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Víctor Hugo Viscarra, heredero no reconocido de Saenz

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Víctor Hugo Viscarra, heredero no reconocido de Saenz
Por: Sebastián Antezana

Hablar de Víctor Hugo Viscarra se ha vuelto algo complicado o, por lo menos, algo complejo. A cinco años de su muerte, ocurrida por una cirrosis fulminante que lo acometió en medio de una de sus célebres recaídas en la bebida, el escritor paceño se ha vuelto una especie de icono de cierta literatura y cierta forma de ver la vida, practicadas con especial esmero en nuestra ciudad.

Referirse a Viscarra se ha vuelto algo complejo porque, como pasa con otros escritores, hasta cierto punto, su obra ha pasado a ser secundaria en los ojos de algunos lectores. En claro, dos figuras rodean y acompañan implacablemente al escritor: el alcohol y una marginalidad extrema. Ambos elementos, como se sabe, han sido espacios privilegiados en la literatura boliviana desde mucho antes que las páginas de Jaime Saenz empezaran a conmover sensibilidades. Carlos Medinacelli y Armando Chirveches, por citar sólo dos, ya habían propuesto algunos vistazos del fenómeno, aunque suscribiéndolo a espacios más rurales que citadinos, pero no por eso menos innovadores. Aunque es claro también que, en este tema, el autor de Felipe Delgado se lleva la palma por unanimidad. Con la irrupción de esta novela en las letras nacionales suceden dos actos absolutamente centrales: el primero, se oficializa la llegada de un nuevo tipo de habitante a la historia de la literatura: el inmigrante aymara que del campo llega a la ciudad de La Paz para convertirse en centro de su periferia, y, el segundo, se crea una nueva categoría sociológica y literaria —aunque no aceptada unánimemente, hay que decirlo—, el grotesco social.

¿Heredero de Saenz?

Bajo tamaña sombra, entonces, Viscarra dio sus primeros pasos como el heredero no reconocido de Saenz. Aunque rápidamente, tras una primera lectura, las diferencias entre ambos comenzaron a salir a la luz. Tras los libros de Viscarra se muestra un proyecto muy distinto del saenziano. Mientras el último muestra una construcción casi mística de ciertos espacios como la ciudad, la noche y la muerte, el primero es mucho más práctico. Los personajes de Viscarra son delincuentes, prostitutas, borrachos, gente desesperada por la soledad, el frío y el hambre, que tratan de vivir fielmente cercanos a la realidad, por más dura que sea. Son personajes que ven la vida como una lucha y que acaso vislumbran en la muerte una especie de consuelo. Son personajes profundamente resentidos con la sociedad, con el establishment, con las instituciones públicas, el Gobierno, la Iglesia. Son personajes que batallan contra enfermedades como la tuberculosis y el olvido, las úlceras y la soledad. Y son todos así, están construidos con un mismo perfil porque, en el fondo, todos los personajes de Viscarra son uno solo, él mismo, multiplicado y exhibido hasta el paroxismo. Ya en el prólogo a Alcoholatum y otros drinks, Virginia Ayllón hace referencia a este carácter autorreferencial, autobiográfico, de su escritura.

El Bukowski boliviano

Su afán, como él mismo lo expresó en una entrevista que concedió al periódico chileno La Nación, el 19 de junio de 2005, era el siguiente: “Vivo en mi mundo. Estoy por mi gente, porque son mis delincuentes, son mis putas, mis maracos, mis mendigos, mis ladrones. El único portavoz que ellos tienen soy yo. Para mí la escritura es como una especie de desahogo. ¡Nunca esta maldita sociedad me ha dado algo!”. Por esa actitud y por una evidente vocación no sólo de retratar sino de sumergirse literaria y literalmente en las entrañas del submundo que habitaba —esa periferia de la ciudad que constituyen ciertos barrios, especialmente la noche de ciertos barrios paceños—, alguna prensa le puso un nombre quizás ocurrente, quizás ingenuo: el Bukowski boliviano. Porque hay que destacar un hecho que no valida en nada la obra de Viscarra, pero en el que se puede ver un compromiso con la literatura más allá de todo lo demás: Víctor Hugo era verdaderamente un marginal, un lumpen, un completo desheredado. Sin familia ni pareja, se dedicaba a rodar por las mismas calles sobre las que otros escribieron desde sus casas. Llevando al extremo la recomendación de Émile Zola, ese dinosaurio del naturalismo, vivió antes de escribir y escribió estrictamente sus vivencias. Su prosa lo atestigua, como puede verse en el cuento inédito “El Ejército de Salvación”, que recogió Manuel Vargas, su editor y amigo: “El albergue que tiene esta institución está ubicado a pocos pasos del mercado Rodríguez, justo al frente del famoso bar El Averno. Con unos cuantos chichis se puede venir a dormir aquí. Tiene 87 camas, donde suele dormir gente de toda condición social y que se dedica a todo tipo de actividades. Hay artilleros de los más pesados, macheteros ambulantes, choros, cargadores, ayudantes eventuales, beneméritos de la Guerra del Chaco, vizcachas del barrio, vaguinzones o lagartos, mochileros y artesanos que venden chucherías en las calles, expresidiarios y una serie de tipos más (…). En el tiempo en que frecuenté este albergue, muchos alojados estiraron la pata y de esta manera perdieron para siempre sus camas. Entre los que recuerdo están don Deme, un viejito benemérito que una mañana amaneció muerto en su cama, la número 43. Mientras llamaban a la Policía para que recoja el cadáver, no faltó un muchacho rana que cogió su bastón y fue a venderlo al Alfonsito, que dormía en la primera sala. Los compañeros de don Deme, desde entonces, durmieron tranquilos porque, como era un viejito asmático, su tos no les dejaba descansar…”.

Tras la muerte de Viscarra, el mismo Manuel Vargas escribió un pequeño adiós que tal vez describa con mejor tino que de cualquier otra forma lo que parece haber sucedido con la obra de Victor Hugo. Dice allí: “Nadie podrá decir que Víctor Hugo Viscarra ha sido el gran escritor de Bolivia; tal vez es curioso que él hubiera logrado escribir pese a las condiciones con que sobrellevaba la vida. Ésa fue tal vez su mayor virtud, porque Viscarra, entre otras cosas, tampoco era de familia, heredero de alguna tradición intelectual. Era simplemente un escritor, alguien que sintió la necesidad de narrar aquello que, de otra manera, nadie contaría… Lo cierto es que Víctor Hugo no ha debido ver sino con socarronería aquellas loas de quienes lamentaban su muerte y seguramente sintió la necesidad de tomarse un trago por la salud de los enfermos. Quién sabe si lo habrá conseguido”. Un aspecto fundamental se desprende de este comentario: si hablamos estrictamente en términos literarios, Viscarra no era ni es uno de los grandes escritores de Bolivia. Su obra nace de una necesidad —muy comprensible y válida— de expresarse, de darle voz a los sin voz, como él mismo indicó. En su literatura no se vislumbran las bases de ningún gran proyecto intelectual ni de un trabajo radical con el lenguaje, más allá de ciertos giros y recurrencias afortunadas. Tampoco se percibe en él una escritura interesada por develar las minucias de las relaciones personales y sociales, ni de tratar de ver el mundo bajo una luz más crítica y más amplia. Su proyecto fue, quizás, de menor alcance pero de una honestidad y una fuerza notables: lo que quiso es escribir de lo que sabía, nada más que eso, nada menos que eso. Y lo que Viscarra bien sabía, como nosotros también sabemos, es de esos espacios clásicamente denominados marginales, que crean unos seres, un lenguaje y unas dinámicas absolutamente irrepetibles. Y haberlo hecho, y haber tenido éxito en ello, desde sus condiciones —porque aunque tal vez no debería serlo, es casi imposible no tomarlas en cuenta—, es un hecho valeroso, honesto y que merece aplausos (…).

Fuente: La Ramona


Adriana Lanza: ‘El silencio es el preludio a la explosión de la palabra’

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Adriana Lanza: ‘El silencio es el preludio a la explosión de la palabra’
Por: Naira de la Zerda

La escritura poética se rige por un tiempo donde —con paciencia— se debe esperar a que la intensidad emotiva se transforme en energía creativa. Así lo entiende la escritora Adriana Lanza, quien —tras cinco años de silencio— presentará su cuarto poemario Plexo solar (Ed. Escándalo en tu barca), el 1 de febrero a las 19.30 en Efímera (final Sánchez Lima 2667).

Además de trabajar en educación, Lanza creó el colectivo Escándalo en tu barca, con el que organiza eventos artísticos, con la poesía como eje central. El más destacado ha sido el primer Encuentro Nacional de Escritoras. Ha publicado el libro de relatos Libro de armar (2007) y los libros de poesía: Primer alumbramiento (2003), Tiempo de sirenas (2009) y Poesía silvestre (2013).

¿Por qué eligió la poesía para desarrollar su escritura?

Escribo poemas desde muy pequeña, los inventaba sobre todo para regalarles a mis abuelas y abuelos. Y prácticamente soy incapaz de decir si fue una elección. Sí puedo comentar el proceso para llegar al poemario que prontito será publicado.

En 2018 empecé a revisar los poemas que ya tenía escritos, muchos fueron quemados imaginariamente, otros los reuní en constelaciones. De todos ellos me quedé con uno, De fondo oscuro (que permanece en Plexo solar); de repente en abril me di cuenta de que ya había empezado a escribir otra cosa, casi de un tirón. Y que se acompañaba de un cambio en mi propio ser, algo así como un crecimiento personal. Desde abril hasta diciembre revisé el nuevo libro que se formaba, con tiempos extensos de reposo para que no me engañe.

¿Qué marca que un poemario esté terminado?

Cuando comprendí que el término Plexo solar englobaba lo que había creado, supe que el poemario ya estaba listo. Podría quedarme con esta idea. Pero yo necesité un empujón más para decidir compartir el libro con las demás personas. Pensé durante mucho tiempo que era pura vanidad publicar un libro de poesía cuando sientes una profunda inseguridad frente a denominarte “poeta”. Entonces me llegó un libro de Chile gracias al amigo poeta Carlos Cardani: Cavilaciones de Juan Emar. Un poco me salvó y otro poco me puso contra la pared. Parafraseándolo, decía que nuestro espíritu, al publicar un libro, se abre a la totalidad de la vida. Quienes no lo hacen están simulando a los padres que se creen dueños de sus hijos y les privan de lanzarse al mundo. Pensé entonces que uno tiene que asumir su creación, monstruosa o sublime, hacerse cargo, soltarla, implique lo que implique.

¿Cuál fue el detonador creativo de Plexo solar?

Pienso que la escritura brota de experiencias sutiles o intensas de la vida cotidiana. Surge finalmente de la vida, pero no sin antes haber dejado que las emociones se hagan cenizas. A puro fuego no se hace poesía. Es preciso el carbón, incinerar la emoción para hacerla semilla.

Después de mi último libro Poesía Silvestre (2013), ocurrió un silencio muy amplio, de cinco años. Nunca dejé de escribir, pero el tramo de 2013 a 2018 se convirtió para mí en una selva negra sin camino al infierno ni al paraíso. Esos momentos de trance en que una se queda colgada, mirándose a sí misma, siendo testigo de los propios monstruos, inseguridades, banalidades. Escribía sin parar aquello que precede a la poesía, aquello que te refleja la propia miseria, aquello que te convierte en un ser que solo mira su ombligo.

¿Cómo transformar esa escritura y dotarla de la levedad del aire universal y al mismo tiempo respetar la trama incomprensible para el ser humano? ¿Cómo hacer poesía? Esas preguntas son bastante lógicas y, para ser franca, realmente no me las hice. Porque la poesía es también aquello que brota de las entrañas. Solo quiero decir que el silencio es el preludio a la explosión de la palabra.

Es un ritual para mí en la escritura el convocar a mis maestros y a mis muertos. Esta vez decidí iniciar el libro tomando el homenaje que tenía a algunas escritoras como Hilda Mundy, Blanca Withüchter, Clarice Lispector o Marossa di Giorgio, entre otras. También estamos hechos de nuestros ancestros. Empezar a dar un orden al libro me dotó de mucha energía, como si esa primera puesta en escena de mis escritoras muertas hubiese dotado a la casa de cierta energía que me dejaba mirar a los objetos con más luz, encontrar las palabras, lograr armonía y estridencia al mismo tiempo; hablar de lo inexplicable.

Frente a ese entramado, el momento de la explosión de la casa, esa donde vives, que seguramente le sucede a todo ser humano, sea una experiencia mental o física, ese momento de la explosión ya había pasado, las cenizas ya habían encontrado su lugar en el suelo, desde ahí había que levantar la morada con palabras y ese es finalmente el detonante para que el poemario se estructurara y adquiera un nombre: Plexo solar.

¿Existe alguna relación entre este poemario y los anteriores?

A mí me gusta hablar con los muertos, más que hablar de la muerte. En ese sentido mis poemas tienen un halo luminoso, porque les permito un paraje de encuentro con los vivos.

Valoro mucho la infancia, la poeta es la niña que trama desde adentro los enlaces más asombrosos, mágicos, vigorosos. Lo inexplicable, el irremediable dolor es también pasta en todos mis poemas, cómo no cantarle a lo oscuro.

Por otra parte, una constante es la configuración de la escritura, la mujer que se mira a sí misma, se cuestiona y se revela frente a una mirada patriarcal.

¿Cómo influenció en su escritura su trabajo con el colectivo Escándalo en tu barca?

Una misión que me planteé hace varios años, quizá desde 2007, era abrir un espacio de encuentro de poetas, donde los varones y las mujeres tuvieran una participación equitativa. Desde la adolescencia había frecuentado espacios interesantes de artistas donde el 90% eran varones. Un ejemplo fue egresar de la carrera de Literatura de la Universidad Católica, donde el primer tramo fue sufrir porque era la única chica, entonces primero me enfrentaba conmigo misma por mi timidez y segundo me enfrentaba a mis compañeros porque se trataba de un grupo muy hermético. Debo decir, sin embargo, que el segundo tramo lo disfruté plenamente porque el grupo hermético se abrió, yo me abrí y empecé a gozar de momentos— más allá de la parranda— intensos de compartir la lectura y la escritura, descubrir a mis amigos escritores, a mis amigos poetas,— Pablo Koechelin, Juan Pablo Piñeiro, Alejo Torrico, Roberto de la Quintana, Alan Castro, Fernando Ballivián— seres con el poeta intacto en el fondo, aunque no todos hubiesen publicado su obra. Que llegara al grupo mi amiga Genoveva Duarte, bailarina y dragona, fue también trascendental. Durante todo este tiempo pensaba yo, qué pasa, dónde están las mujeres que hacen de las suyas en la poesía…

Por eso, en 2013 inauguré el colectivo Escándalo en tu barca con Gabriel Sánchez. Se sumaron más adelante Álvaro Arandia, Fernanda Verdesoto, Eduardo Blanco y Geraldine O’Brien. Se realizaron desde ese año lecturas frecuentes de poesía con una participación general de un 60% de mujeres. Era tiempo de efectuar el Primer Encuentro Nacional de Escritoras y lo hicimos en La Paz, en el marco de la Feria Internacional del Libro 2018, con la participación de, al menos, 40 escritoras.

Ahora ¿cómo influenció mi escritura en todo esto, o cómo Escándalo en tu barca influenció en mi escritura? Creo que estar con la responsabilidad de realizar un evento como el de Escándalo en tu barca te vuelve mucho más exigente con la propia creación, por eso quizá tardé tanto con la publicación de Plexo solar.

Fuente: Tendencias

El valor de las palabras

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El valor de las palabras
Por: Fernando Iturralde

Ha sido un honor y una gran alegría para nosotros poder tener acceso al nuevo libro de Rodrigo Hasbún que publicó la Editorial El Cuervo hace pocos días. El título de esta colección de “textos de ocasión” es Las palabras. Se trata, en efecto, de la reunión de 12 textos que el autor nacido en Cochabamba escribió a pedido, para diversas situaciones entre los años 2012 y 2018. De entrada, debemos decir que el libro es muy divertido y es difícil transmitir plenamente esto a menos que se lo lea.

El libro se divide en cinco partes; obviamente, esta división recuerda tanto el título como el número de cuentos del primer libro de Hasbún. Los textos no están organizados en orden cronológico, por lo que el lector debe tratar de buscar las razones del ordenamiento. La intertextualidad y el diálogo con el resto de la obra del autor son un aspecto significativo e importante de este volumen. En este sentido, el lector asiduo a Hasbún se encontrará rastreando pistas que son parte del universo del autor y que, sin duda, colaborarán en la comprensión de su obra.

Las partes del libro están marcadas solo por números, cada texto al interior de estas partes tiene un título propio. La primera sección contiene un solo texto de 2017, Buenas tardes a las cosas de aquí abajo. Desde este primer texto encontramos un esfuerzo por pensar el arte novelesco y la labor del escritor. El autor nos dice, por ejemplo, que “[n]o cre[e] que haya nada más difícil que evocar con palabras muertas personajes que estén vivos, y últimamente siento que eso es lo que más diferencia a los buenos novelistas” (12). En el primer texto de la segunda parte, Las grandes virtudes de Natalia Ginzburg, encontramos una alusión cercana a la anterior, aunque aparentemente invertida o modificada. Es también una referencia al uso de las palabras, solo que esta vez en relación con la primera novela de la escritora italiana que da título al texto: “Como cabía de esperar de un libro que usaba palabras nuevas para referirse a cosas viejas, provocó críticas entusiastas y despiadadas” (20, los énfasis son nuestros). Este texto es de 2016, un año antes que el primero.

