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Tirinea : en la memoria de la literatura

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Jesús Urzagasti. Foto cortesía de Juan Pablo Piñeiro

Tirinea : en la memoria de la literatura
Por: Ángela Quinteros Escritora

Han pasado casi siete años de ese encuentro. Estaba a unas semanas de entregar mi proyecto de investigación de tesis. Por esos días había nombrado al que sería mi tutor. Después de que él leyese el proyecto lo primero que me dijo fue que el trabajo de casi un año no servía para nada.

Le mencioné lo que en realidad quería proponer, pero no me atrevía y me dijo que el tema de la autoconsciencia literaria sí podía funcionar; pero mientras tanto debía enfocarme en aprobar esa materia, eso era lo importante en ese momento. Este proyecto carente de sentido que había trabajado toda esa gestión académica fue el pretexto para buscar al autor de Tirinea.

Cuatro meses después de esa charla, el autor chaqueño dejaba este mundo, muy posiblemente fui una de las últimas personas en realizarle una entrevista. Nunca la transcribí menos la publiqué, de esa charla sólo tengo algunos apuntes y sobre todo recuerdos. Urzagasti me pidió que no grabe, me dijo que desgrabar es un trabajo muy arduo y que eran mejor los apuntes. En esos momentos me hablaba el que fue el jefe de redacción del extinto periódico Presencia.

La charla por teléfono fue breve. Luego de presentarme y de que él accediese a la entrevista quedamos la fecha del encuentro: martes 4 de diciembre a las cuatro de la tarde del año 2012. Cuando colgué no cabía de felicidad.

Llegué 30 minutos antes, tuve que hacer hora rondando su casa hasta que sean las 16.00. Me recibió Sulma, su esposa, quien después me presentó a Jesús. La entrevista fue en una habitación mediana, con un estante de libros a la derecha y en el centro había una mesa con unas sillas donde nos sentamos para hablar. Él mateaba y yo tomaba un café destilado.

Cuán acostumbrado estaba a ser entrevistado. Para mí era mi primera entrevista. Espero que mis nervios no hayan sido muy evidentes. Él expresaba mucha confianza y experiencia al hablar. No había antipatía ni tampoco percibí aires de grandeza, Urzagasti se mostró sencillo, bromeó en los momentos indicados, pero me miraba con cautela estudiando mis movimientos, mis palabras.

Hablamos de Tirinea y de sus personajes, de la muerte y los latinoamericanos, de la literatura y su utilidad, también ironizó sobre la antropología.

Este 2019 Tirinea cumple 50 años de su primera publicación. Es una novela boliviana distinta a las escritas en ese momento. No fue muy bien recibida al principio, la crítica de ese entonces pensaba que las novelas literarias debían hablar de la situación social y no ponerse a reflexionar sobre el acto escritural y la literatura. Tirinea es una llanura olvidada en la memoria de los ángeles, así es descrito este espacio onírico dentro de la novela que lleva su mismo nombre. Luis H. Antezana la recuperó de los escombros del olvido y desde entonces ha quedado en la memoria de la literatura.

Sobre su primera novela Urzagasti me comentó que, en un momento dado, mientras redactaba esta narrativa se vio a sí mismo escribiendo y narrando, no pudo dejar de verse ridículo, pero fue tan importante este suceso que lo agregó a su escritura. Se hizo consciente del acto escritural. “La escritura colinda con la locura y si no te das cuenta de anticipo puedes dejarte llevar por ella”, dijo para concluir el haberse visto narrando y escribiendo.

Tirinea tiene dos personajes principales: Fielkho y el viejo (este último no tiene nombre y es una creación literaria de doble partida, de la novela Tirinea y de la novela que Fielkho escribe). Cuando Urzagasti mencionó al viejo, lo denominó como una especie de guía espiritual, también como una memoria.

Al viejo se lo podría considerar como uno de los más relevantes personajes de la literatura boliviana. No es un anciano tradicional, es irreverente, colinda con lo fantástico porque nunca se enfermó, él es la Muerte y es el único habitante de la llanura Tirinea, además que es consciente de su existencia ficcional, aunque se cree mejor que su creador, Fielkho.

Cuando en la entrevista le pregunté a Urzagasti sobre su opinión de la muerte y su presencia constante en Tirinea me citó de memoria un fragmento de esta novela: “soy lo que dura el coito entre la vida y la muerte. No tengo arte ni parte en lo que hacen estos obstinados amantes y como estoy privado de eternidad, soy el único que aspira a ese hermoso silencio”. Para Urzagasti la concepción de los latinoamericanos con respecto a la muerte es diferente a la de los europeos, por ejemplo, “nos aproximamos a ella, convivimos con la muerte”.

También me habló de la literatura y la comparó con un jarrón chino: “es hermosa pero inútil, porque nadie podrá hacer limonada en ella”. Estaba embobada con el autor, no le discutí que para mí el arte es lo que permanece, es lo eterno, aunque no resuelva las crisis sociales, ni económicas ni tampoco expulse a dictadores de turno.

Se burló de la lectura antropológica que en un momento se realizó a su novela. “He puesto a propósito eso de que Fielkho entrará en las estadísticas antropológicas después de su desaparición. Estaba siendo irónico, me estaba burlando de esa posibilidad”. Entre bromas me dijo que no le gustaba que los críticos de literatura lo busquen y quieran imponerle sus interpretaciones. “Soy un caballo que no se deja poner un lazo, así tan fácilmente”. Me pregunto, qué habría pensado de la lectura que hice de su novela, ¿le habría gustado?

Jesús ese día que fui a su casa me regaló Los tejedores de la noche dedicada y autografiada y yo, a manera de agradecimiento, le dije, o al menos pienso que lo hice, que leeré su última novela Un hazmerreír en aprietos y escribiré algo sobre ella. Hasta ahora no lo hice. Me queda pendiente. Como también me queda pendiente sentarme frente al escritor chaqueño y matear. Lo primero lo haré mientras esté con vida, lo segundo que es un poco más difícil, pero no imposible, lo realizaré cuando haya saltado de la ventana, la ventana de esta casa que es la vida, al parque, ese parque donde se encuentran los muertos queridos y donde ahora él se encuentra.

Fuente: Letra Siete


‘Ya no morirán’, un grito de hincha contra el olvido

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‘Ya no morirán’, un grito de hincha contra el olvido
Por: Miguel Vargas

El periodista Ricardo Bajo es hombre de profundas pasiones: basta leer sus textos sobre política, fútbol o teatro. No hay medias tintas con él. Y cuando se trata de encarar todos los espectros relacionados con el equipo de sus amores, The Strongest, no va a tener el menor reparo en desplegar sus armas periodísticas y literarias para llegar al meollo del asunto. Eso es lo que pasó en el libro Ya no morirán. Historias stronguistas de la Guerra del Chaco, que se presentó el lunes 8 de abril —el cumpleaños 111 del equipo aurinegro— en el Cine Teatro 6 de Agosto. Este libro resume pasión e investigación, sin lugar a dudas. Pero hay algo más: un ferviente compromiso con quienes protagonizaron la historia.

