutina. Interrumpen la escritura y te obligan a ocupar, a menudo de forma incómoda, el rol social del escritor, con todas las expectativas y desentendimientos que eso conlleva.

Su ponencia para el encuentro se denomina “Buenas tardes a las cosas de aquí abajo”. ¿Cuáles son esas cosas y de qué manera le ayudan en su literatura?

Es un título que le robé a Antonio Lobo Antunes. Por un segundo me lo imaginé como una especie de mantra que algunos escritores podríamos repetir antes de sentarnos a escribir. Buenas tardes a las cosas de aquí abajo, podríamos decir entonces. Buenas tardes a las horas libres por delante, al dolor de rodillas, a la taza de café. Buenas tardes a los viejos amores y a los nuevos amores, a las canciones que nos mueven en el tiempo, al recuerdo de ella desnuda en una cama. Buenas tardes a las cosas que se pierden y a las que se rompen, pero también a las que persisten, a todas esas formas que tenemos de sobrevivir. Son la materia prima de la escritura. Lo que la motiva y le da sentido.

Por su temática, vinculada a la narración de la lucha armada de la izquierda en Bolivia, se ha dicho que Los afectos guarda cierta relación con Los fundadores del alba (1969), de Renato Prada Oropeza. ¿Cree eso posible?

Leí Los fundadores del alba hace casi veinte años, en mi último año de colegio, y la recuerdo poco. Así que me costaría darte una respuesta convincente más allá de lo obvio: que las dos novelas comparten algunas preocupaciones y una época. Sería interesante leerlas lado a lado, ver qué puede decir cada una de ellas sobre los años de guerrillas y también sobre el momento en el que fueron escritas.

“Crecer es deteriorarse. Así se podría resumir una de las tesis de Los afectos”, dice una reseña de su última novela en estas mismas páginas. ¿Está de acuerdo?

Como decía Fitzgerald, al menos desde cierta perspectiva, toda vida es un proceso de demolición. Al mismo tiempo, con los años nos vamos multiplicando por dentro, y nuestra mirada se ensancha y fortalece. Son dinámicas que felizmente no se excluyen. A mí antes me interesaba sobre todo la primera, pero ahora mismo la segunda ha empezado a intrigarme más.

Otra reseña, publicada en El País, señala: “De Los afectos (…) conviene destacar, de entrada, la extrema concisión de una prosa que sugiere más de lo que está contando”. ¿Cuán difícil es lograr esa concisión para narrar sin hacerlo en detalle?

Soy de los que creen que lo que no se dice termina siendo más relevante que aquello que sí. Para mí el misterio de los libros y su capacidad de existir después de que terminas de leerlos están directamente ligados a los silencios que contienen, a las preguntas que dejan abiertas, a lo que sugieren nada más. Para intentar lograr algo de eso la etapa de la edición es decisiva. Las primeras versiones siempre son más excesivas y vuelteras. Hace falta acallarlas un poco.

¿Qué líneas de continuidad en su escritura halla entre El lugar del cuerpo (su primera novela publicada en 2007) y Los afectos?

Prefiero prestarle atención a lo que la diferencia más que a lo que las une. El lugar del cuerpo es una novela introspectiva, y solo un personaje importa realmente. En Los afectos, en cambio, varios deambulan por el libro, y unos se atestiguan a otros, y su viaje interior se contrasta con la aventura exterior. En alguna medida, escribir un nuevo libro es responder a otros, intentar hacer mejor aquello en lo que se falló antes, y creo que sucedió algo de eso entre las dos novelas. Por otra parte, sin embargo, siempre terminan emergiendo algunas persistencias (y es en esas persistencias donde vemos de qué está hecho un escritor), en el tono y el ritmo, en los detalles, en su forma de mirar.

Acerca de Los días más felices, cuya reedición ha adelantado la editorial El Cuervo, ha señalado hace unos años que en esa obra “abundan los jóvenes que miran hacia delante, con incertidumbre y miedo pero desde un presente que parece interminable”. ¿Es una mirada que comparte actualmente?

Así es como piensan y viven los personajes de ese libro. Son jóvenes en su mayoría y no parecen tenerlo miedo a nada y más o menos asumen que van a vivir para siempre. En mis últimos dos libros, que ya escribí pasados los 30, los personajes en general están algo más viejos y sus cuerpos empiezan a mandarles señales inquietantes y mantienen otra relación con el presente, que para ellos aparece condicionado por la memoria, por todos los que fueron antes de ser los que son o creen ser. Yo, claro, ando en las mismas.

¿En qué proyecto literario trabaja?

He estado escribiendo ensayos y cuentos sueltos, y hace poco comencé algo que quizá termine siendo una novela. Esas cosas a veces se desmoronan de un segundo a otro, así que no me atrevo a decir mucho más.

Fuente: La Ramona


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