El segundo texto de la segunda parte lleva el título de Abbas Kiarostami, el resplandor del mundo. Entre otras cosas, este texto resulta fascinante por la explicación que hace Hasbún de las puestas en abismo que utiliza el director iraní en su obra. De hecho, el texto puede funcionar como una introducción ideal a la obra de Kiarostami y a la comprensión de la complejidad que puede alcanzar un tipo de cine que no es ostentoso de lo costoso que resulta hacer.

La tercera parte es la que contiene más textos, cinco en total. A su vez, esta parte es sumamente rica e interesante en cuanto a los temas que trata y a las formas que utiliza para tratarlos. El primer texto de esta sección es el que da título a la colección: Las palabras. Formalmente, el texto parece un cuento pues es sumamente narrativo y contiene una pequeña historia que está entrelazada con una reflexión divertida, graciosa y a la vez profunda sobre toponimia y regionalismos. Además, nos da a conocer una serie de curiosidades que contribuyen a la confusión de registros literarios: ¿lo que nos cuenta es real? ¿Existe realmente el libro del que habla el texto? Con internet, obviamente, es fácil hacer estas averiguaciones, pero eso no quita que el texto pueda adquirir dimensiones borgianas si se lo lee como un cuento.

El segundo texto de esta tercera parte es Notas para una ponencia. Aquí se discute el tema de la relación entre lo global y lo local en la literatura. Es una pieza sumamente productiva para comprender cómo un escritor con la trayectoria tan particular como la de Hasbún se sitúa con respecto a su pertenencia nacional y a su circulación global. El autor hace otra declaración fundamental sobre lo que él concibe como literatura: “para mí, la experiencia y la memoria y la imaginación (que son los tres motores que ponen en marcha la escritura) solo pueden ser locales, y a la literatura, que es una suerte de sueño realizado, pienso que le sucede lo mismo” (60).

Si este tema resultaba interesantísimo para quienes trabajan la literatura, el siguiente no decepciona. Se trata de Trazar un mapa imposible, en el aire y es un esfuerzo por dar cuenta de la producción literaria, sobre todo narrativa, de la Latinoamérica contemporánea. Aquí nos damos cuenta del nivel de conciencia que posee el escritor a propósito de todo lo que implica la formación de cualquier canon y de cualquier selección de escritores y escritos en vistas de conformar un panorama literario. Cabe destacar que el texto es de 2012, es decir, es el otro texto más antiguo del libro, junto con La isla desierta.

En continuidad con el texto anterior, el que le sigue, Una lección perdurable, ya no se plantea el problema de las listas de autores o panoramas generales de una literatura, sino que comienza con la interrogante sobre el libro más importante de todos, es decir, el libro que Hasbún rescataría de todos los que existen. Al final, el texto se resuelve con una mención de los libros que más han influido en el autor y con la reiteración de la centralidad de Natalia Ginzburg, con lo que su influencia en Hasbún se hace aún más explícita.

El último texto de esta sección parece estar un poco fuera de lugar en las reflexiones que se venían siguiendo en esta tercera parte. El texto vuelve a coquetear con la forma del cuento o de la crónica y nos va a servir para cerrar este nuestro recorrido (a pesar de que nos falten todavía dos secciones y cuatro textos que dejamos que el lector descubra por cuenta propia). La isla desierta versa sobre un personaje que debe escribir un texto breve, una reseña, sobre una obra de teatro que acaba de ver. Ante el apuro y la dificultad de la tarea, el personaje sopesa la posibilidad de dejar de lado el texto y tan solo escribir una recomendación: “vayan a ver la puesta en escena de La isla desierta del grupo Ojcuro, es una experiencia alucinante” (99). Tan pronto como leímos esto, nos sentimos sumamente tentados de terminar la reseña del libro que ahora comentamos del mismo modo: “vayan a leer la colección de ‘textos de ocasión’ Las palabras de Rodrigo Hasbún, es una experiencia alucinante”.

Fuente: Tendencias

La bacanal de Claudio Ferrufino-Coqueugniot

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La bacanal de Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Por: Guillermo Ruiz Plaza

(El oro de las estrellas extinguidas (textos huérfanos) es el título del conjunto de textos de no ficción que Claudio Ferrufino-Coqueugniot publicará en febrero a través de la editorial 3600, Guillermo Ruiz escribe el prólogo de la obra.)

La literatura de Claudio Ferrufino-Coqueugniot es una bacanal de los sentidos. Hace del tiempo, de la ausencia, de la muerte, una fiesta al borde del abismo.

Este libro singular puede leerse como un diario de viajes por la geografía del mundo, pero también por el espacio inquieto y deslumbrante de la memoria.

En ellos, la música –Mozart, Pink Floyd, Leonard Cohen– es el vehículo privilegiado del pasado. “A veces”, sentencia el autor con elegancia, “una hermosa canción es un castigo”.
La cocina –el aroma de las especias, los sabores y las texturas– y el sexo –el orgasmo, nuestra frágil y melancólica eternidad– son metáforas de la escritura.

Porque aquí la literatura es vida y la vida, literatura.

*
La luz de una estrella es el brillo de lo que ya no existe; lo que perciben nuestros ojos es el resplandor de un fantasma.

El oro de las estrellas extinguidas, el magnífico verso de Georg Trakl, bautiza a la perfección este libro sobre la irrealidad y el fulgor del pasado.

En estas páginas, “uno busca en todo lado la presencia de los seres idos, desaparecidos.” La función de la literatura: preservar del olvido y la indiferencia. Poner a buen resguardo lo que alguna vez fue nuestro –una noche, una mujer, una revelación–, una isla de humanidad única e irrepetible, como quería Montaigne. Un fuego que late en medio del desierto.

*
Nos tritura la rueda de la rutina, el ácido del tiempo nos trabaja, pero la mano errante va dejando trazos. Trazos, textos, tejidos… “El primero de este año”, escribe Claudio, “nunca el último.” Porque aquí la literatura es el motor de la vida, la única puerta de salvación.

*
En estas prosas es palpable el ritmo cabalgante, la riqueza –y a veces la crudeza– de las imágenes, el desenfado de la sintaxis, la orgía del léxico. Como sucede con pocos escritores, al leer a Claudio Ferrufino-Coqueugniot es imposible no reconocer de inmediato el estilo inconfundible, la impronta personal. Estos textos, definitivamente, no son huérfanos.

*
La destrucción de un mundo. De eso habla este libro estremecedor y fragmentario, hecho de trazos y de trizas. “Si el fin del tiempo, no puedo decirlo; el principio, sí. De extensión ignota.”

El territorio abierto delante de nosotros es el de la salvación y la ironía; la lucidez crítica y el goce dionisíaco; la amistad esencial y un erotismo atormentado en la inminencia del vacío; la frágil recuperación de quienes ya no están; el doloroso astillamiento al que nos aboca la pérdida.

*
La literatura de Claudio Ferrufino-Coqueugniot es una fiesta y, como toda fiesta auténtica, es también una lucha. Contra la ausencia, contra el tiempo, contra la muerte. Contra el olvido.

Una lucha perdida de antemano, sin duda, pero en la derrota brilla el oro de las estrellas extinguidas.

Fuente: La Ramona

Paulovich , un humorista en un país de “caras largas y jetas caídas”

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Foto: Marcos Loayza,

Paulovich , un humorista en un país de “caras largas y jetas caídas”
Por: Juan Carlos Salazar del Barrio

Paulovich, alias Alfonso Prudencio Claure, ha llegado a la conclusión de que Bolivia es un país de “tontos solemnes y levudos”, de “caras largas y jetas caídas”, que han perdido el sentido del humor. O que nunca lo han tenido. Ni qué decir de los políticos bolivianos, en quienes, a su juicio, prevalece un “sentimiento trágico de la vida”, empeñados como están en recordar a las víctimas y mártires de las revoluciones y hechos de sangre que saturan el calendario patrio.

Pese a ello, no le fue difícil hacer humor durante 60 años, gracias a que Bolivia -un “typical país”, como lo define en uno de sus libros- “es un país chistoso, pintoresco, como la fiesta del Gran Poder”, un lugar donde la “fauna política” no cambia, “se reproduce en el tiempo”, donde “los políticos son muy parecidos y puedes compararlos uno con otro a lo largo de los años…”

Y también, como afirma su amigo y colega Pedro Shimose, porque “desde pequeñito ha oído demasiados discursos, ha olido demasiada podredumbre, ha visto demasiados golpes de Estado, demasiadas ‘revoluciones’, demasiados referendos y demasiados ‘cambios’ al estilo del Gatopardo, ese príncipe italiano que decía que “algo debe cambiar para que todo siga igual”.

Nacido en La Paz el 27 de agosto de 1927, Paulino Huanca, como dice llamarse en tiempos del “proceso de cambio”, fue fundador de Presencia, donde realizó prácticamente toda su carrera profesional. Salió bachiller del colegio San Calixto y en 1953 ganó una beca para estudiar en la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid. Fue el primer periodista boliviano con título universitario. Es miembro de la Academia Boliviana de la Lengua y ha recibido el Premio Nacional de Periodismo en 1999 y el Premio Libertad de la Asociación Nacional de la Prensa en 2008.

Periodista de vocación, escritor de oficio, funcionario público circunstancial y político de ocasión como diputado, concejal y diplomático, siguió la vida política nacional “de frente y de perfil” y ha sido un testigo privilegiado de la historia boliviana de la última mitad del siglo XX y de los primeros lustros del XXI.

Solía decir que sus gustos están repartidos entre las novelas de Graham Greene, la música de Fermín Barrionuevo, la pintura de Goya, el fútbol del Bolívar, la poesía de Pablo Neruda y algunas flores, como las camelias, “siempre y cuando no tengan joroba”, y algunos pájaros, como los pichones, “que los sirven muy bien en Cochabamba”.

Todos lo conocen por su columna humorística La noticia de perfil y por algunos de sus diez libros, como Bolivia, Typical país (1960), Rosca, rosca, ¿qué andas haciendo? (1961), Cuán verde era mi tía (1966), Conversaciones en el motel (1976) y El diccionario del cholo ilustrado (1978), entre otros, que su autor define como “obras hualaychas”.

Pese a la ceguera que le afectó en los últimos años de su vida, escribió su columna tres veces a la semana durante seis décadas. Dejó de hacerlo al acercarse a los 90 años. Como odia a los “dictadores”, nunca dictó sus artículos a nadie. Prefería escribirlos él mismo en su vieja máquina mecánica Olivetti, textos que eran transcritos posteriormente a la computadora por uno de sus nietos para ser enviados a los periódicos. A ojo de buen cubero, calcula que ha escrito más de 10.000 columnas.

Pero no siempre escribió en clave de humor. Mejor dicho, siempre escribió en clave de humor, pero no siempre hizo periodismo humorístico. Al inicio de su carrera, en la década de los años 50, tenía una columna “en serio”, que él mismo describe como “romántica”, denominada “Cartas a mí mismo”, que firmaba con el seudónimo de Paulo, que años después daría origen a su “nombre de guerra”, Paulovich.

Paulo tiene la teoría de que el periodista ni nace ni se hace, sino que “se deshace” en su afán de escribir claro, conciso, preciso, fluido y directo, como manda la regla número uno de todo manual de estilo, una norma que, a su juicio, termina siendo una trituradora de las aspiraciones literarias de los jóvenes periodistas.

Sin embargo, ese no fue su caso. Paulovich nació periodista y se hizo periodista, pero nunca se “deshizo”, porque, además de haber sido un cultor del buen escribir, incursionó con éxito en el periodismo literario.

Muy pocos saben que en la década de los 60 publicó en Presencia Literaria una serie de 38 semblanzas de personajes de la época bajo el título de Apariencias, ilustradas con dibujos –algo que también pocos saben– del poeta Pedro Shimose. Los textos fueron recogidos posteriormente en un libro bajo el mismo nombre, hoy agotado (Difusión, La Paz, 1967).

Si bien ha hecho “periodismo serio” y ha ejercido el oficio desde las jefaturas de Información y Redacción de Presencia, Paulovich es reconocido como maestro del periodismo humorístico, concretamente del humor político. Shimose lo compara con Gustavo Adolfo Otero (NoloBeaz) y Wálter Montenegro (Buenavista).

Hizo humor riéndose de sí mismo y de los demás. “Yo era serio a mis 20 años, la única edad en la que un hombre puede ser serio. Pasada esa edad me di cuenta de la necesidad imperiosa de reírme”, le dijo al crítico Juan Quirós, prologuista de su libro Apariencias. Escribir en clave de humor o con humor, diría Quirós, “en un país como Bolivia, en el que abundan los tontos graves y solemnes, no deja de ser una hazaña”.

-¿Los bolivianos tenemos sentido del humor?-, le preguntamos con la colega Isabel Mercado en una entrevista para Página Siete, cuando todavía estaba activo, en mayo de 2015.

-¡Qué va! Somos un país de solemnes y levudos-, respondió, risueño.

-¿Y los políticos?

-¡Tampoco! Entre la gente que se mueve en el escenario político, más bien prevalece el sentimiento trágico de la vida-, agregó, rematando la frase con una carcajada.

-¿Cómo es eso?

-Es que estamos recordando continuamente a nuestros héroes, a nuestras víctimas, a nuestros mártires. Nuestro calendario está cubierto por el recuerdo de nuestras revoluciones y de nuestros hechos de sangre…

El humorista empezó a escribir “La noticia de perfil” en octubre de 1958, cuando el semanario Presencia se convirtió en diario. Hasta entonces había mantenido su columna semanal “Cartas a Paulo”, en la que reflexionaba sobre temas políticos y sociales de actualidad a la luz de la doctrina social de la Iglesia.

“La misión de hacer humorismo no es muy fácil; especialmente en un país de gente seria y solemne como el nuestro, donde abundan las caras largas y las jetas caídas”, escribió en Cuán verde era mi tía. Cree haber tenido éxito porque nunca recibió ni una sola paliza ni fue apresado ni exiliado a causa de sus escritos.

Fue el azote de todos los inquilinos del Palacio Quemado, con sus comentarios irónicos, sarcásticos y urticantes.

-De todos los personajes políticos sobre los cuales has escrito, ¿cuál te ha resultado más fácil?

-Con el general René Barrientos hice mucho humor. Banzer era más serio. Con el general Barrientos hice mucho humor por radio y por largo tiempo, en un programa que se llamaba Siempre en Domingo. Además, con él, había una amistad, un afecto recíproco muy grande.

-¿Y con Víctor Paz Estenssoro?

– Paz Estenssoro admitía el humor, era un hombre muy inteligente. Siempre hubo entre nosotros una mutua admiración. Le hacía chistes, pero claro tenían que ser de mucho nivel, no tanto escribiendo como charlando.

Siendo diputado, un día me dijo: “Paulovich, no se olvide que somos un país monoproductor”. Yo le miré la cara y no le dije nada… Tenía toda la razón.

-¿Y con Sánchez de Lozada?

-Tenía fama de ser un hombre con mucho sentido del humor… Más bien era chistoso…

-¿Cuál es la diferencia?

-Al Goni le gustaba hacer chistes, pero en el fondo no creo que tomara las cosas con humor, las tomaba muy en serio.

Con Evo Morales no tuvo relación. Lo vio una sola vez, en Cochabamba, con motivo de una distinción que le hizo la Alcaldía, cuando lo nombró Cochabambino de Honor. Cruzaron un saludo y nada más.

-Pero, ¿cómo tomaba tu humor?

-La única referencia que tengo es que alguna vez dijo a alguno de sus colaboradores: “Todos los artículos que escribe este señor Paulovich se refieren a mí… Voy a tener que cobrarle la mitad de su sueldo porque yo soy su único tema…”.

Paulovich llegó a pertenecer a la “fauna” de la que tanto se mofó cuando ganó una banca en la Cámara de Diputados como candidato del Partido Social Cristiano (PSC), a comienzos de los años 60, bajo el gobierno de Paz Estenssoro. Era la época de los fraudes electorales masivos que le permitían al Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) presumir de “victorias contundentes” con más del 90 por ciento de los votos.

Hizo una campaña humorística. Su eslogan era: “¡Movimientista, tú que puedes votar dos o tres veces, vota una vez por tu partido y otra por mí!”. La campaña fue todo un éxito, no sólo porque fue elegido, sino porque su denuncia de los mecanismos del fraude tuvo una amplia repercusión.

En una ocasión, siendo diputado, pidió la palabra para denunciar las violaciones a los derechos civiles y políticos de la oposición. Los legisladores oficialistas intentaron vanamente impedir la lectura de su discurso con silbidos y abucheos, pero Paulovich aguantó la presión. Al terminar su alocución, echó un balde de agua fría sobre la bancada movimientista al aclarar que el texto que acababa de leer no era otra cosa que un discurso que había pronunciado Paz Estenssoro años antes cuando era diputado opositor.

Dejó la política diciendo ¡nunca más! “Comprendí que había metido la pata. La política no era el camino por el que yo supiera andar”, le dijo a Quirós. Sin embargo, reincidió. En 1987 fue concejal por el partido de Banzer y posteriormente, en 1989, alcalde por tres meses, “poco tiempo para realizar algo concreto”, pero sí para ser honesto, “porque -diría en plan de broma- es poco tiempo para robar”. También fue ministro consejero de la Embajada de Bolivia en España (1969 y 1992) y delegado de la Asamblea General de las Naciones Unidas (1978). Años después admitió que nunca tuvo “dimensión política ni la ambición de un verdadero político”.