“Conflicto de largos antecedentes y enfrentamiento directo durante tres años (1932-35), la Guerra del Chaco significó que Bolivia selle la desmembración de alrededor de 250.000 km2 en el sudeste y ofrende la vida de más de 50.000 soldados, oficiales y jefes. Además, dejó huella trágica en quienes fueron heridos o padecieron enfermedad: combatientes y personal de apoyo, familias y comunidades, de manera extendida. No será sencillo superar la crisis, ni los traumas que quedaron en mujeres y hombres de distintas generaciones. Paradójico, necesario reconocimiento crítico: había otras vías de salida al asunto, incluso planteadas en su momento”, contextualiza este libro el historiador Raúl Calderón Jemio, exdirector de la carrera de Historia de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA).

Es ante este conflicto bélico que el club futbolístico The Strongest tuvo una participación importante: ni bien comenzó la Guerra del Chaco, se retiró del torneo y ofreció todo su concurso —1.600 socios, jugadores, dirigentes y miles de hinchas— al Ejército a través de una carta dirigida al general jefe del Estado Mayor, Filiberto R. Osorio. Además pidió que se organizara un regimiento de hinchas para ir a la lucha armada. La información picó la curiosidad periodística y de hincha de Bajo, quien recurrió a hemerotecas para lograr más luces sobre la participación de su club en la contienda contra Paraguay.

Empezaron a aparecer datos históricos que iban más allá de la leyenda: El popular Fierito, Julio Vélez Otero, half de The Strongest y trabajador de administración del periódico La Razón fue uno de los jugadores que luchó en primera línea de batalla; el club envió al frente miles de revistas y cajetillas de cigarrillos Cañada Strongest, la marca que recomendaba consumir la institución gualdinegra; la canción Negra, zamba tiene su origen en una composición de la Guerra del Chaco, Cacharpaya del soldado, de Joaquín Ruiz Lavadenz, el primer compositor boliviano que triunfó en Argentina.

La información iba creciendo y el periodista vio la necesidad de un quinto libro —lleva ya cuatro escritos y/o editados en torno a su equipo: Warikasaya. Cuentos Stronguistas (2012, Gente Común); 4 de 5. El tigre te mata. Crónicas de un día de gloria (2014, Archipiélago); Domingos por la tarde. Cuentos bolivianos de fútbol (2014, El Cuervo) y Clásico literario: Bolívar vs The Strongest (2018, Editorial 3600)— en el que rinde homenaje a estos héroes de la guerra, muchos de ellos anónimos.

“No es un libro de historia”, apunta Ricardo Bajo Herreras, periodista nacido en Bilbao, País Vasco, radicado en La Paz desde 1997 y con nacionalidad boliviana desde 2003. “No es un estudio sobre la guerra, ni siquiera es un repaso exhaustivo sobre toda la participación del club The Strongest en la (absurda) contienda que enfrentó a dos pueblos hermanos, llevados al conflicto por intereses económicos ajenos. Ya no morirán forma parte de un proyecto mayor: la escritura de un libro sobre la historia centenaria del club The Strongest, apelando exclusivamente a las hemerotecas (paraísos olvidados), a la lectura minuciosa de los periódicos paceños desde la fundación de club (1908) hasta nuestros días. Por la importancia (inédita en el mundo) de la participación stronguista durante la Guerra del Chaco, he decidido publicar este libro de forma separada”.

La obra recupera poemas olvidados de Raúl Otero Reich, Olga Bruzzone Calderón, Macario Camacho, Gregorio Reynolds, Guillermo Forrastal, Bertha Durán Rivero y otros poetas que escribieron sobre esta conflagración, destaca el autor. Para esto también ha recurrido al lenguaje periodístico de la época. El objetivo es hacer un tributo, “homenajear a los stronguistas (hombres y mujeres, mujeres y hombres, de toda las clases y culturas, generales, coroneles, soldados, socios e hinchas) que partieron al Chaco, que ofrecieron su vida, que se quedaron en los fortines, que ayudaron en la retaguardia. A los famosos y a los héroes anónimos, ¿quién se acuerda hoy de ustedes? Este libro es un pequeño grito contra el olvido”.

En el texto se hace hincapié en el rol de los stronguistas en los frentes de la guerra: no solo el campo de batalla, sino en la creación artística. “Dentro de las limitaciones de tiempo bélico, la institución aurinegra no se midió en lo deportivo y cultural. Partidos de recaudación, para los cuales varios jugadores eran traídos desde la vanguardia o se aprovechaba sus licencias, recordaron e hicieron pensar en tiempos mejores, como enfocó Marcelo Ramos. La música, poesía y oratoria, ayudadas por la radio, cobraron particular profundidad y fuerza en la necesidad. Renovada atención a ello por parte de Ricardo Bajo Herreras”, destaca Calderón Jemio en su reseña.

A los héroes hay que celebrarlos. Bajo propone 24 capítulos en 140 páginas que combinan nostalgia y festejo. Por eso es que invita a todos —stronguistas o no— a la presentación del libro este lunes, donde además se proyectarán fotografías inéditas de los aurinegros en la contienda, para así reconocerse hoy en los valerosos hinchas del ayer.

Fuente: Tendencias

¿Un autor sobrevalorado? A propósito del Coba de Víctor Hugo Viscarra

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¿Un autor sobrevalorado? A propósito del Coba de Víctor Hugo Viscarra
Por: Freddy Zárate

Uno de los textos del mitificado Víctor Hugo Viscarra (1958-2006) lleva el sugestivo título Coba: Lenguaje secreto del hampa boliviana. Este diccionario del hampa y del delito alcanzó tres ediciones –1981, 1991 y 2004–, y circulan distintas versiones piratas. Lo interesante de este libro es la recepción literaria de parte de sus apologistas, un tanto caótica y llena de convencionalismos que lograron encumbrar al “Bukowski boliviano” como el gran intérprete de la barriobajera paceña.