Hombre de ideas conservadoras, jamás ocultó su admiración por los generales Barrientos Ortuño y Banzer Suárez. “Yo era un poco franquista”, me confió, medio en serio y medio en broma, en una de las tantas tertulias del bar El Giorgissimo, al recordar sus años de estudiante en la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid (1953-57), en plena dictadura de Francisco Franco.

De hecho, según declaró en una ocasión al diario El Deber de Santa Cruz, renunció a Presencia en 1967, el año en que estalló la guerrilla del Che Guevara en Ñancahuazú, cuando notó “una clara división en el equipo de Presencia entre la gente que apoyaba las guerrillas y la que las rechazaba”. “Me retiré del periódico con dolor”, agregó.

Fue el fundador y primer director de Presencia, Huáscar Cajías, quien lo convenció de escribir en clave de humor. Paulovich era conocido en la redacción del periódico por su ingenio y sus ocurrencias. “Tú eres el único que puede hacerlo”, le dijo Cajías. Así nació “La noticia de perfil” y así nació Paulovich (“el hijo de Paulo”).

En la universidad de Madrid le habían enseñado que la utilización de la primera persona en una columna diaria termina aburriendo al lector. Por esa razón, creó una serie de personajes con quienes dialogar y dar agilidad a sus relatos. Así nacieron sus “tías”, como la entrañable Encarna, la tía Semáforo -así llamada porque “a partir de las diez de la noche nadie la respetaba”- y “la pícara y libertina” Restituta vda. de Batistuta, y sus compadres Huevastián y Pelópidas, entre otros, todos ellos metiches, criticones y politizados, siempre dispuestos a sacarles los colores a los gobernantes de turno.

“Paulovich ha vivido en un mundo tierno y maravilloso, rodeado del cariño de sus tías imaginarias Encarna, Restituta viuda de Batistuta y Clotilde von Karajan Quiroga, su comadre Machaca viuda de Racacha, sus amigos cochabambinos del Ateneo Pericles y los yatirisUayruru, Calimán y Titirico del Club Malena, de El Alto” de La Paz, escribió Shimose cuando el autor de “La noticia de perfil” anunció su retiro.

Según Shimose, la originalidad de Paulovich radica precisamente en su “lenguaje bolivianísimo con el que retrata a los originarios de los 36 ayllus constitucionales”. El humorista lo explicó a su modo: “Nunca pretendí ni pretendo ahora, decir cosas trascendentales. Mi único afán fue y sigue siendo el tratar de expresar lo que piensa y dice nuestra gente con referencia a los problemas que vive. Con sus mismas palabras. Con su mismo acento chungón y, a veces, sentimental”.

Para él, escribir, más que un trabajo, era una necesidad y un motivo de distracción. Alguna vez dijo que el humor le salvó de morir “por úlceras gástricas o por reventón”, pues sus pinchazos diarios le permitían desahogarse de los malos humores que le provocaba la política.

-¿Cómo ves al país, de frente y de perfil?

-De frente lo veo muy mal. Es decir, falto de instituciones, falto de una gobernanza ilustrada, inteligente, pero, por otra parte, me doy cuenta de que el país está avanzando. Pese a mi punto de vista, pese al punto de vista de los que están en contra del actual Gobierno, se nota que el país camina. Ahora que gasta mucho para ese caminar, es verdad, que se hace demasiada propaganda por cualquier paso por pequeño que sea, también.

-¿Y de perfil?

-Chistoso, pintoresco, como la fiesta del Gran Poder. La fiesta del Gran Poder debería ser una fiesta del actual Gobierno. Por su nombre y por todo; tiene el dinero, bailan, son felices…

Así se las gasta el humorista que adoptó un seudónimo para no avergonzar a sus mayores, que tiene a “cholas, monjas, mujeres de los políticos y chicas del striptease” como sus “heroínas favoritas”, que calza 40 porque “desarrolla mucho trabajo intelectual “y que suele despedirse de sus amigos con un cariñoso: “Dominus vobiscum, saludos Rorro”.

Fuente: Página Siete

Historias para escribas cortados a tijera

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Historias para escribas cortados a tijera
Por: Antonio Rivera Mendoza

Del desorden de la mesa, tomo un periódico al azar para acompañar el café de la mañana. Es una parte de El País de Madrid, sobreviviente de un viaje, de hace meses. Lo abro y aparece una página de cultura. Está bien, es mi sección preferida. El artículo principal es la entrevista a un poeta, cronista y otras cosas, holandés, de nombre imposible -o, por lo menos, arduo- para cualquiera, pero más para el conserje que tuvo que anotarlo cuando se registró en el Hotel Copacabana, en los años avanzados de los 60 del siglo pasado: Cees Nooteboom. Entonces, el país no estaba para bombas, con el cadáver del Che todavía con restos de carne, Debray preso en Camiri y Barrientos campante.

Me entero de que este holandés es un escritor errante que tiene un libro de hermoso título, Hotel nómada, y, dentro de él una crónica: “Bolivia Amarga”. En la hoja de El País está solo esa referencia, ya se sabe que Bolivia para ese diario casi no existe. Busco en internet alguna mención a “Bolivia Amarga” y sólo encuentro una entrada en Google Books, en la que lanzan el anzuelo de una parte de un libro, saltándose páginas, para que lo compres. A mí me basta con lo que ofrecen gratis: hay suficientes descripciones y opiniones del cronista holandés, para las curiosas coincidencias que descubriría esta mañana. Hace algún juicio eurocentrista y descripciones que muchos bolivianos evitan por pudor, vergüenza o conveniencia, de la Bolivia de aquellos años, y a la historia de la invasión española y se detiene un momento en la captura de Atahualpa y a Dios, que lo condenó:

“Esta vez el avión es de la Braniff. Pintado de un color naranja chillón, es un plátano obsceno en un aeropuerto vacío. El mar. A continuación, el desierto. Después, los Andes. Todo árido y yermo. El abandonado imperio de los incas. Una masa de piedra fantasmagórica y trágica, no se ve más que esto. De repente aparece ante mi vista el lago Titicaca, de un azul aterrador, (…) Empezamos a descender hacia el Altiplano boliviano. Una luna habitada por los indios a más de 5.000 metros de altura. Una piedra parda infinita. Tomamos tierra en el aeropuerto más alto del mundo, en uno de los países más pobres y tristes del mundo (…) en el que un minero no vive más que treinta y cinco años.(…) Un país en el que más de la mitad de los alimentos deben ser importados y donde han tenido lugar ciento setenta y cinco revoluciones en ciento veintiséis años. Dos tercios de la población vive en el Altiplano, donde la esperanza de vida es de treinta y dos años. De modo que yo llevo ya tres años muerto cuando bajo (…).

¿Por qué eligió el Che Guevara este país? ¿Por la vulnerabilidad de sus fronteras con otros países? ¿Por su miseria total, de una desolación más intensa que en cualquier otro lugar? (…) Conociéndome, sé qué me atrajo de este país. No hay lugar más mal parado. Ni más pobre. Ni más alto. Toda la historia de Bolivia es un via crucis violento de crueldad, gestos ridículos, esperanza perdida, apatía y ansias de poder. Un malentendido. (…)
El camino que unía las fronteras del imperio (Inca) fue el más largo de la historia, más largo aun que la vía romana militar entre Escocia y Jerusalén. Cada 2 kilómetros, los chasquis tenían su garita. Tiempo de transmisión de un mensaje: ¡2.000 kilómetros en cinco días!

En aquel imperio de fabulosos monumentos, con una agricultura planificada y una rigurosa organización, aparece Pizarro con ciento treinta soldados de infantería, cuarenta hombres a caballo y dos cañoncitos. El último Inca, Atahualpa, se encuentra en Cajamarca haciendo una cura de baños caliuebtes de azufre. Ha vencido a Huascar -su hermano y rival- , ejerce de Dios en su reino y se prepara para una entrada triunfal en Cuzco, la capital. Pizarro toma Cajamarca en ausencia del inca y envía un mensajero con una invitación para Atahualpa. Éste se presenta con seis mil hombres desarmados, y en treinta y tres minutos se hunde un reino de siglos. El divino Inca, portado en su silla gestatoria de oro, se dirige a la plaza mayor de la ciudad. Alrededor de su cuello luce un collar de esmeraldas. Entonces hace su aparición el eterno malentendido: el cristianismo. En esta ocasión será un fraile dominico, De Valverde, quien mantenga en alto el cruento símbolo de nuestra religión occidental. El fraile cuenta una larga historia de la que el Inca no comprende palabra, y así se anuncia el comienzo de la enésima masacre. Dos mil incas, desarmados, pierden la vida. El propio Atahualpa es apresado por Pizarro.

La afirmación de que ciento sesenta y siete españoles y cuarenta caballos vencieron al Inca sólo es válida para nosotros. A ojos de él, fue vencido por animales con pies de plata, animales que al mismo tiempo eran hombres y que de noche perdían su fuerza”.

Atahualpa me trae a la memoria el bello y trágico poema de Pablo Neruda; para aguzar la memoria alzo mi mirada inútil, logro recordar, no los versos, pero sí que del estante sale la amarillenta página de la RAMONA de Opinión, el pasaje de “Las agonías”:

“El joven Atahualpa, estambre azul,
árbol insigne, escuchó al viento
traer rumor de acero.
Era un confuso
brillo y temblor desde la costa,
un galope increíble
-piafar y poderío-
de hierro y hierro entre la hierba.
Llegaron los adelantados.
El Inca salió de la música
rodeado por los señores.
Las visitas
de otro planeta, sudadas y barbudas,
iban a hacer la reverencia.
El capellán
Valverde, corazón traidor, chacal podrido,
adelanta un extraño objeto, un trozo
de cesto, un fruto
tal vez de aquel planeta
de donde vienen los caballos.
Atahualpa lo toma. No conoce
de qué se trata: no brilla, no suena,
y lo deja caer sonriendo.
«Muerte,
venganza, matad, que os absuelvo»,
grita el chacal de la cruz asesina.
El trueno acude hacia los bandoleros.
Nuestra sangre en su cuna es derramada”.

Dos papeles viejos hablando del origen, reveladores y rebosantes de pensamientos y emociones y un mezquino escaparate de internet.

Hasta aquí la literatura; desde aquí la incorrección política: Durante largos meses, un batallón de escribas escribe el mismo artículo, como en la pesadilla kafkiana. Abres los diarios y aparece puntual y el ubicuo texto, firmado por puentes, dagrones, sorucos, archondos, kempfs, callas, arias, toros, echalares y otros de ese contingente de idénticos, bien (uni)formados en el ala diestra. El artículo calcado refiere una fecha y un referendum ¡como el gran hito de nuestra historia!

Las alusiones de Nooteboom y Neruda ¿no suenan, acaso, como un timbre despertador para los que se precian de intelectuales, los hacen dejar su muletilla y los devuelve a la reflexión… intelectual?

Fuente: La Ramona

Claudio Ferrufino o el tiempo de las obras completas

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Claudio Ferrufino o el tiempo de las obras completas
Por: Wilson García Mérida

La bruma de aquellos anocheceres febriles de la UTCH, emérito antro de chicha a la vuelta de la UMSS, ya no es bruma sino brisa de vida que se respira desde la memoria y se vive conjurando el olvido. Estamos ebrios de juventud; somos cosacos, cangaceiros, bolcheviques, mencheviques, zapatistas y kataristas, todo eso en uno y mucho más. Somos la ironía, la paradoja, el ser-no-ser y el devenir. Bakunin nuestro ídolo iconoclasta y Cesáreo Capriles nuestro ícono después de la extirpación idolátrica. Marxistas por Groucho, leninistas por Lennon. Odiamos a Stalin con inclaudicable fervor. La chichería nuestro cuartel general con su banderita blanca siempre belicosa en el umbral, nuestra institución tutelar según el impecable concepto del Yoyo Komadina. Nuestras armas aspiran a ser innecesarias; pero queremos sentirnos cándidos imprescindibles, la historia nos llama con sus cantos de sirena. Cantamos el Bella Ciao y bailamos La Caraqueña. Papel de Plata, Plumita de oro, Huérfana Virginia. Ellas: La Kenia Samur y la Magda Thames estrellas en el firmamento; la Gloria Romeu, la Flaca Landaeta, la Maricruz Aramayo, la Pulguita Balderrama, la Pilar y la Cinthya Lizárraga, la Elenita Sigg, nuestras guerreras danzantes. Nos: el Chino Navarro entonando Malena y profiriendo Cambalache, reviviendo al gran Discépolo y a Sosa Venturini. El Cuca Cossío con su luminoso enigma en la mirada oculta bajo el ala de un hermoso y eterno chapéu. El Chaly Crespo barbado profeta del Tata Santiago. El Negro Peñaranda, el Hugo, con su inapelable humor. El Carlitos Balderrama Mariscal, la transparente nobleza hecha camarada, lúcido y generosamente jovial. El Diego Cuadros y el Alejo Almaraz, la Jota en mayúsculas; y el Jesús Rodríguez un gesto libertario en Mao. El Fer Mayorga con la tesis fresca para la UNAM a la sombra incandescente de Carlos Montenegro, tramando Quimera; el Coco su hermano tramando El Grito antes de atar a la rata al son de una Bossa. Los que ya se fueron: El Álvaro Antezana Juárez, la estética apasionada, cine, poesía y música. El Jorge Cardozo, el Potoco, esa inmortal sonrisa de Gramsci tras las rejas. El Miguel Montero —El Flaco—, alma bendita, mi guardián y mi consejero estratégico. Y entre todos los carnales el carnal mayor, el Claudio Ferrufino-Coqueugniot, el que nos sintetiza declamando a voz en cuello versos de Rimbaud y Baudelaire; Claudio el que nos descubre el camino holístico del éxodo no como fuga sino como una forma inequívoca de llegar. Saliendo al mundo desde la convulsa entraña de la Madre Llacta. Y llegamos, y nacemos. Es la generación que somos.

La revelación poética del novelista

¿Poeta? Sí. Mas no del poemario stricto sensu con el verso de vates fundamentales como Antonio Terán, Jorge Campero, Humberto Quino, Igor Quiroga, Roxana Sélum, Fernando Rosso, Eduardo Kunstek o Gustavo Cárdenas. La obra poética de Claudio Ferrufino-Coqueugniot es narrativa. Es uno de los novelistas contemporáneos más importantes de Bolivia; pero sigue siendo esencialmente poeta. Poéticamente, su métrica del relato tiene el ritmo de los tiempos alternados, yuxtapuestos, algo sincopados como el jazz. Nos recuerda a las prosas vertiginosas y crueles de Boris Vian y Bukowski, poetas también.

De hecho, su reciente novela aún inédita que será publicada por Editorial 3600 este año, como bien advierte Guillermo Ruiz Plaza en el prólogo, lleva por título un verso del terrible poeta austríaco Georg Traki: “El oro de las estrellas extinguidas”.

En la última estrofa de su poema Elis, el genio incestuoso que se suicidó con una premeditada sobredosis de cocaína cuando combatía en la Primera Guerra Mundial, escribió: “Tu cuerpo es un jacinto | donde un monje sumerge sus dedos de cera. | Y una cueva sombría es nuestro silencio | de la que a veces surge un apacible animal. | Deja caer lento los pesados párpados. | Sobre tus sienes gotea un oscuro rocío, | el último oro de las estrellas extinguidas”.

Junto con “El oro de las estrellas extinguidas” (que según Ruiz Plaza —Premio Nacional de Novela 2018— es un libro singular que “puede leerse como un diario de viajes por la geografía del mundo, pero también por el espacio inquieto y deslumbrante de la memoria”), Claudio Ferrufino prepara también el lanzamiento de “Ecléctica”, cuyo enigma de si es novela o es poemario, o ambos, nos lo develará el autor en una futura entrevista pactada con Sol de Pando.

La noticia destacable aquí es la buena nueva de que Editorial 3600, dirigido por Willy Camacho, lanzará los próximos libros inéditos de Ferrufino como parte de una antología con las obras completas del escritor cochabambino. Este acontecimiento significa que Claudio Ferrufino-Coqueugniot es un nombre grabado ya con letras de molde en la Literatura boliviana, latinoamericana y universal.

El tiempo de las obras completas

En 1989 publicó aquel que acaso sea su único poemario como tal: “Años de mujer”, una rareza difícil hoy de hallar.

Desde “Virginianos” publicado en 1991, textos breves en prosa sobre lugares andados y gentes inspiradoras que hicieron profetizar al maestro Jorge Suárez que el camino del poeta iba por la vía de la novela, Ferrufino no se cansa de cantar sus diversas melodías con un invariable tono de voz. Una voz que sin embargo suena cada vez más grave sin perder su esencial identidad, como la voz fascinante y mutante de Leonard Cohen al transcurrir el tiempo.

Después de “El señor don Rómulo”, novela publicada en 2003 —un viaje en la máquina del tiempo para repasar la dramática historia de Bolivia con los ojos de un migrante, que obtuvo mención de honor en el Premio Casa de las Américas—, Ferrufino tardó siete años para dar a luz, en 2009, “El exilio voluntario”, novela que le dio el Primer Premio en la misma Casa de las Américas. Fue cuando los cubanos, cosa inusual, le permitieron publicar el libro en Bolivia antes que en La Habana y en 2011 fue reeditada en España por la editorial Alberdania.

En 2011, “Diario Secreto” obtuvo el Premio Nacional de Novela auspiciado por la editorial Alfaguara, y su novela “Muerta ciudad viva” tuvo dos ediciones: en Bolivia, 2013, y en España, 2018.

El conjunto de esos libros y otros que compilan su labor periodística como columnista y ensayista, algunos en co-autoría, formarán parte de las obras completas que está preparando el editor Willy Camacho.