En la década de los años ochenta del siglo pasado, el bohemio escritor Antonio Paredes Candia alentó la publicación del Coba y manifestó en el prólogo a la primera edición: “El joven recopilador Víctor Hugo Viscarra pacientemente ha reunido aproximadamente un millar de voces de este gracioso medio de comunicación que hoy se publica, indudablemente es una contribución al estudio de nuestro habla popular”. Una década después, Waldo Peña Cazas estuvo a cargo del prefacio a la segunda edición, en donde dijo: “Por esas cosas del destino –refiriéndose a Víctor Hugo–, tiene una vivencia que le hace comprender acertadamente el fenómeno porque ha sido su protagonista (…). Viscarra ha vuelto a desterrarse voluntariamente en ese submundo para desentrañar los secretos de su lenguaje”. Peña se pregunta: “¿Quién mejor que él para captar en todos sus matices y profundidad los ritos lingüísticos y la magia de ese universo extraño y desconocido?”. Además, esta edición lleva una breve nota introductoria de parte Viscarra, la cual dice: “Indagaciones realizadas para establecer su origen lingüístico –refiriéndose al Coba– han resultado infructuosas, porque el origen se pierde entre las brumas de la memoria olvidadiza del tiempo, dándose el caso que ni siquiera los delincuentes antiguos poseen referencias que ayuden al investigador a desentrañar la incógnita”. Posteriormente, se presentó una tercera impresión del Coba en el año 2004, en donde Viscarra rememora algunos detalles del diccionario: “Desde el punto de vista histórico, en el mes de agosto de 1981, la Dirección de Investigación Nacional (DIN), pone a circulación, a nivel nacional, El argot de la delincuencia boliviana, cuya ejecución estuvo a cargo del suscrito, siendo el aporte del personal de dicha institución un anexo con palabras de argot de la delincuencia internacional, muchas de las cuales no se conocían en nuestras ciudades”. Curiosamente, el estudio mencionado por Viscarra no coincide con el título publicado por la Dirección Departamental de Investigación Criminal de La Paz: Léxico de la delincuencia. Además el argot de la delincuencia europea (s.f.).

Tras este breve recuento, se puede inferir que tanto sus prologuistas como el propio Viscarra inducen a mostrar a sus incautos lectores que dicho diccionario tiene un aporte “novedoso” en el campo de la lingüística. Además, sus propagandistas y amigos de “chupa” (borrachera) de Víctor Hugo se encargaron en difundir dicho glosario, como si se tratase de una profunda revelación del mundo marginal. Pero, la presunta originalidad de Viscarra puede ser debatida al momento de rastrear la literatura existente sobre este tópico.

En la segunda década del siglo veinte, el jurista Ismael Muñoz (1874-?) publicó el libro intitulado Estudios científicos. Derecho-Legislación-Administración-Universidades (Editorial Gonzales y Medina, La Paz, 1920). El autor en esta investigación –en uno de sus capítulos– explica los distintos tipos de delitos y delincuentes que en esa época la criminología positivista lo denominaba Lunfardos. Para Muñoz, el lunfardo “es un tipo de profesional que comprende todas las especialidades del robo vulgar, ordinario, especialidades que llevan a su vez designaciones particulares indicando la clase de operaciones que comportan”. También el estudio de Muñoz menciona algunos oficios conocidos dentro del lunfardo boliviano: el punguista o carterista; el cuentero o estafador ordinario especializado en el cuento del tío; el escruchante o el ladrón de arrebato que es caracterizado por el uso de la violencia; el ladrón del descuido; el ladrón de madrugada; el campana o cómplice; el burrero, es decir, el ladrón furtivo cuya particularidad consistía en saquear los cajones de mostradores de los pequeños comercios.

Con respecto a los panópticos, el autor de Estudios científicos –siguiendo al criminólogo italiano Enrico Ferri– manifestó que estas son escuelas de los lunfardos: “Es un medio de subsistencia cómoda y gratuita que aclimata al delincuente al medio criminal (…). El lunfardo se aprende entre nosotros por imitación (…). Poseyendo esa facultad, podría quizá ir adquiriendo todas las especialidades del oficio, pero su limitación mental le impide poder salir de su fórmula dada. Así rara vez el lunfardo podrá cambiar de especialidad; desde que se hace ladrón, se radica definitivamente en un gremio, estereotipándose como un autómata. Por otro lado, la cárcel es, no solo la escuela del lunfardo, sino a veces su medio habitual: allí pasa por lo menos la mitad de su vida, sea procesado o condenado”.

En relación a la morada de los delincuentes, el jurisconsulto Ismael Muñoz indica que estas eran conocidas con el nombre de “bajo fondo social”, caracterizado por tener “elementos residuarios de toda especie y de todo origen, allí reunidos por el vicio y la miseria”. El creciente grado de delincuencia y las limitaciones de la policía fue intuido tempranamente por Muñoz, al respecto señala algunos vacíos legales al momento de detener a los delincuentes: “No sabemos si están inscritos en sus registros fotográficos o prontuarios (…). Conociéndolos se los persigue en los parajes públicos donde ellos actúan, usando de medios represivos que son completamente arbitrarios; al efecto, donde quiera que se los encuentre se los arresta, inculpándoles cualquier contravención vulgar, ebriedad, escándalo, porte de armas, y bajo este pretexto, puramente simulado, se los mantiene en sus prisiones durante el tiempo que prescriben los reglamentos policiales”.

En otro punto de la investigación, Muñoz hace referencia a la mentalidad del lunfardo, caracterizada por ser “vicioso, pródigo e imprevisor, pasa alternativamente de la abundancia de un día, a la miseria del día siguiente; feliz en la orgía, sufre de hambre habitualmente; un día se nutre a saciarse, mientras que al día siguiente le faltan los elementos indispensables para su subsistencia (…). El lunfardo carece en absoluto de las más elementales nociones de sentido empresarial; todo lo que roba lo negocia a vil precio, sin fijarse en el monto (…). Negociado el robo, la gran preocupación del lunfardo es gastar su dinero; lo invierte en el día mismo si es posible, lo dilapida ciegamente, no por generosidad sino simplemente por falta de conocimiento de su valor. La previsión le es totalmente desconocida”. El principal gasto económico que realizan los delincuentes en su vida cotidiana es la compra de alcohol, “bebida que lo pone generalmente triste y le embarca su actividad, porque la embriaguez del ladrón es la de un imbécil, desprovista de sugestiones impulsivas o de afectiva locuacidad (…). Entre ellos, hay un aforismo que expresa claramente el peligro en que incurren en este estado: el alcohol ata las manos y suelta la lengua”.

Décadas después, el catedrático de Criminología y Ciencias Penales, Huáscar Cajías Kauffmann (1921-1996) hizo circular su trabajo referido al Vocabulario coba (Impreso en el Centro Audiovisual Usom, La Paz, s.f.). Cabe resaltar que la labor del criminólogo fue ordenar el material existente de la lingüística delincuencial, esto para facilitar a los asistentes del VII Cursillo de Criminología y Procedimiento Criminal para Carabineros y Personal Civil auspiciada por la División de Seguridad Pública del Punto IV en Bolivia.

Seguidamente, el Capitán de Carabineros Adalid Delgadillo publicó el folleto El hampa en Bolivia (1959). Dicha indagación tiene un carácter compilatorio a lo largo de doce años de experiencia en la Policía Boliviana: “Creo que especialmente el argot, que emplean los delincuentes servirá como elemento de consulta para el sociólogo, para el lingüista y para el penalista y hasta el folklorista de América. Se podrá ver, en el vocabulario, no sólo lo que podríamos llamar aportes originales de los hampones bolivianos –con fondos idiomáticos, aymara o quechua– sino cuales son los elementos foráneos, que es lo que debe conocer todo policía”. Posteriormente, apareció una segunda edición corregida y ampliada en el año de 1967. Continuando la labor de sus antecesores, Fernando Pinaya bajo la dirección de la investigadora Julia Elena Fortún publicó una monografía referente al Coba en la ciudad de La Paz (Revista de Archivos del Folklore Boliviano, N° 2, Editorial Novedades, La Paz 1966).

Por ese tiempo, los esposos Nicolás Fernández Naranjo y Dora Gómez de Fernández aportaron innovaciones léxicas en el Diccionario de bolivianismos (1967). Los autores consideraron necesario incorporar a su diccionario el lenguaje coba por estar inmerso en el habla popular de los bolivianos; para este propósito utilizaron como fuente principal los trabajos de Cajías, Delgadillo, Pinaya y Fortún.

Quince años después, el ingeniero geólogo y jurista Jorge Muñoz Reyes (1904-1984) en colaboración de Isabel Muñoz Reyes dieron a conocer el Diccionario de bolivianismos y semántica boliviana (1982); en el cual incluyeron el lenguaje coba como parte del “habla popular oculto de los bolivianos”. En suma, se puede indicar el trabajo realizado por el Instituto Boliviano de Lexicografía y otros estudios lingüísticos (IBLEL), que logró publicar el Diccionario Coba (1998). El equipo de dicha institución –a la cabeza de su director Carlos Coello Villa– tiene el mérito de haber recogido y ordenado el copioso material disperso sobre el léxico coba.

Estos testimonios, ponen en el tapete de la discusión la presunta originalidad atribuida ciegamente a Viscarra. Esta sobrevaloración retórica no es nada gratuita por contener visiones fanáticas y distorsionadas, que al final se convierten en dogmas corrosivas que borran de la memoria colectiva el legado cultural de generaciones pasadas.

Fuente: La Ramona

Anotaciones sobre “Simulacro de mudanza” de Anuar Elías

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Anotaciones sobre “Simulacro de mudanza” de Anuar Elías
Por: Juan Malebrán

¿Cómo se simula una mudanza?

¿Ante quién?

Y si la idea de simulacro nos hace pensar en lo aparente, lo ilusorio, la imitación y, a la vez, en una suma de acciones destinadas a anticipar la catástrofe, entonces, ¿en qué pensamos cuando aparece la noción de cambio (muda) pero vista únicamente como mera posibilidad? O mejor dicho, ¿por qué un simulacro de mudanza y no la mudanza misma?

Así, la entrada a este libro genera una tensión similar a la calma que subyace bajo un riesgo inminente. Un montaje próximo a las instrucciones coreográficas que anteceden al vuelo. O a las evacuaciones preventivas cuando la fuerza de natura representa una amenaza. Es decir, cercano a la sensación de estar ante una serie de maniobras que se ensayan con la esperanza de que el desfase entre lo real y lo supuesto sea el menor posible.

Por lo tanto, un simulacro de mudanza para figurarse a salvo, pero ¿ante quién? Especulemos: ¿ante el tedio que se esconde en la experiencia del hogar? ¿De la compañía? ¿De la soledad? ¿De la familia? ¿De la rutina de la compañía en soledad?

Anuar Elías (México, 1983) en el primer verso —que es también el que da inicio a los tres capítulos que componen el libro— parece aproximarnos: “Cada tanto ejecutamos el ritual”. ¿Cuál ritual? “El de mudarnos a la misma casa” en favor de una ceremonia que pareciera estar destinada a propiciar “la extraña danza de la renovación”.

De esta manera, lo cotidiano —y particularmente lo doméstico— será el soporte que el autor decidirá para ahondar en el tedio. Centrando su escritura en el desgaste ineludible del hogar. De una variante de hogar. Y de una repetición sistemática que exige trucos diseñados contra el hastío. Un hastío que a diario se verá reflejado en “los pasillos blancos del supermercado”, en “un juego de cuchillos en rebaja” o en “la novedad de un espejismo alterando el orden de la norma”. Actos traducidos, luego, como “costumbres que sin duda representan un pequeño triunfo sobre cualquier ideal de convivencia”.

En tal caso, la mudanza pareciera pensarse ante la idea del pacto y se simula mediante una voz que a ratos pareciera mantener un diálogo a modo de soliloquio, tratando de hablar, leemos: “A solas como una manera de provocación”.

Desde ahí, Elías se permite la insistencia (la resistencia) y continúa: “Cambiar la combinación de la chapa era el único modo de renovar nuestros votos”, “olvidar las fechas importantes”, “renovar la loza venida a menos por el uso” o “vivir acompañado a modo de salvarse”. Como si en este último verso existiese una tentativa velada de autoconvencimiento.

Pero, en otras ocasiones, es el propio autor quien gira sobre sí mismo y se abre a una pluralidad que impide abandonar los límites definidos desde un comienzo. Lo que viene a evidenciar el manifiesto cuidado que mantiene a lo largo de todo el poemario para, a través de la contención, calcular el gramaje del que se vale. Tal vez, por lo mismo, nos diga: “Nosotros que dominamos bien el arte de la apariencia”. Como queriendo recordar que —confesión aparte— no hemos dejado de estar en los terrenos del artificio o de la escritura, si se prefiere.

Sin embargo —volviendo a especular—, ¿y si esta voz que pareciera estar hablando desde una temporalidad poco definida se estuviese refiriendo a una mudanza ya ocurrida y no a una por ocurrir? ¿No será, acaso, que es en el presente donde se construye el vínculo que se finge? ¿Será eso a lo que apunta Anuar en el siguiente verso: “Descartar por completo la idea de familia, en la apuesta que se cierra al momento de mudarse bajo el mismo techo por primera vez”?

¿No es aquí, por lo tanto, donde comienza realmente el simulacro?