Toda antología es una bitácora a posteriori que registra la trayectoria de un escritor y concentra la esencia de su obra en un solo filón.

En el caso de Claudio Ferrufino-Coqueugniot, quedará constancia del método terrenal, demasiado humano, de aquel escritor trotamundos que forja su obra a plan de vivir la vida intensa del hombre común de la calle. Para escribir lo que escribió en Denver, Colorado, desde el momento en que salió de Cochabamba en 1989, Claudio comenzó su emigrante vida literaria trabajando como cocinero, albañil y oficinista.

De ahí que en sus escritos resulta una constante aquella famosa proclama de Roque Dalton: “Los arrimados, los mendigos, los marihuaneros, los guanacos hijos de la gran puta, los que apenitas pudieron regresar, los que tuvieron un poco más de suerte, los eternos indocumentados, los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo, los primeros en sacar el cuchillo, los tristes más tristes del mundo, mis compatriotas, mis hermanos…”.

Fuente: Sol de Pando

Sergio Gareca: ‘Oruro es mi comala, mi macondo’

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Sergio Gareca.

Sergio Gareca: ‘Oruro es mi comala, mi macondo’7
Por: Miguel Vargas

El arte de Sergio Gareca no conoce de limitaciones: si la poesía es su pulsar primigenio, juega también a la narrativa y experimenta en el cine. Y como buen danzarín de diablada, tiene al Carnaval haciendo su recorrido por las venas. Porque Gareca es Oruro y Oruro es Gareca.

Romances, lenguaje coloquial y salchipapas… ¿En qué mundos transita su poesía?

Mi buen amigo, el pintor Wálter Saravia, le llamó postindigenismo; el alemán porteño, Timo Berger, en su reciente llegada a Bolivia le puso, no solo a mis poemas sino a los poemas de algunos otros, “indígeno-futurismo”, yo, por puro platillazo le puse “chojcho punk”. Pero no sabemos al final. Lo que es cierto es que ese planeta, ese estado mental de origen, no es otra cosa que Oruro.

También es notoria en su obra una preocupación por el lenguaje, ¿cómo aborda la poesía desde la identidad?

Creo que los paradigmas más importantes de la bolivianidad tienen que ver con tres cosas: la búsqueda de la identidad nacional, el mestizaje cultural y, por último, la pluriculturalidad. Ahora nos enfrentamos a la decadencia del último paradigma, la pérdida del discurso de quienes como en toda nuestra historia dicen una cosa y hacen otra, entonces la pluriculturalidad, la inclusión y otras vainas pierden su sentido cuando son pretexto para justificar las viejas prácticas de la política.

Esto influye definitivamente en el arte. El paradigma de los siguientes 20 años recién está por nacer. Creo que inmerecidamente, nuestra generación, intrascendente, está destinada a fabricar la semilla transgénica de ese futuro.

Ha trabajado la poesía y la narrativa: ¿qué lo lleva a elegir una sobre la otra?

Quisiera decir que soy soltero y hago lo que quiero, pero lastimosamente no. En poesía siempre he escrito por necesidad y es gracias a ciertas influencias que he podido emprender un camino de experimentación. Poesía visual y ese “chojchopunk”, que ya mencioné. Como alguna vez les dije a los amigos, pones a Teillier y Hector Bord en una licuadora y el resultado es lo que yo escribo. En el caso del único libro de cuentos que tengo quería hacer una experimentación, no tanto cuentos sino guías de narración oral, con cuentos del futuro. Tramas que fueran fantasiosas y fáciles de memorizar para que puedan contarse como un chiste en los bares. Eso quería. Y ahí Oruro tiene mucho que ver.

El Carnaval es vital para el imaginario orureño. Como diablo de corazón, ¿cómo marca éste el ritmo de su arte?

Oruro es un estado mental. Nuestra estructura social es algo particular. La poesía es siempre mucha realidad. Cuando tenía 15 años llegaron a mí tres cosas que han definido mi vida: la diablada, la poesía y la música. Me es muy difícil entender la realidad fuera de esas primeras fuerzas. En mi libro de cuentos tenía una mala intención y era, también, un sismo para mover la orureñidad desde una mirada caótica del futuro. Oruro es pues mi Comala, mi Macondo.

Su trabajo artístico pasó también hacia la gestión cultural. ¿Por qué?

Ha sido a la fuerza. Yo quería hacer cosas. Y al final se hacen, pero a veces las cosas que uno desea pasan por oficinas. Desde la secretaria de los sueños, hasta la secretaria de la cruda realidad. Me han dado muchísimos portazos en la cara, pero ya me he vuelto cuerudo. Y seguimos adelante. De esa manera nos hemos agrupado muchas veces, con el colectivo Perro Petardos o el Consejo de Culturas. No sé si será una tozudez mía, pero creo nomás también en un espectro reivindicativo del arte para sí mismo. Aunque sepa que es más fácil que los artistas se unan para la legalización de la marihuana antes que la Ley de Culturas. Me lo tomo personal también y ahí ponemos el hombro y la opinión.

También ha incursionado en el cine y se viene una película para estrenar este año. ¿En qué consiste el proyecto?

Hace unos años hemos producido, junto a Daniel Rodas, una película casera llamada Narconovia. Desde entonces se quedó un virus pendiente y, ya habiendo consolidado el colectivo estos nueve años, decidimos retomar el cine. Evaluamos varias propuestas y al final nos quedamos con mi cuento Marcha de Órdenes, porque las condiciones de producción eran las más favorables. El cuento es una reescritura del relato de la diablada. Está llena de humor negro. Uno puede decir: estos orureños en eso nomás piensan. Y es verdad, pero la película tiene que ver definitivamente con temas universales, incógnitas de la psiquis humana, y cómo se verá en su estreno en marzo, hay muy poca mascarada, y es una óptica muy lejana del folklorismo.

¿Cómo percibe que se ve el arte orureño en el país?

La mayoría de la gente no cae en cuenta, pero es parte de un plan malévolo y secreto que tenemos de dominar el mundo.

¿Cuál es el desafío cultural que tiene Oruro para el futuro?

Estamos trabajando en la ley regional de inversión cultural y esta vez no vamos a soltar la rienda. Y luego, desde luego, obligar a rusos, chinos y etc. a bailar diablada.

Fuente: Tendencias


Virginianos, dinámica plural de lo minúsculo

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Virginianos, dinámica plural de lo minúsculo
Por: Elena Ferrufino Coqueugniot

(Prólogo a la reedición de “Virginianos” de Claudio Ferrufino-Coqueugniot, Editorial 3600, 2019)

Casi veinte años después, he vuelto a deambular por las páginas de uno de los más singulares libros de Claudio Ferrufino-Coqueugniot. Un regalo para los sentidos. Trayectoria diáfana; emancipación de la palabra y trabajo de lo breve; lo minúsculo. Volver a errar a través de sus recovecos es como transcurrir por la superficie fisurada de un espejo, desde donde se refractan las vidas múltiples de un narrador escindido, que enarbola un diálogo inusitado con sus personajes y con sus recuerdos. Grietas y vidas enterradas conforman los destellos de un “yo” estratificado en capas sucesivas que obligan al escritor a desplegarse para dar cuenta de su propia génesis autorial.

Los lúcidos y experimentados trazos con que se construye cada una de las miniaturas que conforman Virginianos parecen requerir completamente al autor, obligarlo a administrar una reflexión sobre la escritura; a modelarla al amparo de hipótesis ficticias perfiladas de realidad; a rellenar los vacíos de la historia –de su historia- que pretende ordenar a lo largo de una errancia desmedida. En el transcurso, inserta su propio autorretrato en la forma de las vidas y los fragmentos que despliega en el camino. Edifica, así, la figura de un autor preocupado por inscribir, a través de la memoria, personajes, lugares, sensaciones que han quedado fuera, en los costados del tiempo; pero que han marcado de manera ostensible la historia del escritor, que se transforma en un mosaico más, dentro del texto. O, mejor, que se edifica a través de los textos y se teje en ellos, desde el lenguaje y desde la memoria.

Cada una de las narraciones que fundan este universo actúa como palanca de un discurso sobre la historia y sobre la literatura. Pero también sobre el arte, la política y el devenir de los tiempos. Sobre la familia y los amigos; la experiencia del exilio y “el espíritu de la noche”. Cazadores de cabeza dialogan con pintores, mujeres y teléfonos en la agonía de la ausencia y del tiempo. No solo transcurrimos por los Estados Unidos y por Bolivia… Todos los tiempos de la historia convergen en el minúsculo espacio de unas líneas de prosa poética delineada con afán de orfebrería. Una intensa acometida creativa delinea los contornos de cada cuadro y, en cada uno, Ferrufino-Coqueugniot nos ofrece un paseo delicioso por los más inesperados recovecos de la historia y de la vida. El escritor se deja traslucir en ese catálogo apasionado. Innumerables maneras de ser un hombre. Un poeta.

Vasto escenario multiplicado en cada página, Virginianos nos ofrece la voz y la pluma de un caminante que ha transcurrido el mundo, ha acumulado ternuras, ironías, obscenidades y anécdotas copiosas. Lo que Borges llamaría “conveniente ficción ” se insinúa como el rasgo inusitado que acompaña la prosa erudita del autor. Las rendijas por las que se escurren personajes, lugares, sentimientos e instantes nos ofrecen perfiles de memorias sepultadas, que sobreviven al calor de una prosa pulcra y hábilmente trajinada por referencias históricas, travesuras verbales, neologismos, indumentarias, arquitecturas y músicas que terminan por ofrecernos un vitral peculiar y suculento.

Virginianos parece legitimar la ambición y el éxito de este escritor de lo “minúsculo”, que ha logrado imponer su maestría en el campo y el devenir de la literatura, escarbando en el mínimo espacio de cada texto la reconstrucción de su propia imagen. Penetrar en sus laberintos es someterse al maravilloso juego de la vida misma, transformada en pequeños poemas en prosa. En cada uno de sus universos se conjugan los tiempos, las épocas, los hombres, las mujeres, las artes, los dolores, las ausencias. Nos trasladamos, así, de sur a norte y de este a oeste de los hemisferios, sin olvidar ningún sol, ninguna niebla, ningún otoño. Este viaje alucinante se unifica con la visión del hombre, pues así como Jim Morrison “escribe con sus huesos en las piedras”, Claudio lo hace con su “carne en los papeles.” Y la carne de Claudio es la piel del Poeta, la voz del hombre que gime en los subterráneos de Washington. Es el grito de los negros de “sexo oscuro”; es la visión de “una botella sola bajo la noche que llueve” y es también la mujer de cabello rojo que “se pasea por las húmedas calles de Maryland.” Lo cierto es que sería imposible recurrir a todas las imágenes que enriquecen el derrotero de este viaje. Hay que vivirlas una a una. Hay que degustar su sabor vivificante .

A la manera de un Chaucer contemporáneo, el autor discurre una historia y otra, hilvanando juegos y artes esculpidos en metáforas y figuras de estilo que anclan en el texto las vidas reinventadas por la memoria y la imaginación. El peregrinaje esta vez no alcanza lo plural. Se sumerge en la vivencia personal del escritor que deambula por su vasta y ácida melancolía, mientras su pluma ecléctica nos pasea por recovecos ilimitados, así como insólitos. Meditación inseparable sobre su propio destino, como si sus mosaicos fueran la prolongación viviente de sí mismo. Ficción a la vez que erudición dan forma a este escribiente de horas crueles y perversas, que es también un gran lector, voluptuoso y sediento; nos regala un libro que es tanto una representación de sus tentaciones entre las letras universales, como de sus más profundas reminiscencias y visiones.

Las criaturas de la imaginación se conjugan con un verbo delicado y seductor. Como en los “Petits poèmes en prose” de Baudelaire, existe aquí una buena dosis de delirio y una exuberancia de fantasmas que provocan una suerte de excitación espiritual que confiere vida a cada estampa, desenredando cada texto bajo una rúbrica de imágenes que seducen y apasionan. Imágenes que nacen de la fuerza evocadora de las palabras.

Detrás de los libros de la infancia y de las experiencias del hombre, se esconden todas las historias y toda la biblioteca; historias de piratas, de aventureros, de mujeres… Chopin y Akira Kurosawa; el infierno, el Paraná y los trópicos. Los gatos y las calles. La desesperanza y la familia. Claudio Ferrufino-Coqueugniot es archivista, historiador, lector superlativo, pero también curioso y soñador; orquestador de esta particular sinfonía que, sin quizá sospecharlo, lo ha atrapado en su propia ficción. En un texto que mata, pero también da vida y cuya frecuentación no puede ser inocente. Ni autor ni lector pueden evitar transcurrir entre imágenes y símbolos que se despliegan en filigrana. Como Wilde, Schwob o Nerval, Claudio explora la existencia recubierta de escritura, de palabras. La vida fragmentada en cada imagen, instrumentada al ritmo de lecturas y de vivencias vigorizantes, así como fúnebres y fascinantes.

Virginianos es un pequeño diamante hábilmente trabajado. Es un libro profundamente anclado en la obra, la memoria y la experiencia de su autor. Palabra ligada a la inocencia y al crimen; a la crueldad y la ternura; a la reminiscencia y al exceso. Es una encuesta literaria que provoca la vivencia intensa de sus lectores y que despliega el lenguaje como una aventura donde cada miniatura constituye un universo plural, que es siempre el mismo siendo siempre diferente. Aquí todas las épocas cobran vida. Todas las emociones explotan. Todos los seres y los lenguajes se dan la mano en un tiempo sin tiempo; sin principio ni final …

Fuente: Puño y Letra

Augusto Céspedes, el gran narrador

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Augusto Céspedes, el gran narrador
Por: Homero Carvhalo

Augusto Céspedes fue de esos milagros que suceden, de cuando en cuando, en las literaturas nacionales, una personalidad cuya obra y vida sigue y seguirá objeto de estudios. Creo que entre sus libros se destaca Sangre de mestizos, relatos de la Guerra del Chaco. Un conflicto en el que durante tres años (1932-1935) Bolivia y Paraguay se desangraron empujados por empresas transnacionales que se disputaban un territorio petrolero. Eduardo Galeano dice: “Están en guerra Bolivia y el Paraguay. Los dos pueblos más pobres de América del Sur, los que no tienen mar, los más vencidos y despojados, se aniquilan mutuamente por un pedazo de mapa.

Escondidas entre los pliegues de ambas banderas, la Standard Oil Company y la Royal Dutch Shell disputan el posible petróleo del Chaco”. Murieron cerca de 50.000 bolivianos y 40.000 paraguayos. La guerra es uno de los temas recurrentes de la literatura y la del Chaco fue motivo de novelas, poemas, canciones, ensayos y cuentos creados por escritores de ambos países. Entre los narradores se destacan dos de ellos, uno paraguayo, Augusto Roa Bastos /Asunción 1917-2005) y uno boliviano, Augusto Céspedes, nacido en Cochabamba en 1904 y fallecido en La Paz en 1998, ambos escritores fueron protagonistas de esa guerra.

Al término de la misma, Augusto Céspedes salió junto con un grupo de intelectuales, que conmovidos por la tragedia y con un grande sentimiento nacionalista, fundaron un partido político que años más tarde, en 1952, realizaría la llamada Revolución Nacional. Los dos Augustos fueron grandes escritores y en la madurez de sus vidas explotó el boom de la literatura latinoamericana con los nombres ya conocidos, entre ellos el del paraguayo Augusto Roa Bastos, no así el de nuestro compatriota, cuya obra tenía suficientes méritos y calidad literaria para que su figura formara parte de esa generación que cambió el rumbo de la literatura en lengua española.

Jaime Iturri, periodista y escritor boliviano, afirma que “si Carlos Montenegro fue el ideó- logo, el ‘Chueco’ fue el luchador desde la pluma, desde la tinta y el papel”. Son muchos los libros como El dictador suicida, Metal del Diablo, polémico libro sobre los barones del estaño que fue quemado en 1947 durante una manifestación en su contra. Además de otros títulos que prueban su afiliación sin ambages a la causa revolucionaria.

Publicó el libro de cuentos Sangre de Mestizos, relatos de la Guerra del Chaco. Entre los cuentos de este libro, publicado apenas se firmó el armisticio, en la que participó como soldado, se destaca el cuento El pozo, uno de los más importantes de la literatura boliviana que figura entre los 100 mejores relatos de la literatura universal y entre los veinte seleccionados por Germán Arciniegas para The Green Continent. Tal vez sea, merecidamente, el cuento boliviano más antologado y con mayor número de traducciones. Piero Castagneto afirma que “uno de los más famosos cuentos bolivianos inspirados en esta guerra es El pozo, de Augusto Céspedes, que relata la obsesiva excavación de un grupo de soldados sedientos en busca de agua. Como para corroborarlo, un veterano de esa nacionalidad recordaba un episodio parecido, donde sus compañeros esperaban el anuncio de “¡agua…!”, quizá “con mayor intensidad con la que resonara después la palabra ¡paz!”.

El líquido elemento es un factor que por sí solo resume el carácter de esta contienda, librada hace siete décadas en el corazón de América”. René Zabaleta Mercado, uno de los más importantes intelectuales bolivianos de la segunda mitad del siglo XX, afirma que “El pozo es el otro yo de la trama. Esta se compone de actos pero el Pozo es siempre solo una potencia, una latencia. Son dos líneas (la suerte de los hombres alrededor del Pozo y la suerte del Pozo mismo) cuya unidad se resuelve dialécticamente: los contrarios se unen en la muerte cuando ya no es importante encontrar agua”. El cuento toma la estructura de un diario de campaña escrito por el suboficial boliviano Miguel Navajas entre el 15 de enero y el 7 de diciembre de 1933. El militar va tomando apuntes de lo que será su nueva misión: cavar un pozo para saciar la sed de sus compatriotas, dicen que si se cava lo suficiente se acaba por llegar al infierno y es allí donde nos sitúa Céspedes: “Esta tierra del Chaco tiene algo de raro, de maldito”.