De todos modos, esta tensión previa se traslada, luego, casi totalmente al recuerdo, cito: “Bajo la mesa de noche, buscaré a tientas el interruptor que nos lleva de vuelta a nuestra primera mudanza” o “no hubo cortinas que pusieran a prueba nuestro comportamiento”. Y tal como en el prólogo del comienzo, asoma nuevamente la figura del acero inoxidable como alusión directa al amor. Porque, en el fondo, este simulacro lo que pretende es una mudanza dentro de los márgenes de lo afectivo. En torno al orden de los muebles, ¿pero qué muebles? Los que constituyen esta casa. Estos textos. Cito, nuevamente: “En un principio nos costaba distinguir el acero falso del inoxidable. Creíamos ver nuestro destino en los electrodomésticos que deforman el reflejo”.

¿Cuál reflejo?

Anuar, de esta manera, construye un primer libro valiéndose del hogar como excusa para hablarnos del hartazgo y el disimulo. De la extrañeza de nuestros comportamientos afectivos. Y, sobre todo, de los pequeños rituales que configuramos para mantenernos a salvo en la costumbre. “Como las cosas que ahora llenan el vacío de nuestro depósito”, y que continuarán ahí, incluso, después de que “el olor de nuestros cuerpos comience a llamar la atención de los vecinos”.

Volvamos —antes de terminar con el texto que también cierra el poemario — a la pregunta inicial ¿por qué un simulacro de mudanza y no la mudanza misma?

Quizás porque, cito, “solo entonces creció el temor de estar juntos para siempre”.

Fuente: Lecturas

Traducir: recrear un mundo intacto

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Paura Rodríguez (segunda de la izquierda) junto a los poetas que participaron de la VI Semana de la Poesía. Foto: Marcelo Suárez

Traducir: recrear un mundo intacto
Por: Janet Mc Adams
Traducción Juan Murillo

Imágenes rápidamente forjadas y una mirada tan intensa como para alcanzar ser casi íntimas, estas son las fuerzas que impulsan las Pequeñas mudanzas de Paura Rodríguez Leytón. Al traducir estos poemas, encontré que tuve que inclinar la mirada hacia atrás, vale decir, hacia adentro de ese paisaje en-soñado, cuando dice: “esta sed se cuadricula en la canícula (días de perros, días bochornosos)” y sus “sueños de lirios”.

Teorizamos e historizamos el trabajo de la traducción, considerando su política, y su participación en la realización e interpretación de prácticas discursivas. Sin embargo, gran parte del trabajo del traductor, es decir el tiempo que pasamos en el escritorio, se reduce o equivale a la elección particular de “esta palabra sobre esa palabra”, la caza o búsqueda de lo que significa “algo” (alguna cosa) que no es la igualdad sino la equivalencia, y lo hace – tan – éticamente atendiendo a la voz del poeta, las implicaciones culturales de la dicción y sus hegemonías. La traducción del trabajo de Rodríguez me ha hecho comprender en profundidad cómo estas elecciones aparentemente localizadas constituyen de hecho la construcción de un mundo.

Las notas del traductor son un lugar común para discutir las opciones particularmente difíciles que el traductor confrontó. De hecho, las notas de los traductores pueden ser enloquecedoras. La traducción del trabajo de Paura me ha hecho pensar no solo más allá de la selección de palabras, sino que a través de ellas, en la construcción de un mundo, donde las formas en que un léxico constituye ese mundo, y que a la vez está constituido por él.

Cada vez más pienso en el desafío de la traducción como reconstruir ese mundo en inglés, construir un mundo lo suficientemente intacto como para que un lector pueda ingresar a él por completo. Sin embargo, aun cuando quiero que ese mundo enseñe a los lectores cómo ingresar en él, quiero que se des-familiarice continuamente, para que su entrada nunca sea tan transparente o invisible. Imagina soñar con una casa de tu infancia – y sí es así – entonces en el sueño, conoces la casa. Pero las imágenes y los gestos del mismo sueño construyen la casa para ese mundo de sueños. Al fin y al cabo, eso es lo que hace la poesía de todos modos: hacer que el lenguaje cotidiano no sea familiar para que podamos escucharlo, verlo, y experimentarlo como algo nuevo, algo extraño, y vívido.

Fuente: Brújula

Gastón Suárez, escritor por juramento

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Gastón Suárez. Ilustración de Marcos Loayza.

Gastón Suárez, escritor por juramento
Por: Juan Carlos Salazar del Barrio

Le gustaba vagar por la campiña tupiceña, entre los maizales, los sembradíos de habas y los durazneros; zambullirse en las aguas amarillas del río Tupiza, trepar los cerros colorados y pescar cangrejos en las acequias de Chajrahuasi, sumergido en ensoñaciones fantásticas e imaginando aventuras fabulosas, que años después plasmaría en sus narraciones. Todavía era un niño. Había abandonado la escuela, pero aún no maduraba la gran decisión de su vida. Cuando cumplió los 12 años, Gastón Suárez Paredes juró ante su madre que un día sería escritor, un gran escritor.

Quiso ser un escritor a la altura de los novelistas que alimentaban las lecturas de su madre, María Paredes, una maestra rural aficionada a los autores románticos franceses, a quien pretendió compensar con su juramento juvenil por el disgusto que le ocasionó con su deserción escolar. Y lo logró años después. Para entonces había desertado también de todos los trabajos que le permitían ganarse el día a día, sabedor de que el oficio de escritor requería de tiempo completo.

El filósofo y dramaturgo boliviano Guillermo Francovich elogió su obra, de la que dijo que muestra “el prodigio de vivir”; el crítico Óscar Rivera-Rodas lo describió como un “agudo observador del comportamiento humano”, “el escritor de la introversión psicológica más destacado de la nueva promoción de narradores bolivianos”; el novelista Julio de la Vega se refirió a sus cuentos como “joyas literarias”, y el ensayista e historiador Jorge Salinas Salinas destacó la poesía de su narrativa.

El autor de Vigilia para el último viaje, El gesto, Vértigo y Mallko nació en Tupiza hace 90 años, el 27 de enero de 1929, y falleció a los 55 años, el 6 de noviembre de 1984, cuando se perfilaba como uno de los más grandes narradores bolivianos. De su madre heredó el gusto por la lectura y el amor por el arte, predisposición que encontró en la Tupiza de los años 40 y 50 un terreno fértil para su desarrollo intelectual.

El pueblo que vio nacer al futuro cuentista, novelista y dramaturgo era una villa privilegiada, dinámica y progresista, con vecinos que se reunían por las noches en tertulias literarias y conciertos familiares con los artistas locales, el pueblo que un diplomático español describió como la “Santillana cantábrica de Bolivia”. Fue la época en que nació el conjunto Nuevos Horizontes, dirigido por el anarquista Liber Forti, que hizo de Tupiza la capital del teatro de Bolivia, donde el aspirante a escritor vio por primera vez las obras de los grandes autores del teatro universal.

Suárez era un hombre sencillo y de buen talante. Asumía su oficio, las críticas y los elogios con la sencillez del narrador no consumado. Era alegre y desenvuelto en su expresión, pausado en el hablar y comedido en sus opiniones. El embajador de España en Bolivia en los primeros años de la década de los 80, Tomás Lozano Escribano, lo describió como “uno de los bolivianos más puros que han existido”. Peinado a la gomina, traje azul marino y la corbata siempre bien anudada, tenía un aire de galán cinematográfico y cantante de música romántica.

Abandonó la escuela antes de terminar el ciclo primario a causa de una experiencia traumática. “Mientras él estaba en clases, se sentaba en las primeras filas, de pronto a su maestro le dio un ataque de epilepsia y empezó a botar espuma por la boca. Él pensó que se trataba de un demonio o de una posesión diabólica y salió aterrado, llorando, y nunca más volvió a la escuela”, según relata su hijo Ruy.

A partir de entonces, su madre se hizo cargo de su educación, guiándolo en el aprendizaje de las materias de su edad y en sus lecturas. Incluso lo llevaba con ella a la escuela donde daba clases. Un día Gastón hizo conciencia de que era un alumno desertor y, “como un acto expiatorio”, le juró a su madre que llegaría a ser una persona diferente. “Se me ocurrió que si llegaba a ser un escritor de mérito mi madre olvidaría esos hechos incoherentes de mi infancia y sería compensada por sus sacrificios en mi educación”, rememoró en una ocasión.

Pero no volvió a la escuela. No sólo era miedo, sino que, como admitiría años después en una entrevista, no soportaba la escuela, no aceptaba el encierro de las aulas, acostumbrado como estaba al aire, al campo y las flores. Todo lo que hizo a partir de entonces estaba en función de la meta que se había propuesto, aunque, para sobrevivir, tuvo que hacer de todo. Fue ferroviario, empleado bancario, minero, camionero, taxista, periodista, corrector de pruebas, etc., porque “en los países subdesarrollados uno tiene que trabajar de todo, cumplir oficios ajenos”. Eso sí, nunca dejó de leer ni de escribir.

“Un día dije basta. Si quiero ser escritor, tengo que dejar todo lo que estoy haciendo y dedicarme de lleno a estudiar y escribir”, me confesó durante una entrevista en la galería Naira, donde los actores Leo Redín e Ilde Artés teatralizaron dos de sus cuentos (Crisóstomo y Los hermanos).

Gastón Suárez renunció al puesto que tenía en el Banco Minero, compró un camión a plazos y empezó a recorrer el país como transportista. Era una aventura, sí, pero se sentía bien consigo mismo. “El hecho de estar vivo implica una esperanza”. Así conoció Bolivia de palmo a palmo y palpó la realidad nacional durante dos años.

Fruto de esa experiencia son sus libros, porque lo hizo en una época en que “las vivencias van dejando su impronta en el espíritu y son el bagaje más importante en la creación literaria”. Sus cuentos tienen como escenario los campamentos mineros, las aldeas, los campos de sembradío de los valles de los Chichas y la vida de provincia; el mundo urbano está presente en su obra teatral, y el altiplano en su novela.

Ese periplo le permitió ver el país como el protagonista de Mallko, el cóndor “monarca del aire, obstinado peregrino”, que, “enhiesta la cabeza, libre como el viento”, horadaba “el manto cerrado de las nubes” y alcanzaba “el cielo azul y el blanco océano” de la “región transparente”, desde donde contemplaba los dominios del hombre.

Se sintió escritor cuando vio publicado por primera vez un cuento suyo, El perro rabioso, en el diario gubernamental La Nación, en los años 50. Siguieron otras publicaciones, pero recién en 1963 vio luz su primer libro, Vigilia para el último viaje, una serie de cuentos que tuvo una favorable acogida de público y crítica, uno de cuyos relatos, El iluminado, un relato breve estructurado en un solo párrafo, fue incluido en varias antologías hispanoamericanas. “Este primer libro fue para mí un comienzo muy estimulante”.

En 1967 publicó su primera obra teatral, Vértigo, que obtuvo ese mismo año el primer premio de las Jornadas Julianas de la Alcaldía de La Paz, gracias a la puesta en escena del conjunto Nuevo Teatro, dirigido por Eduardo Armendia e Iván Barrientos, dos actores y directores formados en Nuevos Horizontes. Suárez atribuyó el éxito de la obra al hecho de que planteaba por primera vez problemas tales como la eutanasia, el control de la natalidad, la soledad, la incomunicación, la vejez y la moral religiosa, temas tabú en esa época.

La escribió mientras recorría el país como camionero, entre viaje y viaje, y cuando todavía luchaba con el lenguaje en su “autoeducación”, corrigiendo, puliendo y reescribiendo frases y párrafos enteros de sus textos, pues tenía “una verdadera obsesión por encontrar la palabra precisa, la idea trascendente y el halo poético que posibiliten una creación artística de calidad”.

“Los personajes de Vértigo exhiben sus problemas, sus resentimientos, sus rencores. El autor se encuentra así dentro de ellos al mismo tiempo que los mira desde fuera. Y puede decir, como uno de sus personajes, que es un observador de las contradicciones y de las miserias de los hombres y que, por lo mismo, siente amor por ellos”, comentó Francovich.

Suárez escribió otro libro de cuentos, Gesto, en 1969; una narración infantil, Las aventuras de Miguelín Quijano, con motivo del Año Internacional del Niño y un tiraje de 5.000 ejemplares, en 1979, y una segunda obra de teatro, Después del Invierno (1981), con introducción de Julio de la Vega y prólogo de Jorge Siles Salinas, pero su obra preferida era Mallko (1974), porque la escribió, según dijo, “con verdadera pasión y en una época en que estaba atravesando una crisis espiritual”.

La novela obtuvo una mención de honor del Premio Hans Christian Andersen de Dinamarca y fue elegida como texto escolar en España (1981). Según Francovich, Mallko constituye “una sucesión de magníficos cuadros realistas, que muestran las peripecias de la azarosa existencia humana en el solemne y majestuoso ambiente de los Andes, en medio de las moles de basalto coronadas de nieve”, y rescata “el realismo, la compasión, la penetración psicológica de sus obras anteriores”.

Le costó llegar al éxito, porque, mientras escribía, debía luchar para llenar la olla con sus magros ingresos. “La lucha por la vida me consumía. Prácticamente no escribía nada, sólo leía. Llegó un momento en que dejé de pensar en ser escritor y a considerar mis sueños como una simple megalomanía. Pero aquel juramento de mi infancia venía a atormentarme cuando menos lo esperaba”, relató en una ocasión.

Al principio, como dijo él mismo, vivía para escribir, pero después tuvo que escribir para vivir. “La aventura de ser escritor me ha dejado en la situación de escribir, editar y distribuir personalmente mi producción. Y creo que soy uno de los pocos escritores que viven o mal viven de sus libros”.