A medida que leemos el diario acompañamos a Navaja a revivir la tragedia que nos va contando, día tras día. Por momentos el relato alcanza ribetes poéticos: “Otra vez el calor. Otra vez este flamear invisible, seco, que se pega a los cuerpos. Me parece que debería abrirse una ventana en alguna parte para que entrase el aire. El cielo es una enorme piedra debajo de la que está encerrado el sol”. Céspedes no solamente narra la miseria de la guerra, sino que nos permite atisbar otros dramas tan propios de los seres humanos. A través del cuento también nos podemos dar cuenta de la discriminación social, en un fragmento el suboficial Navajas dice: “He destinado ocho zapadores para el trabajo. Pedraza, Irusta, Chacón, el Cosñi, y cuatro indios más”, por supuesto que es evidente lo de “cuatro indios más”, es decir los indios no tienen nombres como los blancos o mestizos, son los “nadies”, los anónimos, los “carne de cañón”, sirven para incrementar las cifras de muertos y desaparecidos. Los indios no les interesaban a los oficiales como a la sociedad tampoco.

Fuente: Brújula

La última batalla por Bolivia

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La última batalla por Bolivia
Por: Luis González Quintanilla

Un estudio revisionista de la historia oficial, tendente a discutir criterios comúnmente aceptados y derribar ciertos mitos sobre el pasado, debe estar apoyado en una concluyente documentación. Le corresponde al estudioso involucrarse en un amplio y profundo trabajo de investigación, a fin de lograr nuevas fuentes primarias y testimoniales de la época que trata para sumar una presentación cierta y categórica.

Álvaro Moscoso ha realizado el trabajo anotado -con buena fortuna- en el emprendimiento de escribir Pedro Blanco en la encrucijada. La última batalla por la independencia de Bolivia (Diciembre de 2018). A este resultado habrá que añadir la expresión de una prosa clara y directa, y una edición muy cuidada, lo cual invita con entusiasmo a la lectura del texto.

Álvaro Moscoso construye sus hipótesis sobre la “dramática insurgencia” de nuestro país señalando que la rendición de las fuerzas realistas en la batalla de Ayacucho no afectó al Alto Perú; que en esta porción del territorio dependiente del poder colonial no se dio ninguna batalla de los ejércitos liberadores del Norte; que la independencia de Bolivia está unida a la demostrada voluntad de lucha por la libertad del pueblo de Charcas; que, a partir de los levantamientos de 1810 y la posterior “guerra de las republiquetas, durante 15 heroicos años, los bolivianos conquistaron por sí mismos su emancipación del yugo colonial.

El trabajo de investigación que demandó al autor su producción histórica apoya eficientemente las hipótesis citadas. Los primeros años de nuestra República los ejércitos de la Gran Colombia, constituidos por casi 5.000 hombres, se convirtieron en un factor de ocupación y tutelaje de nuestro país y en una ficha de las estrategias geopolíticas del Libertador. Estas tropas llegaron a exprimir con sus gastos una media de 60% del exiguo presupuesto público de Bolivia. Fue un gobierno, el del Mariscal Sucre, que no contó entre sus principales autoridades con hombres nacidos en esta tierra. Sus ministros, su alta burocracia y sus prefectos fueron oficiales extranjeros, de variopinta nacionalidad, reclutados por el ejército de la Gran Colombia en su devenir bélico.

La obra destaca las distintas visiones entre Bolívar y Sucre sobre la ocupación del país. El primero presionó por la permanencia del ejército colombiano al sur del Desaguadero, pues consideraba preciso garantizar la victoria en la guerra de la Gran Colombia contra el Perú que luego la declararía el mismo Bolívar. Y Sucre, en un enfoque más cercano del territorio y sus gentes, se posesionó representando las ideas su jefe, pero sin desobedecerlo jamás.

Mientras que Bolivia y sus habitantes se convertían en una nación tutelada, víctima de la estrategia geopolítica del deslumbrante libertador Simón Bolívar. Y los soldados ocupantes, inactivos y mal pagados, pugnaban por la repatriación y asolaban la nueva República.

De ahí es que la primera invasión del general peruano Gamarra a Bolivia fuera celebrada popularmente como liberadora por los vecinos de los pueblos, e incluso recibiera el apoyo de núcleos del esmirriado Ejército boliviano.

1828 es el año clave en la recuperación de la soberanía por los bolivianos. Sus eventos terribles como el atentado del 18 de abril contra el Mariscal de Ayacucho en Chuquisaca y su abandono de la Presidencia, así como la suerte de general Pedro Blanco, están expuestos también en el libro con numeroso apoyo documental.

Los últimos capítulos de la obra los dedica el ensayista al general Blanco, soldado de las más memorables acciones bélicas contra a el poder español, como las de Zepita, Junín y Ayacucho. En esta parte, el autor se orienta a rebatir, en forma pormenorizada, relatos de auto justificación de enemigos de Blanco y calumnias de las que fue objeto el primer presidente boliviano y su efímero gobierno; pasa también revista a los hechos de su atroz asesinato. Y no está ausente la denuncia de la impunidad de la que gozaron quienes cometieron el magnicidio, después del golpe del 31 de diciembre del año fatal, que inaugura las decenas de asonadas militares de la historia patria.

Los levantamientos indígenas y las ideas de Bolívar en torno a la unidad sudamericana están ausentes del estudio. Estos temas, quizás, merecen ser incluidos en los próximos esfuerzos de investigación del autor, con el coraje intelectual y el mismo minucioso trabajo de apoyo documental que es sustento del libro aquí comentado.

Fuente: Letra Siete

Las bellas miniaturas de Hasbún

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Las bellas miniaturas de Hasbún
Por: Fernando Molina

A veces uno lee libros que quisiera haber escrito. Esto significa: libros que uno siente que podría haber escrito, ya que parecen haber sido hechos con facilidad y alegría. Y también significa: libros de los que uno quisiera jactarse, su nombre impreso en la portada, para satisfacer por un rato su inquietud de artesano incompleto y anhelante.

Cuando los libros que uno quisiera haber escrito están firmados por extranjeros, es fácil encontrar un montón de pretextos para explicarse a sí mismo el hecho de no haberlos podido escribir. En cambio, si el autor del libro que uno quisiera haber escrito es un compatriota, entonces tiene dos opciones: la primera, que es la del odio; y la segunda, que es la del amor…

Se puede odiar a quien hace muy bien aquello que nosotros también hacemos. Se lo puede ignorar o ningunear o dañar con maldad y olvido. Se puede ser cariñoso con él en público y, al mismo tiempo, absurdamente injusto con su obra en privado.

Cuando se habla de crítica literaria se habla poco de la envidia; pero, hay que ser sinceros, no hay crítica sin envidia y sin superación de la envidia.

Cuando puede, la crítica celebra, sin segundo cálculo ni cicatería, a los buenos escritores. Para sumarme a ella, para tratar de ser parte de ella, y para actuar con los métodos del amor (que no son ni blandos ni bobos), cada vez que me topo con libros nacionales que quisiera haber escrito pero que no podré escribir los pongo en una lista, la lista de los “más bellos ensayos bolivianos”. Es una lista muy exclusiva y muy personal, aunque no arbitraria, y me es dictada por una voz. Se trata de la voz de la envidia, sometida por el amor.

Luego informo al público, a través de reseñas periodísticas, de algunos de los títulos que he incluido en mi lista. Ahora quiero reportar una nueva entrada. Se trata de Las palabras (textos de ocasión), una obra de Rodrigo Hasbún que acaba de aparecer en El Cuervo.

Hasbún es, en mi opinión, el mejor narrador boliviano de los últimos tiempos. En su más reciente novela, Los afectos, ha dado, y muy bien, un paso decisivo, el que comunica de la escritura autorreferencial que se practica abundantemente hoy, y en la que es posible ubicar sus primeros libros, a la escritura que cuenta, la escritura de historias, la cual requiere de un talento y una paciencia enormes, pues se trata de desplegar la imaginación y de vivificarla.

Las palabras es el primer libro de no ficción de Hasbún. Está compuesto por colaboraciones con revistas literarias y por intervenciones suyas en festivales literarios; “textos de ocasión”, “a pedido” y con tema prefijado, es decir periodísticos, que sin embargo están compuestos con una prosa, una cadencia, una premeditación y un vuelo superiores. No debería sorprendernos: ya se ha dicho varias veces que el encargo literario no obstaculiza, sino que —todo lo contrario— afila y concentra las posibilidades expresivas de los buenos escritores. Recordemos, entre tantos otros ejemplos, que fue el motor de la novelística del siglo XIX.

Hasbún escribe perfiles de dos de sus autores favoritos (Natalia Ginzburg, Rodolfo Walsh), y de dos cineastas de gran calibre (Kiarostami, Mekas). Son perfiles modélicos: pequeñas biografías reveladoras del biografiado a la vez que apreciaciones convincentes sobre sus obras y, a través de ello, fluidamente, consideraciones sobre lo que es y debe ser el arte.

Ahí hace alusiones a su poética: “1) El silencio es un recurso expresivo poderoso cuando sucede en los momentos justos. Importa tanto lo que se dice como lo que se calla. 2) Es a los lectores a los que les toca rellenar los vacíos. Está bien confiar en su capacidad creativa, en su involucramiento emocional. 3) A veces la manera más contundente de narrar los grandes hechos, la Historia con mayúscula, digamos esa que deja en ruinas a todo un país, es recurriendo a las historias mínimas”. Está hablando de Ginzburg, pero también de él. Porque Hasbún es discreto y minimalista. Y, como él mismo dice, “en un panorama literario como el nuestro, acostumbrado a celebrar los gestos ampulosos, quienes dedican su vida a construir miniaturas corren el riesgo de no ser tomados en serio”.

Este último libro de Hasbún es brevísimo y sin embargo basta para observar cómo el autor progresa desde unos textos más condescendientes hasta otros más perfectos, que son los últimos.

El libro hubiera ganado si prescindía del texto en el que Hasbún hace una “big picture” de la literatura latinoamericana actual (“Trazar un mapa imposible, en el aire”), pues aunque está muy bien escrito, denuncia lo obvio: que los escritores generalmente no son críticos; los mejores no lo son. Y un escritor que no es un crítico y escribe crítica no resiste la tentación de hacer un poco de relaciones públicas y de alimentar el “espíritu de cuerpo”. Pero me parece que Hasbún no está en el “trabajo de redes” ni en el del “autobombo”. Me parece que se toma en serio su oficio, que tiene una vocación y un talento profundos, y que por eso va a aportar mucho a nuestra literatura. Y este su último libro no lo desmiente.

Fuente: Tendencias

Augusto Céspedes, estela y vigencia

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Augusto Céspedes, estela y vigencia
Por: Alex Salinas

Mientras leía la novela Humo (2017), de Gabriela Alemán (1968), me sorprendió gratamente encontrar un par de pasajes que reproducían, casi exactamente, un par de anécdotas macabras de Chaco (1936), la novela de Luis Toro Ramallo (1899-1950). La calidad de la prosa del chuquisaqueño había hecho su paso a las páginas de la excelente novela de la ecuatoriana, uno de los últimos ejemplos de todo un subgénero dentro de las letras latinoamericanas, la narrativa de la Guerra del Chaco.

A través de los años, se ha hecho evidente que las muchas páginas que se han escrito sobre la guerra del 32, han excedido su pretensión histórica y testimonial, inclusive la idea del trauma persistente en la memoria de los sobrevivientes y sus herederos, para dar paso a una reproducción literaria que tiene por base la riqueza misma de los textos de la época, una robusta geografía literaria de la cual sujetarse para seguir creando. Así, esta narrativa va dando paso a otros géneros(el terror, la ciencia ficción) a otras voces y otros puntos de vista (indígenas, femeninos, etc.), silenciados anteriormente por un herido ego masculino y la urgencia de una reacción retórica ante la derrota.

Del puñado de textos producidas a partir de la Guerra, Sangre de Mestizos (1936), de Augusto Céspedes (1904-1997) es acaso el más importante: nueve cuentos sin pretensiones de ejemplo, de moraleja, tampoco presionados por los finales felices. A partir de ellos, he sentido la estela de Céspedes en distintas lecturas. La encontré en el cuento “la excavación” (1953) de Augusto Roa Bastos (1917-2005), cuando el personaje del paraguayo excava un túnel para salir de la prisión impuesta por alguno de los dictadores del país. En el trayecto, recuerda sus días en la Guerra del Chaco, cuando excava otro túnel, cuando debe matar a 89 bolivianos, entre ellos a uno que seguramente soñaba en su propio pozo, en referencia al título del cuento más famoso de Sangre de mestizos. En “La excavación”, la pesadilla del escritor boliviano, es replicada, por la pesadilla elaborada por el escritor paraguayo. Como en el cuanto del boliviano, el túnel sin salida del personaje de Roa Bastos es un espejismo, la grotesca y tardía constatación de un Estado que explota y asesina a sus habitantes.

Después, ya en 1960, Roa Bastos publica Hijo de Hombre, una novela mural de la historia paraguaya de la primera mitad del siglo XX. Allí, en “Misión”, uno de sus capítulos, Roa Bastos, desde el punto de vista paraguayo, reescribe y amplia el cuento “Humo de Petroleo”, de Céspedes, la épica tragedia de los chóferes de la guerra. Si bien hay diferencias entre el chófer de Céspedes y el chófer paraguayo de Roa, a ambos los guía un altísimo sentido del deber, un valor irracional. Ambos mueren también apoyados sobre sus volantes, mientras la bocina de sus máquinas es escuchada a lo lejos por las patrullas enemigas. Ese mismo año, con el mismo argumento de “Misión”, y con el guión escrito por el mismo Roa Bastos, se filma en la Argentina la película La Sed, dirigida por Lucas Demare. La cinta, además, introduce la imagen del pozo del agua de Sangre de Mestizos, como quimérica empresa que solo sirve para morir inútilmente, para enterrar a los muertos de ambos países.

Recientemente, ya en el ámbito de las letras bolivianas, el laureado escritor Rodrigo Urquiola Flores (1986), escribe “Conversación en el desierto” (2017), una historia cuya trama antecede a la trama de “El pozo” de Augusto Céspedes. Paniagua, el personaje de Urquiola, curiosamente obedece una orden del Suboficial Céspedes y y sale en busca de un supuesto pozo de agua (y lo encuentra), el mismo por el que, ochenta años antes, Miguel Navajas( el narrador de El pozo), y sus hombres habrían de pelear y morir.

En conversación en el desierto, Urquiola reintroduce los grandes tópicos de Sangre de Mestizos, una sed que se proyecta en todos los ámbitos, en la ausencia de todo plan y proyecto de futuro, ya sea nacional o personal: el militar, el político, el erótico (cruel y burlesco), sin el cual no hay reproducción, no hay vida. Para Urquiola, la guerra, también la literaria encontrada en la obra de Céspedes, es “un acontecimiento que ocurre siempre en tiempo presente, que se repite hasta el infinito tanto en una vida como en la otra, tanto en un sueño como en el otro”.

Intervenir en un cuento canónico equivale a reconocer su lugar central dentro de una tradición (reconocerse también como parte de la misma) sus posibilidades rizomáticas. Al mismo tiempo, es un arriesgado y audaz acto, pues enfrenta al maestro y al discípulo en un plano de igualdad. De tal encuentro, bien se puede salir debilitado en la comparación o bien fortalecido, al proponer una poética propia, nuevas lecturas sobre la historia y la ficción.

Así lo había hecho Jorge Luis Borges, en cuentos como “El fin” (1944) o “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz” (1849). En este último, a partir de la invención de la biografía de uno de los personajes del poema Martín Fierro (1872), Borges reinterpreta su importancia en el contexto argentino. Más que que un libro de lenguaje y sabiduría popular, éste revela al coraje como la gran virtud moral de los hombres, aun en malevos y desertores, frente a las causas perdidas, lo ineluctable de su propio fin. En el cuento, Borges también desliza unas lineas que tal vez pueden ayudarnos a explicar la resistencia literaria de Sangre de mestizos en el tiempo, la permanencia de sus personajes en el imaginario del lector boliviano. “Cualquier destino [escribe Borges], por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en el que el hombre sabe para siempre quien es”. Anteriores a la declaración de esta verdadera teoría de la resolución de un cuento, son los momentos que encontramos en los textos de Sangre de Mestizos. Los personajes de Céspedes, como lo habíamos visto en el personaje de Arturo Cova, de La vorágine (1926), como después lo veríamos en otras obras de la región, muestran acaso el momento en que se revela la condición ontológica del sujeto latinoamericano: la soledad, su indefensión ante la violencia provocada por las maquinarias de muerte nacionales y supranacionales; aun así, enfrentan al abismo con la creación. En el caso de Céspedes, con los ojos abiertos, sin rehuir a su destino sudamericano, con el conocimiento, finalmente, de saber quienes son. Es una sensación que acaso, en el clímax de la lectura, cree un puente renovable, aun imaginario, entre la literatura y la naturaleza de un pueblo, entre literatura y realidad.

Resta mencionar que hay una frase de uno de los personajes de Sangre de mestizos que se ha hecho mía a lo largo de los años, que resuena en mi cabeza desde primer momento en que me miro al espejo en las mañanas: “Yo sé que los hombres nacemos con un destino de palabras [escribe el sargento Cruz Vargas], y mientras no las hayamos vaciado, no podremos morir, porque aun no habremos vivido”. Persigo todavía esas palabras.