Suárez también se vio tentado por el cine. Fue el guionista de Mina Alaska, película dirigida por Jorge Ruiz, con Chrysta Wagner y Hugo Roncal, financiada por los empresarios Mario Mercado y Gonzalo Sánchez de Lozada. Luis Espinal elaboró el guión de Vigilia para el último viaje, que nunca llegó a la realización debido al asesinato del sacerdote en 1980.

Es autor de una única canción, Rosendo Villegas Velarde, popularizada por el guitarrista tupiceño Alfredo Domínguez, su amigo de infancia. Considerada por un crítico como “una de las canciones más apasionadas y más tristes del folklore boliviano”, tiene la estructura y el ritmo de un cuento breve:

No me hagas eso, Rosendo/ Por nuestro cariño tan lindo te imploro, Rosendo/ No me hagas eso, no me hagas eso/ Tu mama ha comprao el ajuar/ Vendimos la vaca, la cucha, la oveja/ La chicha ya estaba madura/ Toda la gente ya estaba invitada/ No me hagas eso, Rosendo, no me hagas eso/ Porqué me jugás esa mala pasada/ No ves que mi pena es fuerte/ Rosendo Villegas Velarde, no me hagas eso/ No te mueras, no te mueras, no te mueres…

Fue tentado por la política. El general René Barrientos Ortuño le ofreció un ministerio, pero rechazó la invitación. Sí aceptó la oferta que le hizo Lidia Gueiler para que asumiera la embajada en España, más por amor a España que por otra cosa, pero no llegó a viajar a Madrid por el golpe de Luis García Meza.

Suárez creía que la política es incompatible con la labor de un escritor. Como Ernesto Sábato, pensaba que el único compromiso del escritor es con la verdad. “El escritor, para mí -decía-, es un permanente buscador de la verdad y eso le confiere un carácter de independencia”. Tenía algo de anarquista. Su ideal de vida, según declaró en una ocasión, era el del escritor Henry David Thoreau: vivir en el bosque, ser absolutamente libre, sembrar tus propias hortalizas y no pagar impuestos al Estado.

En una de sus últimas entrevistas, dijo que tenía la esperanza de escribir algún día el libro de su vida. La muerte lo sorprendió cuando preparaba una tercera obra de teatro, La Promoción, una novela y un nuevo libro de cuentos.

Como en el verso de Gregorio Reynolds que presidió su funeral, Suárez “vivió sin hacer daño” y “murió de repente”, en “la envidiable dicha y la envidiable muerte”. Escribió sobre el amor, el desamparo, la soledad, la solidaridad y la belleza de la naturaleza.

“Hay que morar en nosotros mismos. Sentir el vértigo de la nada para emprender el vuelo. Luciérnaga fugaz es tu vida en la noche de los tiempos. El amor. El amor es lo que da sentido al ser”, dice uno de los personajes de Vértigo, en lo que bien podría ser la síntesis de vida de Gastón Suárez Paredes, el desertor escolar que se hizo escritor para cumplir un juramento.

Fuente: Letra Siete

José Santos Vargas y la memoria histórica

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José Santos Vargas y la memoria histórica
Por: Roger L. Mamani Siñani

José Santos Vargas fue uno de los sobrevivientes de la Guerrilla de los Valles de La Paz y Cochabamba que actuó durante la Guerra de la Independencia en contra de las tropas realistas entre 1814 a 1825. Aprendió a tocar “la caja” o tambor, sólo para poder estar cerca de los comandantes insurgentes para luego escribir en su diario las decisiones que tomaban estos, además de todo lo relacionado a su grupo guerrillero. Esto dio lugar a uno de los documentos más sobresalientes en la historia de nuestro país, el ahora famoso Diario de un comandante de la Independencia.

Pero, ¿qué personajes nos muestra el diario? ¿Españoles malos contra patriotas buenos? ¿Es verdad que refleja la invasión europea? ¿Sólo se transmiten páginas de llanto y dolor? Y, ¿dónde quedaron los indígenas en todo esto? Son sólo algunas preguntas que nos vienen a la mente una vez que se reflexiona sobre los variados discursos que se manejan en torno al diario.

Para empezar, la Guerra de la Independencia, tanto de lo que hoy es Bolivia como en casi toda América fue muy similar a una guerra civil, es decir que las personas de una misma región se enlistaron para pelear ya sea en el bando realista o insurgente. Esto es precisamente lo que nos muestra las páginas del diario de Vargas, puesto que podemos encontrar que lugares pertenecientes a un mismo piso ecológico como Irupana y Coroico optaran cada una por una opción distinta, mientras que la una se mantenía “fiel al Rey”, la otra siempre fue levantisca, todo esto independientemente del origen de los pobladores de ambos lugares. Esto elimina la presunción de que sólo los europeos eran partidarios del sistema colonial, cuando en verdad muchos de los criollos de la más larga raigambre defendieron las banderas reales.

Esto se puede demostrar con la figura de José Manuel Goyeneche, quien provenía de una de las familias más importantes de Arequipa, o del último virrey de Buenos Aires, Pedro Antonio Olañeta, Tucumano de origen, quien combatió tanto a insurgentes como a constitucionales, en aras del absolutismo real representado por Fernando VII.

Por el otro lado tenemos a Juan Antonio Álvarez de Arenales, quien era español de nacimiento, pero peleó por la bandera insurgente de las Provincias Unidas, llegando a ser designado como Comandante en Jefe de las Guerrillas en territorio charquino. En la guerrilla de Vargas estaba presente Carlos García, un inglés que se hacía cargo de los cañones de la División de los Valles. Como se puede comprobar, muchos criollos fueron leales a la corona mientras que muchos otros europeos, pelearon en el bando insurgente.

Por lo tanto, hablar de invasión en el periodo de la Guerra de la Independencia, como se ha estado sugiriendo, es completamente erróneo. La conquista había quedado siglos atrás, los primeros españoles en suelo americano habían muerto hace mucho, pero dejaron su descendencia, los criollos, que compartieron un espacio con mestizos, indígenas, negros y pardos, quienes se enlistaron en alguno de los bandos contendientes de acuerdo a sus propios intereses u objetivos.

Por otro lado, las páginas del diario de Vargas ilustran verdaderos actos heroicos, escenas cargadas de emociones y personajes que alcanzaron el clímax de su vida en tan sólo unos segundos. Lo que acerca a Vargas a un narrador épico más que uno dramático. Baste leer la escena escrita de forma magistral, donde un indígena al enfrentarse a un soldado realista recibe un “bayonetazo” en el estómago, pero en vez de escapar o de tirarse al suelo por el dolor, el “bravo indio” se metió más el arma sólo con el objetivo de asestar un golpe de macana a su enemigo. El soldado al ver la reacción de su contendor se echó a correr dejando su fusil clavado en las entrañas de su ofensor.