Fuente: Puño y Letra

Teresa Gisbert: resituando la obra ‘Iconografía’ en el contexto internacional y nacional

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Teresa Gisbert: resituando la obra ‘Iconografía’ en el contexto internacional y nacional
Por: Rossana Barragán Romano

La hermosa edición de Iconografía y Mitos Indígenas en el Arte es una de las joyas de la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia cuyo estudio introductorio fue realizado por la reconocida historiadora Therese Bouysse-Cassagne. En este espacio quisiera dirigirme a las personas que no necesariamente conocen su obra y deben preguntarse ¿Por qué es tan famosa Teresa Gisbert? Y ¿por qué este libro es tan excepcional?

La respuesta no es fácil cuando estamos frente a una mujer pionera en un espacio tan masculino como el de los arquitectos de 1950, pero una pionera también en sus perspectivas y contribuciones a la historia del arte y la historiografía. Por ello me parece importante resituar su obra en el contexto internacional y nacional considerándola también a la luz de los debates más contemporáneos.

Mencionemos primero que Teresa Gisbert y José de Mesa se encontraron en España con reconocidos estudiosos como los españoles Diego Angulo y Enrique Marco Dorta que, con el argentino Mario José Buschiazzo, escribieron, antes de 1950, varios volúmenes sobre la Historia del Arte Hispanoamericano. Fue allá también que se vincularon al americano Harold Wethey, un gran especialista de la pintura renacentista que escribió sobre la arquitectura en Bolivia en 1951. Teresa Gisbert recordaría décadas después que fue él quien les preguntó sobre la esquina de la plaza… es decir, sobre la casa que por entonces estaba lejos de ser el Museo Nacional de Arte.

La historia del arte hispanoamericano, como se decía entonces, iba a tener acalorados debates cuyo origen se remonta a por lo menos 1925 cuando Angel Guido, de Argentina, quiso desarrollar una arquitectura propia denominándola como “fusión hispano indígena”. Más tarde, buscó que la identidad americana pudiera plasmarse en las ciudades, encontrándola de alguna manera en el altiplano, denominándola de manera simultánea estilo mestizo, criollo y arte hispano incaico. Se abrió así, entre 1961 y 1980, lo que sería una larga batalla semántica por los términos, que fue también una pugna de interpretaciones: ¿la arquitectura y el arte en América entre 1500 y 1800 tenía aún influencias prehispánicas? ¿el arte fue derivativo del europeo y por lo tanto provincial, folk y hasta deformado? ¿Fue resultado de una mezcla o se trataba de un producto nuevo y autónomo? Un importante académico recordaría que “Los más condescendientes … llegaron a admitir que se trataba de una ‘arquitectura española con decoración americana’”. Lo que estaba en debate era la autonomía o no del barroco americano frente al barroco europeo.

¿Qué pasaba en las ciencias sociales y la historia? América Latina estaba atravesada entre los años 1950 y 1970 por las teorías de la dependencia que planteaban que fue el desarrollo el que engendró el subdesarrollo. Paralelamente, se discutían los modos de producción en América Latina, publicándose un libro que tuvo mucha circulación, bajo ese título, con contribuciones de Ernest Laclau, Carlos Sempat Assadourian, Juan Carlos Garavaglia, entre otros, y unos años más tarde, en 1978, Waldemar Espinoza Soriano publicó Los modos de producción en el imperio de los incas.

Lo increíble, por extraño que pueda parecer, es que las preguntas que tenían los señores que discutían los modos de producción, estaban ligadas a las preguntas de los señores estudiosos del arte. Ambos buscaban definir las sociedades que se desarrollaron en América a partir de 1500: unos se preguntaban sobre la autonomía o no que había tenido el arte; los otros, sobre cómo caracterizar la economía colonial y si habían coexistido y por qué, regímenes esclavistas, feudales y capitalistas. Ambos estaban acechados, en todo caso, por el modelo y prototipo europeo y cuán cerca o lejos se estaba de él.

Pero paralelamente emergieron otras perspectivas como las de la etnohistoria, entendida como la historia de los pueblos y etnias sin escritura, así como la de sus identidades culturales. Sus análisis permitían escapar de los debates interminables, centrándose en las perspectivas locales reconstruyendo también lo que se fue llamando “lo andino”. El mexicano Miguel León Portilla había publicado en 1959 La visión de los vencidos, un análisis de las crónicas sobre los pueblos prehispánicos, título retomado por Nathan Wachtel en su libro que marcó un importante hito historiográfico en 1971. John V. Murra publicó en 1975 Formaciones económicas y políticas del mundo andino, y tres años después La organización económica del estado inca. En ambos se concentró en la importancia del maíz y los tubérculos en el mundo andino, en el control vertical, en los rebaños, en los tejidos y en la prestación rotativa campesina. En nuestro país, una nueva ola de sociólogos, historiadores y antropólogos publicarían en la revista Avances de 1977, estudios sobre el control vertical donde estaría su precursor, Ramiro Condarco Morales, trabajos sobre la tributación colonial, la participación indígena en los mercados a partir del siglo XVI, pero también sobre las haciendas y los latifundios del siglo XIX-XX.

Ese era parte del ambiente cuando el libro Iconografía fue publicado en 1980. Por eso resulta interesante constatar que Teresa Gisbert no le dedicara ni mucho tiempo ni muchas páginas a caracterizar el tipo de arte estudiado. Escribió lo mínimo necesario y la cito: “la sociedad virreinal fue una sociedad heterogénea pero integrada”.

Se situaba, claramente, en la posición no hispanista que abogaba por los caminos propios que había tenido el arte en América. Se concentró, en cambio, en desarrollar su argumento: “Los valores indígenas fueron modificando los aportes europeos hasta convertirlos en algo muy diferente de lo que originalmente eran”. Las cinco partes del libro despliegan esa idea. En la primera examina la sobrevivencia de los mitos bajo las formas occidentales, como el caso de Tunupa y Sabaya.

En la segunda se analiza cómo se fue modificando la iconografía cristiana. A partir de la tercera hasta la quinta parte, el libro tiene que ver con las élites indígenas. Nos encontramos con los caciques de sangre que pagaban por cuadros religiosos y financiaban enormes iglesias como la de Jesús de Machaca. Figuran también retratos de las dinastías incas, de los descendientes incas emparentados incluso con las más grandes familias de los jesuitas, como San Ignacio de Loyola, y ahí están igualmente los escudos de familias: señales de estatus pero también de reivindicación política.

Iconografía es un libro rico y denso, que fue resultado de una larga carrera y de algo que frecuentemente se invisibiliza: la rutina cotidiana y la continuidad de décadas de investigación. En este sentido se puede afirmar que lo edificado por miles de manos trabajadoras en diversas partes de este territorio a lo largo de varios siglos, y que tenían el peligro de desaparecer, fue reconstruido, una segunda vez, en gran parte por Teresa Gisbert porque ella visitó, identificó, dató, describió y analizó cada una de las iglesias, cada uno de sus cuadros y pilares, cada uno de los chullpares y cada uno de los sitios históricos.

La acumulación sistemática de conocimientos anclados en la tierra que habitaba, pero, vinculada al mundo, le permitieron volar. Voló reuniendo, de manera bastante pionera, las miradas y perspectivas de la historia del arte y del amplio campo visual y de la antropología, historia y etnohistoria. Su combinación de aproximaciones, que hoy nos parece natural, era bastante única para entonces y constituye sin duda uno de sus más sólidos pilares.

Sus perspectivas le permitieron ir más allá de la preocupación del trauma de la conquista y del mundo que irremediablemente iba desapareciendo. Ella encontraba a los llamados “vencidos” que no habían sido completamente sometidos, pero tampoco aparecían peleando en las rebeliones que Silvia Rivera y otros historiadores analizaban. Gisbert mostraba algo aparentemente menos fulgurante pero tal vez más extraordinario: que las huellas andinas más cotidianas, las del trabajo, podían encontrarse en el propio corazón y espacios de la conquista y la colonización, como en las iglesias.

El análisis y sistematización cuidadosa de esas “huellas” y objetos materiales estaba enriquecida con lecturas e interpretaciones de crónicas, misales, mitos o inventarios de iglesias, que le permitieron acercarse a ellas de manera creativa. Ponía en práctica el recurso a diversas y complejas fuentes que historiadores y otros cientistas sociales recomendaban una y otra vez…

Podemos afirmar ahora que ella estuvo a la vanguardia de las problemáticas de la historia del arte, de la historia social y la sociología. Mencionemos tres de estas problemáticas: el debate sobre la cultura popular y si era posible su diferenciación con las culturas de élite; el rol de la agencia de los sujetos y, finalmente, la importancia de la cultura visual.

Con relación al primer tema, es decir la diferenciación entre cultura letrada y de élites vs. cultura popular, Teresa Gisbert evidenció la presencia de los subalternos antes que este término, proveniente de la historiografía de la India, y emparentada a la visión de la “historia desde abajo” de los historiadores marxistas, fuese de uso común después de los años 1980. El libro de Teresa Gisbert abordó, en los hechos, y en el arte, la problemática planteada por el famoso microhistoriador Carlo Ginzburgo que escribió sobre la concepción del cosmos que tenía un campesino italiano en 1550. Ese campesino molinero Menochio había declarado: “Yo he dicho… yo pienso y creo, todo era un caos, es decir, tierra, aire, agua y fuego juntos; y poco a poco formó una masa, como se hace el queso con la leche y en él se forman gusanos, y éstos fueron los ángeles; y la santísima majestad y… también estaba Dios creado también él de aquella masa, y fue hecho señor con cuatro capitanes, Luzbel, Miguel, Gabriel y Rafael…”

Lo que hizo Ginzburg fue reconstituir el mundo de influencias orales y lecturas de Menochio preguntándose sobre las relaciones entre la cultura de la clase subalterna y la de las clases dominantes viendo cómo finalmente, además de dominación y hegemonía, había también interpretaciones propias y creatividad. Es lo que hizo Teresa Gisbert mostrándonos la interacción entre las culturas de élite y las culturas subalternas, con aproximaciones y conclusiones que se hicieron también antes de que la llamada “nueva historia cultural” se consolidara, al iniciar la década de 1990.

En cuanto al segundo tema, el de la agencia, que la historiografía y ciencias sociales enarbolan como parte de la discusión entre agencia y estructura, podemos decir que Teresa Gisbert tuvo también un rol vanguardista. Ella analizó de diversas maneras “los valores y la creatividad indígena” que se introdujeron en el arte de origen europeo hasta transformarlo completamente (Introducción al libro).

Finalmente, en cuanto al tercer tema, el de la cultura visual, hoy es un término en boga. Dos historiadoras del arte, Dana Leibsohn y Barbara Mundy, en un hermoso proyecto y sitio web, Vistas, plantean como premisas de su trabajo la articulación entre la historia del arte y las perspectivas históricas y antropológicas, así como el reconocimiento de que la América colonial era culturalmente transnacional, una perspectiva presente también en un autor muy reconocido ahora, Kenneth Mills, especialista además en religiosidad. A estas alturas, podemos reconocer que muchas de estas perspectivas estuvieron presentes en el trabajo y los aportes de Teresa Gisbert.

Por todo ello, el libro Iconografía debe situarse al mismo nivel e importancia de otras obras clásicas como la del conocido historiador italiano Carlo Ginzburg al que me he referido, u otras similares. Debemos situarla también como una de las académicas más importantes de nuestro país en el siglo XX. Ella, como sus trabajos, tienen la virtud de su enraizamiento por un lado y de su trascendencia a problemáticas más amplias por otro lado.

Valorar su trabajo no significa que todo está hecho, dicho y escrito. Hay nuevas preguntas y aproximaciones junto con las nuevas generaciones. Hoy por hoy, como escribió recientemente Denise Arnold, hay un cierto tránsito de la iconografía a la historia técnica de los objetos a tal punto que la BBC cuenta la historia del mundo en su portal a través de ellos. Por otra parte, muchas de las imágenes pueden ser analizadas como parte de procesos complejos de religiosidad que van más allá del rótulo de sincretismo y la metáfora de dos conjuntos o culturas que sobreviven eternamente casi sin tocarse y que tanto imbuye la forma en cómo analizamos nuestra sociedad, perspectiva que está siendo cuestionada en las investigaciones precisamente con perspectivas “globales” y transnacionales. Finalmente, no menos importante es reflexionar, como Carolyn Dean y Dana Leibsohn, lo hacen, sobre la constante construcción y homogeneización discursiva de un “nosotros”, un “ellos” y unas “mezclas” que implican cuestiones de pureza y autenticidad, que conllevan visiones genéticas y raciales, lo que significa negar el transcurso del tiempo y por tanto la propia dinámica histórica. Queda ciertamente mucho que hacer y sería un gran error mirar el libro de Teresa Gisbert del año 1980 con las aproximaciones de casi 40 años después. Ella fue definitivamente una pionera en su tiempo y nos ha dejado uno de los libros clásicos más hermosos y muchas de sus preguntas están vigentes.

Fuente: Tendencias

Un acto de fe (Texto apócrifo de presentación de “El oro de las estrellas extinguidas” de Claudio Ferrufino)

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Un acto de fe (Texto apócrifo de presentación de “El oro de las estrellas extinguidas” de Claudio Ferrufino)
Por: Daniel Averanga Montiel

Todo acto de amor es un acto de fe, un salto al vacío con los ojos vendados, el alma en un puño y el corazón en la garganta, listos ambos para ofrendarse a quien quiera tomarlos: se los puedes ceder al padre enfermo, a la madre ausente, al hijo que tiene la mirada profunda y la boca llena de frases que te salvan cada tarde, o a la muchacha de ojos grises o avellanados que te demostró lo que sí era el dolor y transformó tu vida en oro puro, maleable por la pasión e irrompible ante la indiferencia. Casi siempre esta clase de actos se dan con más fuerza si hay un halo de misterio involucrado, como jugarse el todo por el todo, vender el cuero que cubre la piedra que te sirve de almohada, regalar tu tranquilidad y descanso, incluso después de morirte y nunca ser sepultado ni por la tierra ni por el recuerdo de los tuyos.

Así es el amor, ciego, un elemento que nos vuelve ajenos a la naturaleza, vulnerables a pesar de nuestra cognición; pero a veces, solo algunas veces, este amor sí vale la pena y termina curando lo que por definición llevamos corrupto desde que nos envían al colegio: nuestra conciencia como seres humanos.

Estamos ante un tiempo muerto que solo parece vivo y sano cuando algún autor de la rosca tradicional convoca a sus fans para llenar de perfume los salones del entorno, desde el cual los postulados de Cioran y Ligotti sí se justifican. Ejemplos sobran: que una madre se mata con su hijo en Colombia y una mayoría se burla del acto o la insulta desde sus burbujas de comodidad, que un actor mediocre de culebrones mexicanos le dice “pinche india” a una actriz amateur que fue nominada a los premios Oscar y nadie se indigna (mucho menos ciertas activistas), o que importó más la presión en las tetas de la beishu que la muerte de la última pacahuara, en 2013, son cosas de todos los días. Sé que estamos en el mismo barco y también sé que una mayoría no se da cuenta de ello, por eso nos estamos yendo despacito a la fosa séptica evolutiva y, en unos años, calcularía que todo el globo se convertirá en una Prípiat emocional; no es sorpresa esto, Isaac Asimov cambió de una postura humanista a una nihilista a mediados de los ochenta y dejó de hablar del destino cibernético de la humanidad cuando en entrevistas se le preguntaba sobre aquello; es más, sorpresa sería ver luz al final de túnel, pero este túnel parece más frente achatada de abogado torturador: nadie sabe lo que hay más allá, quizá dos mil abdominales pensadas y calculadas por matemáticos sin título, quizá canchas con césped sintético más que hospitales y lugares comunes por doquier, o sonrisas estúpidas en gigantografías pagadas con el dinero del pueblo. Lo cierto es que la única arma ante esta “vocación de abismo”, como dijo en 2009 Carlos Monsivais, puede ser el amor.

Y se preguntarán: ¿qué tiene que ver el amor en la presentación de un libro tan grandioso como “El oro de las estrellas extinguidas” y las nuevas ediciones de “Virginianos” y “Ecléctica” de Claudio Ferrufino?

Amor a la palabra y maestría. Eso se ve. Cada libro de Claudio es una demostración de amor incondicional, un salto al vacío sin paracaídas, un acto de fe.

Estamos ante un tiempo muerto, ya lo dije antes y lo seguiré diciendo hasta que alguien me diga: “Ya cállenlo al pobre”; y como estamos así, no cabe más que apelar a medidas desesperadas; ¿y quién mejor que Claudio para mostrarnos el camino de lo que está sucediendo en nuestra sociedad, o cómo piensa el mundo a través de su visión de la realidad? Sus libros son una medida desesperada de amor incondicional, un oasis en medio de tanto tedio protocolar, una orientación tal, que hasta el piropo que le lanza a Gabo sobre su última novela (“Memoria de mis putas tristes”) en una de sus notas, va más allá del mismo piropo. Su lenguaje es ácido, sabio, magistral, real, y no queda más que considerarlo un maestro, quizá uno de los pocos, que parió Bolivia los últimos años.

Lo conocí por las redes sociales hace más de diez años, y en cada ocasión que charlábamos por medio del chat, descubría los estratos de cognición y de poética que constituían su obra y su talento; el no pertenecer a roscas e incluso ir más allá de esas roscas, más que sorprenderme, completó mi visión de él como un artista completo: le debemos a él la certidumbre que se puede escribir sin tanto bombo, ni autobombo, porque lo que interesa en su obra es la arquitectura de un dolor que va más allá de que suene bonito lo que cuenta, sino que lo que cuenta nos interna en ese acto de amor de comprender al otro y comprenderse a uno mismo, todo al mismo tiempo.

Todo acto de amor es riesgoso y estúpido, decía Ligotti, porque nada es bueno ni malo si no pasa antes por el lente de esa maquinaria llamada emocionalismo; nos está matando el emocionalismo barato, aquel que se pasa por la bolsa escrotal la empatía y la virtud de ser humanos y solo prioriza la comodidad personal… Y justo Claudio explora estos elementos en sus artículos que, de breves y buenos, adquieren la virtud de convertirse en joyas que nos motivan a salir de nuestros espacios de comodidad y nos hacen pensar, nos hacen ser humanos de nuevo.

Percibo a Babel, a Chejov y a Ligotti en sus escritos, pero también lo percibo a él como un creador extraordinario, uno que está haciendo escuela donde va y donde siempre consigue lectores, y esto no solo pasa en los “Virginianos” de los noventa, o en la posterior y grandiosa “Ecléctica” o en los últimos escritos que se incluyen en “El oro de las estrellas extinguidas”, sino también en sus novelas, únicas, que nos hacen sentir pequeñitos pero constantes ante su talento. El amor a la palabra es casi adictivo en Claudio, y eso está bien, muy bien, y qué mejor editorial para hacer esto con él, que 3600, que ya nos ha dado tantas obras que sí dan gusto leer y tener.

Después y antes de Jaime Nisttahuz, considero, como dije ya arriba, a Claudio como mi maestro en la escritura, aunque sé que nunca escribiré como él.

Solo queda la palabra escrita como prueba de que seguiremos leyéndolo con gusto, y trataremos, en lo mejor posible, de poder llegarle a las suelas de los zapatos en cuanto a calidad.

Larga vida a la obra completa de Claudio, y que nos acompañe como maestro muchísimos años más.

Fuente: lecoqenfer.blogspot.com/


Maximiliano Barrientos: “Estamos volviendo a la Edad Media”

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Maximiliano Barrientos: “Estamos volviendo a la Edad Media”
Entrevista a Maximilianos Barrientos
Por: Mijail Miranda Zapata / Sergio de la Zerda

Maximiliano Barrientos es una de las voces más potentes de la narrativa boliviana. Este parece ser un lugar común o un adjetivo trillado para describir a un escritor, pero, en el cruceño, se hace carne en sus narraciones, en la forma en la que afronta las palabras, y sin el barullo de otras literaturas y carreras literarias, se ratifica silenciosamente, libro a libro.

Desde aquellos primeros relatos que daban cuenta de un todo parco e introspectivo, hasta la desgarradora y apabullante narración de una Bolivia distópica (o no tanto) en En el cuerpo una voz, Barrientos no solo consolida un lugar y una personalidad propias en las letra bolivianas, sino que presume un impulso vital por la escritura que lo obliga a revisitarse, reinventarse y reescribirse.

Sobre aquellas obsesiones que lo empujan contra la página en blanco, algunas facetas de la literatura y su último publicado en Bolivia, el autor conversó con la RAMONA.

La desaparición del paisaje se presentará el próximo viernes 29 de marzo en la sala de la Biblioteca del Centro Simón I. Patiño (avenida Potosí casi Portales) a las 19:00. El ingreso es libre.

Su novela En el cuerpo una voz se ambienta en un “futuro” muy cercano, casi presente, lo cual llama la atención. Pese a la estabilidad de la última década, parecería que en Bolivia pensar en una guerra civil podría no ser tan descabellado. ¿Coincide con esta percepción?

Hace doce años esa posibilidad era muy cercana, ahora siento que hay una mayor estabilidad pero nunca es garantía. La ficción trabaja con el reino de la posibilidad, con lo que puede pasar pero también con lo que pudo haber sucedido. Quizás la faceta profética de la literatura es menos importante que esa que narra el futuro probable que nunca tuvo lugar. Ese futuro que, en palabras de Mark Fisher, nos asecha como espectro.

Uno de los personajes señala: “Un animal no se engaña porque no usa el lenguaje, vive en la inmediatez de sus vísceras, por eso al tocarlo, al escarbar entre su grasa, al ir desmontando los aparatos que posibilitaron su movimiento, no se encuentra el artificio”. ¿El lenguaje audiovisual, que viene sobreponiéndose al escrito, es “más engañoso”?

Todo sistema de signos nos permite conocer el mundo pero al mismo nos aparta de él, creo que esa es la paradoja que vivimos al ser seres culturales, históricos, y no naturales. En cierta medida la novela, y los cuentos que estoy escribiendo ahora, patentizan el deseo de volver al cuerpo de una forma que no esté mediatizado por el lenguaje. ¿Cuál es este cuerpo que no vemos o que perdemos ocultado por el sujeto? Supongo que esa es una de las preocupaciones de fondo de En el cuerpo una voz.

Se ha dicho de En el cuerpo una voz que es muy cinematográfica. ¿En qué medida el cine y/o la televisión le ayudaron en la descripción de los horrores de la violencia?

A mí me interesa mucho el trabajo con la imagen y para ello busco que el lenguaje sea lo más concreto posible. Quizás por eso se la piensa como una novela cinematográfica, pero al mismo tiempo me parecería muy difícil llevarla al cine. Yo creo que antes que el lenguaje está la imagen, la frase es un intento a veces fracasado de materializarla.

Su novela reflexiona también sobre la memoria. Dado lo que sucede en la región con ejemplos como el de Bolsonaro, ¿se puede decir que la memoria es más frágil en Latinoamérica?

Es terrible lo que está pasando, yo no sé si es un tema de memoria, de un olvido de lo que sucedió en los años duros de la dictadura, o un deseo de regresar a ellos. En muchos sentidos estamos volviendo a la Edad Media, hay una euforia por ello, se celebra la irracionalidad. Fijate en todo este movimiento que plantea que la tierra es plana o que las vacunas son perjudiciales. No son casos aislados, son movimientos organizados. Es por ello que ahora más que nunca es importante que en las facultades y en los colegios se habilite Pensamiento Crítico como una materia obligatoria.

En una reciente entrevista ha criticado al Gobierno por no haber puesto a la cultura en un sitio relevante de su agenda. ¿Qué medidas cree necesarias para fomentar la literatura y la cultura en general?

Pues lo más necesario son fondos y becas de creación. Se necesitan condiciones materiales para crear una obra, esto implica tener tiempo para escribir, para pintar y para hacer música. Tiempo que se invierta en ese quehacer, y en ese sentido el estado podría jugar un rol importante como lo juega en México o en Chile.

La desaparición del paisaje es una novela de retorno, un regreso al país que más que nostálgico resulta siempre conflictivo y hasta traumático. ¿Cuánto te ha servido la escritura de la novela para afrontar tu propia vuelta a Bolivia, o cómo se ha visto trastocado este reencuentro a partir del libro?

Cuando me fui de Bolivia ya tenía una primera versión de la novela, los dos años que pasé en Estados Unidos me sirvieron para trabajarla y la versión que publicamos en 2015 con Periférica —que es la misma que sacamos con El Cuervo— fue muy distinta a la de aquel primer manuscrito. Estar lejos te obliga a pensar a Bolivia de una forma distinta, te hace incluso más blando con cosas que antes eras muy crítico. Mi regreso no fue el mismo que el de Vitor Flanagan, respondieron a condiciones radicalmente distintas.

El título del libro es bastante sugestivo, más aún si hablamos del regreso a un país que parecería estar hecho únicamente de paisajes. ¿Cuál es la impronta cruceña/boliviana, si es que eso existe, en La desaparición…?

La novela trabaja con la memoria, ese creo que es el motor narrativo: los paisajes de la memoria, las historias que te impone, cómo se entremezclan con la ficción. Bolivia es un contexto, algo que está allí como la geografía donde ocurre la historia. Nunca tuve la intención de contar la historia de un país o de tratar de descifrarlo. No creo que a la literatura habría que pedirle eso. Dicho esto, es cierto que en la novela hay una impronta fuerte de Santa Cruz y de cierta clase media cruceña, que es la clase y la ciudad en la que crecí. Esto se filtra en el texto, lo cruza, tiñe los temas pero no creo que sean los temas.

Sobre esta idea de país, leí una reseña que decía que el alcohol parecía ser “la única patria” de muchos de los personajes. ¿Es la embriaguez un rasgo que define la bolivianidad, o tienes una mirada más universal de la borrachera como un sentido de pertenencia?

Creo que el alcohol es una parte importante de la idiosincrasia boliviana, se bebe mucho, pero se lo hace en un contexto de fiesta, de celebración. En la novela el uso es distinto, es parte de la soledad de los personajes, o, mejor dicho, una vía que ellos utilizan para estar solos, para poner una distancia con el mundo.

Toda tu narrativa está atravesada por una tensión constante entre la carga del pasado, la bruma del presente y la incertidumbre de lo que viene. ¿Cómo lidian tus personajes con este peso? ¿Hay “una luz al final del tunel” (disculpa la fruslería)?

No lo sé. Siento que en lo que estoy haciendo ahora esta obsesión con el pasado quedó relegada por otras preocupaciones narrativas. Me interesa más trabajar con lo delirante y con el cuerpo, por eso me moví de cierto realismo hacia una literatura de género, una literatura que bebe del terror y de lo fantástico. Considero a La desaparición del paisaje el cierre de un proyecto narrativo que se inició con mis primeros libros, en los que la preocupación era el sujeto, la intimidad. Esta novela cierra ese proyecto pero ya contiene algunos elementos que luego continué en los siguientes libros, como el tratamiento de la violencia o la inclinación por lo surreal.

Tu escritura muchas veces es caracterizada por la crudeza de sus imágenes, la dureza del relato, sin embargo, en ella hay un desborde de ternura que asoma constantemente. ¿Cómo navegas, desde la práctica literaria entre territorios, acaso complementarios, pero tan disímiles? ¿Cómo trabajas esa dosis precisa que rehúye a la caricatura?

Creo que en toda escritura es necesario que hayan cambios de registros, de lo contrario sería insostenible. Además que esos registros muestran la complejidad de los personajes, de lo contrario trabajaríamos con caricaturas.

Fuente: La Ramona

Prontuario, un libro que desnuda a Bolivia

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Prontuario, un libro que desnuda a Bolivia
Por: Carlos Decker-Molina

El 22 de julio de 2011 se produjo el atentado más grave, por su magnitud, en Oslo. Anders Behring Breivik dejó un campo bombardeado en el centro administrativo y político, algo que le dio tiempo para irse a la isla de Utöya y eliminar a tiros a 69 jóvenes y dejar una tendalera de heridos, todos militantes de la juventud socialdemócrata, muchos hijos de inmigrantes.

Breivik se considera, incluso hoy, como un patriota. Hay quienes lo emulan como los neozelandeses que atacaron las dos mezquitas de Nueva Zelanda el pasado 15 de marzo.

El 23 de julio de 2011, a las nueve de la mañana sonó el teléfono del abogado Geir Lipperstal, era su esposa que se quedó trabajando en el hospital de Oslo, es enfermera de profesión y la situación del país exigía su concurso. El abogado recuerda que su mujer le dijo: “Si Breivik hubiese llegado herido al hospital, habríamos tratado de salvarle la vida”.

Geir Lipperstal compendió que se trataba de la seguridad jurídica necesaria e importante para vivir en democracia. Fue él quien se hizo cargo de la defensa del terrorista Breivik.

Escandinavia (Dinamarca, Noruega y Suecia) es una democracia avanzada y por lo tanto con seguridad jurídica que es el marco de su seguridad nacional.

Haber leído Prontuario, un extraordinario aporte de este diario, crónicas de 11 periodistas, la mayoría mujeres, es ver, oler, sentir la pobreza boliviana en materia de justicia, se advierte la carencia de instituciones, abogados que no defienden los derechos del cliente, jueces y fiscales que intentan tapar el delito con los dedos de manos fraudulentas o por lo menos lograr la retardación de justicia para dejar el caso en el limbo administrativo.

Ni siquiera puede explicarse con la teoría de la lucha de clases. Es decir, aquella afirmación de que el derecho es un derecho que sirve a la clase social hegemónica, la justicia es para los de arriba, porque no hay igualdad ciudadana.

Isabel Mercado al final de su crónica dice: “El caso Despot tiene la particularidad de involucrar a dos familias de clase media acomodada; como para constatar que cuando se trata de injusticia, no es requisito ser pobre: los ricos también lloran…”

Vivo en un país con muchos inmigrantes, en esas capas hay sectores pequeños, que quieren trasladar sus tradiciones a la realidad sueca o escandinava y suelen ejecutar a sus propias hijas porque éstas no quieren casarse con el tío o el amigo del padre. Alguien escribió que las amenazas al estado de derecho no vienen del presente, sino del pasado. El presente es la modernidad sueca, igualitaria, con derechos y con obligaciones. El pasado son las tradiciones de clanes, algunos muy religiosos que pugnan por “seguir como siempre”.

Me parece que en Bolivia sigue latente la dicotomía entre tradición y modernidad. Pues, la tradición hace decir a gritos en la cara del carabinero. “No sabes quién soy yo”. “Qué te crees, cojudo, que voy a pagar esa multa que irá a dar a tus bolsillos”. “No te metas conmigo que te va a costar caro” Sinceramente, pensé que en estos años llamados “proceso de cambio” había cambiado la superestructura, pero, lo que veo a través de las páginas de Prontuario, es que –al contrario– se agudizó, tal vez hay recambio de actores, pero el sistema –si algo puede llamarse a la carencia de instituciones independientes, fuertes y profesionales– no ha cambiado, sigue siendo la misma sociedad que describe Juan Carlos Salazar en Tres crímenes perfectos.

Si algo enseña la literatura negra es el trasfondo social y económico donde se desarrolla el crimen, y Prontuario no es ficción literaria, por eso su fuerza; nos muestra un trasfondo delirante con personajes de cuento truculento como el texto Campeón de Ajedrez de Cecilia Lanza, personajes que saltan desde la celda e intentan transformarse en héroes de un ayer contradictorio.

Otra de las enseñanzas de los países donde he deambulado es el psicoanálisis. En la guerra de Yugoslavia había muchos como Arcan, el líder de los tigres, que combatían en las filas serbias. El personaje era un huido de una cárcel sueca, delincuente psicótico considerado un héroe por los suyos, para su disculpa podrían decir que era un personaje de guerra y como toda guerra, además sucia, tiene sus psicópatas; algo que no puedo entender cómo la sociedad boliviana no ayuda a sus enfermos, porque quienes mataron a Carla y Jesús son el Arcan de la guerra de los Balcanes, por la crueldad y sadismo con que lo hicieron, después de deshacerse de los cadáveres siguieron la juerga. Es el mismo sádico que se reproduce en el texto de Anahí Cazas, no puede ser que un ser normal apuñale a su propia mujer y de yapa a su suegra delante de su propio hijo.

¿Qué hacer? No soy quien responda la pregunta, pero me atrevo a decir que lo fundamental es la construcción del estado de derecho, Bolivia debe ser comunidad de ciudadanos libres, pero antes que reclamar derechos debe aprender a ejercitar sus obligaciones, esa gimnasia crea las oportunidades.

Sin estado de derecho no hay posibilidades de consolidar la democracia. Otro factor es la escuela, la educación, en lo posible laica, para evitar que la religión invada campos que no le competen, porque creer en algún dios o en la pachamama, debe ser algo privado y no estatal.

El tercer motor del cambio es la prensa independiente, como en el caso de Prontuario, mujeres y hombres que salen a la calle a escarbar en el basurero social sin recelos políticos ni ideológicos, con profesionalismo e independencia. Sin la prensa independiente no hay cambio.

Los 11 textos están escritos por dos hombres y nueve mujeres. ¡Brillante! Mujeres poderosas que asustan a hombres poderosos porque les recuerdan que fueron dependientes del cordón umbilical.

Termino citando al abogado del terrorista noruego: “Defiendo a la persona que cometió un delito, lo que no quiere decir que defiendo el delito, sino los derechos de la persona”.

Fuente: Letra Siete

La palabra y la trama: Ensayos sobre literatura boliviana

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La palabra y la trama: Ensayos sobre literatura boliviana
Entrevista a Carlos D. Mesa
Por: Ignacio Vera de Rada

¿Cómo se dio y cómo es actualmente su vinculación con la literatura?

Hay tres aspectos: la creación literaria por una parte, el disfrute de la literatura y el estudio académico de la misma. Fue una decisión que tomé en 1971, después de haber hecho un año de Ciencias Políticas en España (estudiar esa carrera allí era un absurdo, en la España de Franco, no tenía sentido…). Mis vinculaciones con la literatura me las dieron mis padres.

Recuerdo que el primer libro de literatura importante que leí, siendo adolescente, fue La ciudad y los perros, de Vargas Llosa, y eso acentuó el disfrute que yo había tenido de la literatura, fundamentalmente con dos autores de más antes, Julio Verne y Conan Doyle (básicamente con las obras relacionadas con Sherlock Holmes). Creo que la influencia de mis padres en el acercamiento a la cultura como el elemento más importante de la vida humana fue muy significativa para que el gusto por la lectura se convirtiera en mi decisión definitiva de estudiar la carrera de literatura.

Tiene una novela publicada en México, titulada Soliloquio del conquistador. ¿Se puso a pensar alguna vez en dedicarse a la literatura o en seguir escribiendo narrativa?

Sí. Soliloquio fue para mí una experiencia extraordinaria: una reiteración de la literatura y de la historia unidas. Se trata de una novela histórica. Y me marcó el desafío de escribir literatura, de escribir más novelas. Sin embargo, la realidad es que para hacerlo tienes que meter tu mente, establecer que tu espíritu completo y que tú como persona estas totalmente dedicado a la creación literaria, que fue ciertamente una posibilidad que tuve en el periodo que va de 2007 a 2009, aunque la novela se publicó en 2014; ése fue el periodo de mayor tranquilidad, en el que tuve menos actividades después de la Presidencia, entonces me pude dedicar ciento por ciento a esa actividad, cosa que no ha ocurrido después. Luego pude escribir muchos libros, que tú puedes escribirlos en el tiempo que tienes libre, y volver a ellos porque no requiere de tu concentración espiritual plena, que es lo que requiere la creación literaria. Me encantaría volver a escribir novela, pero ésa es la razón que me lo ha impedido.

¿Qué movimientos literarios y autores leyó más desde su juventud y cuáles lo influyeron?

En la adolescencia, hablo de fines de los 60 y principios de los 70, hay una aproximación, quizá menos de lo que debiera pero sí muy importante, hacia Hermann Hesse, Camus y Nietzsche (más como creador que como filósofo, en Así hablaba Zaratustra); fue la gran influencia de ese momento. Pero el gran deslumbramiento fue el boom latinoamericano. Me enamoré de él, básicamente de Vargas Llosa, y básicamente de Conversación en la catedral. También están Carlos Fuentes, Alejo Carpentier (aunque él no fue parte del boom exactamente) y obviamente Gabriel García Márquez con Cien años de soledad. Yo creo que eso fue decisivo. El lenguaje de Conversación en la catedral, que he leído como unas tres veces, y que me parece una obra maestra, marcó mi gusto por la literatura. Y una obra de teatro que fue crucial para mi vida y para la novela que escribí fue Todos los gatos son pardos, de Carlos Fuentes.

¿Tuvo alguna aproximación hacia alguno de estos escritores latinoamericanos?

Sí. De manera circunstancial, que tomo en cuenta como cualquier admirador de un personaje, pude acercarme a Gabriel García Márquez dos veces. La primera vez fue en Cuba, el año 1985, y la segunda, cuando García Márquez estaba ya “de salida”, el año 2006, en uno de los seminarios de periodismo y literatura que organizaba su fundación. Tuvimos una muy linda conversación, volviendo del lugar del seminario en su automóvil particular, hasta el almuerzo donde comeríamos juntos. Pero fundamentalmente hacia Vargas Llosa. Le hice tres De Cerca, muy en profundidad; el primero de ellos, en 1986, fue el más importante.

¿Cuál es el origen de La palabra y la trama: Ensayos sobre literatura boliviana? ¿Y qué significa esa introducción, cuyo título es ‘Un libro que debí escribir hace cuarenta años’?

Significa algo muy importante: que yo terminé la carrera de literatura en 1978, hace exactamente 40 años, cuando comencé el libro, y lo terminé el año pasado. O sea que son exactamente cuatro décadas. Y, como cuento en la introducción, ya estaba embarcado como director de la Cinemateca junto con Pedro Susz, y estaba embarcado en la investigación de la historia del cine boliviano, como que el primer libro que publiqué en 1979 es Cine boliviano: Del realizador al crítico, y en consecuencia había dado un giro debido a mi tarea vinculada al cine que hizo que prefiriera escribir dos libros secuenciales: el de 1979 sobre cine boliviano y el de 1982: El cine boliviano según Luis Espinal. Además, estaba preparando el libro más importante que he escrito sobre historia, que es Presidentes de Bolivia: Entre urnas y fusiles, porque ya la historia y el cine me habían capturado en ese momento.

Entonces dejé pendiente la escritura de la tesis, y eso era una especie de compromiso que yo tenía que haber saldado en algún momento. No es que este libro sea una tesis, porque como tú aprecias, se trata de una sucesión de ensayos sobre literatura boliviana, que son una recopilación de los ensayos que he escrito, largos, de diferente naturaleza, algunos de prosa poética, otros de mirada analítica, muchos de ellos publicados, algunos inéditos, que fueron originalmente trabajos universitarios, que muestran y resumen mi visión sobre la literatura boliviana a partir de esta recopilación, que la he trabajado, reelaborado, corregido, ampliado y reducido según el caso, y le he dado una secuencia cronológica, para dar una lógica o una línea de lo que para mí fue relevante en la literatura boliviana. Hay ausencias muy importantes, no es que ahí estén todos los que deben estar, sino que son los trabajos que yo hice en función de diferentes momentos y de diferentes aproximaciones. Por lo tanto el libro es una recopilación de mis primeros trabajos de 1975 hasta mis últimos trabajos que son del año 2017.

El libro está dedicado a Bartolomé Arzans, Cerruto y Wiethütchter. ¿Qué significan estos tres nombres en la literatura?

Me parecen tres nombres fundamentales de la literatura boliviana. Tú dirás “Arzans es más un historiador que un literato”. Pero Arzans es a mi gusto (y creo que no lo descubro yo porque lo han planteado ya Gunnar Mendoza y Leonardo García Pabón en dos estudios) el creador del realismo mágico en América Latina, y creo que no se puede entender Latinoamérica sin Arzans; él es, en mi opinión, el gran autor del periodo colonial y virreinal. Por lo tanto, es un referente inexcusable. Si tengo que hablar de la literatura boliviana, para mí el poeta más profundo, y además un narrador destacado, es Cerruto; para mí es un hombre que maneja forma y fondo de una manera extraordinaria, es probablemente el autor literario que más me golpea porque además es de una mirada autocrítica absolutamente descarnada y de un manejo del lenguaje y de la palabra poéticos notable. Y con Blanca Weithüchter tengo una doble vinculación.

La considero la poeta más importante después de Adela Zamudio, y creo que una de las poetas más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Pero además tuvimos una muy linda y profunda amistad. Compartimos intereses de carácter académico y tiempo en la universidad. Tuvimos extraordinarias tertulias. Te diría que Blanca es uno de mis principales referentes de vida en la cuestión de la creación literaria.

Dado que estos ensayos fueron escritos a lo largo de 40 años, ¿tienen en este libro alguna unidad u orden cronológico o temático?

Sí. Primero hice una selección de más o menos el 80 por ciento de lo que a lo largo de mi vida escribí sobre literatura. Dejé algunas cosas que me parecían de menor valor. Segundo, hice relecturas, ampliaciones, cortes, correcciones y mejoras de estilo en el conjunto, sin modificar en absoluto lo que fueron los textos originales de los de prosa poética y de estricto análisis literario. Lo que le di es una secuencia cronológica muy clara: empecé con los cronistas y concluí con las obras recientes, como Soundtrack, de Urioste e Iluminación, de Sebastián Antezana. Esa secuencia tiene sentido, comienzas con los cronistas españoles, continuas con Arzans, continuas con los clásicos (Arguedas, Jaimes Freyre y Tamayo), sigues con la narrativa de los años 30 y 40, continuas con la visión socio-histórica de la narrativa boliviana y terminas con los autores contemporáneos.

¿Cuál es el público meta de este libro: especialistas en letras o interesados en literatura en general?

Yo creo que ambos. Creo que se puede escribir bien y en profundidad sobre literatura boliviana, con claridad y con un lenguaje que sea perfectamente comprensible para un no especialista. He sido siempre enemigo del uso del lenguaje intencionalmente abstruso y complicado, cuando tú puedes establecer ideas con claridad y profundidad, sin perder un milímetro de la densidad de tu texto, garantizando una lectura para todos. Pero obviamente, por razones elementales, éste es un libro, en principio, más para especialistas en literatura boliviana, pero creo que es accesible para un lector ilustrado sobre el tema.

¿Qué proyectos tiene para el futuro en el área de la escritura?

Creo que la responsabilidad que tengo hoy como candidato a la Presidencia es a tiempo completo, y por esta razón este libro es tan importante, porque sé que es un texto que cierra un ciclo de mi vida intelectual, que nunca está cerrado definitivamente, pero no sería serio decir que tengo un proyecto, porque cualquier proyecto literario o intelectual que tuviere estaría absolutamente a un lado.

Fuente: Brújula

Antologías con sabor a mujer boliviana

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Antologías con sabor a mujer boliviana
Por: Eliana Sosa Martínez

Reunir a escritoras que se han impregnado del sentimiento y espíritu boliviano en sus diferentes ciudades, ya sea por nacimiento o por residencia y visibilizarlas desde sus letras fue el objetivo que perseguía con un proyecto ambicioso, la escritora, Rossemarie Caballero.

Primero con la creación del Proyecto EC-B en 2016, como anticipación al Día de las Escritoras, instituido en España, en octubre de ese mismo año, cuyo primer resultado es la Antología de Escritoras Cochabambinas de poesía y narrativa. Más de cuarenta valerosas poetas y narradoras cochabambinas presentan su talento y trabajo transformado en un libro hecho de sueños y perseverancia.

Este primer paso es histórico por ser la primera vez que se reúne las letras escritas por mujeres cochabambinas de distintas generaciones y diversas voces, el único requisito, que hayan nacido en Cochabamba o residan en el departamento. A decir de la autora “Algunas emigraron a tierras lejanas, otras llegaron y se establecieron, pero todas tienen presente en su memoria al Valle que las cobijó en algún momento de sus vidas”, como recitando los versos de la gestora “montaña con montaña encadenas en anillo dorado el espíritu” (Caballero, Antítesis: 1998).

Este primer momento se hace realidad con la publicación por la Editorial Kipus del libro Escritoras Cochabambinas, poesía y narrativa (2018) y es presentado en la XII Feria Internacional del Libro de Cochabamba. Fue un desafío, logrado por Caballero, la reunión de una variedad de temáticas tanto en poesía como en narración y la participación intergeneracional de sus autoras, gracias al apoyo de dos escritores con experiencia en la antologación como son Gaby Vallejo y Homero Carvalho Oliva. Cabe resaltar que este volumen es un aporte inconmensurable a la literatura boliviana y por sus características antes mencionadas se constituye en un documento histórico.

Este año un nuevo reto es planteado, Escritoras Cruceñas llega con una antología de autoras nacidas y/o radicadas en Santa Cruz, que tiene como meta la presentación del libro que aglutinará, poesía, narrativa y drama. Esta vez más de una treintena de autoras son llamadas para construir con sus letras este proyecto cultural y literario.

La Feria Internacional del Libro de Santa Cruz, en junio de este año será el marco en el que se presentará esta antología y así podrá llegar a los lectores del departamento pujante y uno de los más grandes del país.

Escritoras reconocidas a nivel internacional como Giovanna Rivero, Magela Baudoin, Centa Reck, Paura Rodríguez, Blanca Elena Paz, Claudia Vaca, Gigia Talarico, Patricia Gutiérrez Paz, y muchas autoras talentosas contribuyen con poesía y cuento; asimismo, poetas y escritoras jóvenes que empiezan el camino literario y que inundan de su arte no solo los teatros sino los cafés y hasta las calles cruceñas, además de las dramaturgas Dolly Pedraza y Mary Monje son parte de la Antología.

En un futuro próximo, el último producto de este maravilloso proyecto EC-B, es tal vez el más ambicioso, pues propone editar Escritoras Contemporáneas Bolivianas que reunirá autoras de los nueve departamentos del país y será la culminación perfecta para el sueño de su gestora Rossemarie Caballero Vega.

Fuente: Puño y Letra

[Nido del cuervo] Fuera del ring

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[Nido del cuervo] Fuera del ring
Por: Rodrigo Beltran Galdo

Hay algo que leí hace algún tiempo y que mi mente evocó nuevamente mientras leía este libro, es acerca del pacto entre autor y lector, el pacto ficcional, ese acuerdo implícito que permite la verosimilitud de la ficción, resumido prácticamente en: me creeré cualquier cosa que me lances en tanto lo narres bien. ¿Es un poco reduccionista? Si, lo es; pero alumbra sobre lo que viene. Yo no soy partidario de una actividad pasiva del lector frente a la obra, yo no creo en un lector que dé una oportunidad al autor, más bien nos propongo como un lector combativo, uno que rete al autor, uno que cada vez que compra un libro piensa: ¡Vamos! Dame tu mejor golpe; pues todos buscamos de un libro, espero, algo que nos marque, nos afecte, nos quite el aire o nos sacuda en nuestro sitio.

Primer combate: Beltran vs. Colanzi (enero de 2019) llevado a cabo en el Vacaciones Permanentes Arena. La retadora tenía una larga trayectoria de victorias por K.O.: ganadora de la categoría de Comunicación Social en el campeonato de la UPSA, ganadora de la categoría Maestría en Estudios Latinoamericanos en Cambridge, ganadora de la categoría Doctorado en Literatura Comparada en Cornell, poseedora del título Aura Estrada 2015 y finalista en el Gabriel García Márquez de 2017. Es editora, periodista y escritora con tres obras publicadas en varios idiomas.

Esperaba una paliza. El combate fue auspiciado por una querida amiga que me regalo Vacaciones permanentes por mi cumpleaños; impaciente por la perspectiva de un glorioso encuentro, me metí en cama y comencé a leer de corrido todo el libro. Duró hora y media aproximadamente, a excepción de algunas partes bellamente dirigidas hacia mi alma, el combate defraudó al no poder la retadora conectar ningún golpe certero al corazón o a la cabeza.

La estructura del libro, y esto ya se ha señalado antes, permite que la lectura de los cuentos contenidos en él, puedan ser leídos como un todo, una sola historia dividida por partes, o de forma separada. El común denominador en casi todos es Analía, cada cuento arroja una perspectiva sobre la situación del personaje en diferentes periodos, al mismo tiempo que cada cuento es una unidad hermética que se basta a sí misma. La técnica es impecable, ahorro del lenguaje, buen uso de los tiempos, un fino sentido del humor, la narración es fluida, todo parece perfecto …salvo por Analía.

Analía, algo así como el personaje principal, dependiendo como se lea, es una chica de clase media alta que no hace nada, literalmente. Cinco de las siete historias del libro, excepto “Retrato de familia” y “Tallin”, hablan de cómo Analía es pasivamente arrastrada por los acontecimientos que determinan su vida. En 1997 Analía es una adolecente que vive en una familia disfuncional; detesta a su madre, detesta a su padre, extraña a su hermano, pero nunca hace nada para remediarlo más que desquitarse con la servidumbre. En “Rezo por vos”, Analía es la misma adolecente en una fuga amorosa con su novio, presumiblemente Diego, ambos con planes de casarse hasta que Diego atropella a un perro y ella se ve afectada por ello, pero es incapaz de expresar su repudio por el hecho, o por el cinismo de Diego, tanto que debe esperar hasta que le den un puntapié metafórico que la saca del auto y la obliga a retornar a casa por su cuenta. En Vacaciones permanentes, Analía queda embarazada de Diego, pero es incapaz de decidir si abortar o no, si contarle a Diego o no, si desaparecer o no; Nico, su mejor amigo, empuja la historia consiguiendo el dinero necesario para el aborto, al final del cuento solo se narra que ella accedió y que espera retornar a la normalidad con el tiempo. En “El fin de semana estaré bien”, Analía vuelve junto a Diego, pero es incapaz de afrontar que no la ama y esa historia no concluye hasta que él es quien la abandona para no volver nunca. En “Banbury Road”, pasaron algunos años desde los acontecimientos de los otros cuentos, adivinen quién es una mesera que se debate entre abandonar su aburrida y plana vida junto a su novio, y fugarse con dos desconocidos a viajar por el mundo. Hay una frase en este último cuento que resume toda la existencia de Analía: algún día.

Algún día, algún momento pensé cuando leía, pasará algo con el personaje, algo que genuinamente valga la pena y que no sea un cliché de la angustia adolecente, una apología al sufrimiento de los ricos (tengo mis propias desgracias en casa, muchas gracias) o una petición de compasión por la triste figura femenina sometida a un mundo de hombres. ¡Algo debes hacer Analía, por favor! Es quizás lo que más me molestó del libro. Yo me enamoré de Analía, era un gran personaje, uno complejo con muchas facetas tan profundas y tan poco trabajadas, condicionada a ser una muñeca Barbie adoptando distintas poses y sufriendo pasivamente de una terrible vida que conmueva, que obligue al lector a exhalar un suspiro lastimero.

Todos los demás personajes (la madre, Nico, Elina, Vicky) todos sienten el curso trágico de los acontecimientos y la única que apela a una existencia no heroica es Analía que, hasta el final del libro, busca adormecerse, fugar de su existencia. Me angustia pensar que quizás paso algo por alto o no logro conectar con las historias. En el prólogo de la edición de Vacaciones permanentes hecho por Tropo Editores, Fernando Iwasaki compara a Analía con Ana Karenina, pero a mi parecer no tienen nada que las relacione salvo el hecho de que ambas son mujeres. Analía, al contrario de su contraparte rusa, nunca decide nada, ni siquiera bajarse del auto en uno de los relatos más bonitos del libro.

“Tallin” es la única historia que no se circunscribe al ritmo descrito y por eso me parece la mejor. Elina madura, Analía sigue siendo una niña y su historia nunca avanza. El segundo round se dio sin pena ni gloria transitando la Villazón con casi idénticos resultados salvo que sentí pena por el personaje, como cuando ves a alguien transitar un camino destructivo y no puedes hacer nada para evitarlo más que acompañarlo con la mirada. Pudo ser mejor, es la esperanza que me queda para Nuestro mundo muerto, eso y la convicción de que un libro no hace al autor y que hasta nuestros fracasos nos llevan a alguna parte.

Fuente: La Ramona

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