Esta escena nos da pie a pensar en la participación indígena. La verdad es que estos estaban presentes tanto en filas insurgentes como realistas. En los valles de La Paz y Cochabamba, muchos de ellos se hicieron guerrilleros profesionales, incluso llegaron a alcanzar grados como sargentos o cabos. Pero en su contraparte tenemos a los “Amedallados del Rey”, o sea aquellos indígenas que por sus servicios a la corona, ya sea como guías, espías, o como comandantes de “indiada realista” recibían una medalla con la efigie de Fernando VII en prueba de su lealtad. De esta forma comprobamos la participación activa de los indígenas en el proceso de la Guerra de la Independencia, en uno u otro bando, lo cual no debe ser tomado como algo negativo, después de todo ellos también debieron optar por el bando que más les convenía en aquellos tiempos violentos.

Celebro la recomendación de que el Diario sea una lectura obligatoria para todos los jóvenes, pero no para fortalecer una visión maniquea de la historia, una historia de buenos contra malos o de españoles contra indígenas. La lectura de este documento debe ser seria y profunda, pues el Diario de José Santos Vargas muestra una historia compleja de encuentros y desencuentros, de alianzas y conflictos, es decir una historia menos ideologizada y más cercana a nuestra sociedad abigarrada.

Fuente: Letra Siete

Liliana Colanzi: Usar la rabia y el dolor para crear, pensar, cuestionar y transgredir

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Liliana Colanzi: Usar la rabia y el dolor para crear, pensar, cuestionar y transgredir
Por: Miguel Vargas

En la antología La desobediencia, Dum Dum editora, encabezada por la escritora y editora cruceña Liliana Colanzi, reúne 10 ensayos que abordan el pensamiento feminista que se produce en Bolivia, abordando diferentes temáticas y desde diferentes narrativas.

Fabiola Morales Franco, Magela Baudoin, Fabiola Gutiérrez, Paola R. Senseve T., Valeria Canelas, Lucía Carvalho, Christian Daniel Egüez (Marica y Marginal), Virginia Ayllón, Alison Spedding Pallet, María Galindo y Colanzi son las autoras que firman el libro que estará disponible en la Feria Internacional del Libro de Santa Cruz desde el 29 de mayo.

¿Cómo surge la iniciativa de gestar ‘La desobediencia’?

De las ganas de hacer algo con las experiencias de las mujeres, de la voluntad de usar la rabia, el dolor y el deseo de cambio para crear, para pensar, para transgredir y transformar, y para cuestionar y cuestionarnos a nosotras mismas. Me parece importante reivindicar el derecho de las mujeres a articularse en una voz colectiva, sin que esto signifique ignorar las diferencias entre unas y otras o exigir una postura única sobre todas las cuestiones.

¿Por qué es importante publicar esta antología?

Porque hay feminicidios, violaciones, agresiones y acoso a mujeres todos los días, porque no hay ninguna candidata a la presidencia y muy pocas en puestos de decisión, porque se sigue culpando a las mujeres de provocar a los hombres que las agreden, porque la presencia de las mujeres en la esfera pública sigue siendo limitada, porque es una triple desventaja ser mujer, indígena y pobre, porque no somos dueñas de nuestros cuerpos, porque estamos sometidas a mandatos tiránicos sobre cómo debemos vernos y cómo debemos ser, porque el trabajo de la mujer en el hogar no tiene paga y porque el sistema entero se sostiene sobre la explotación de las mujeres. Y porque hay que seguir profundizando en la lucha que generaciones anteriores de feministas nos legaron en Bolivia.

¿Cómo se hizo la selección de las autoras y los textos?

Invité a diez escritoras de diferentes generaciones a reflexionar sobre su propia relación con el feminismo, hacer una crítica de la condición femenina o masculina, o a abordar cualquier aspecto que les interesara sobre lo que significa ser mujer, y a hacerlo con las herramientas que quisieran: desde la experiencia personal, la poesía, el arte y la literatura, desde el diálogo con otros feminismos, desde la crónica, etc.

¿Cuáles son las miradas dentro del universo del feminismo que se ofrecen en estos textos?

Los textos de este libro cuestionan no solo la situación de la mujer, sino las bases mismas de un sistema capitalista, patriarcal, racista, extractivista y colonial que conducen a la depredación, al sometimiento y la muerte. Hay ensayos que hablan de la necesidad de pensar ya no en derechos, sino en vanguardias y utopías, en la revolución permanente. Otros critican a un Estado boliviano que controla los cuerpos de las mujeres, negándoles la soberanía para decidir si desean o no ser madres, y que incluso hoy en día exige la firma del esposo para procedimientos como la ligadura de trompas. Hay autoras que se rebelan contra la imposición de la maternidad como destino inescapable y que escriben desde las posibilidades felices que ofrece el desvío de ese mandato. Hay voces críticas con respecto a un feminismo blanco y eurocéntrico que no problematiza su propio confort, posibilitado por el trabajo de mujeres migrantes, muchas de ellas con arreglos precarios a partir de su condición de ilegales. Algunas escritoras hablan de lo que significa ser mujer y sentirse en peligro solo por el hecho de caminar en la calle. Muchas exploran la relación problemática con nuestros propios cuerpos.

También encontrarán en esta antología reflexiones sobre las disidencias sexuales, esas que socavan las gramáticas de lo que es ser hombre o mujer y que albergan a “las raras, los marginados, las periféricas y las inadaptadas”. Hay críticas a una masculinidad que produce hombres violentos, homofóbicos, racistas, femicidas y travesticidas. Hay miradas a la representación de la mujer en el arte y en la poesía. Hay experiencias de mujeres ejerciendo el liderazgo sindical en el área rural, de las dificultades que encuentran al momento de afirmar su autoridad frente a sus pares masculinos, a quienes les cuesta aceptar que una mujer tome decisiones por toda la comunidad. Y está la pregunta sobre la voz pública de las mujeres, por su ausencia, por la doble jornada invisible que impide o desacelera el ingreso pleno a la esfera pública.

La literatura y el lenguaje es campo de batalla para el feminismo. ¿Cuál es el aporte desde Bolivia en ese sentido?

El anarcofeminismo de Mujeres Creando, que combina prácticas artísticas y performáticas con estrategias para conseguir justicia y producir economía feminista, es un referente para Latinoamérica y el mundo.

Fuente: Tendencias


El pensamiento zamudiano en debate

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El pensamiento zamudiano en debate
Por: Virginia Ayllón

En este espacio tomo la posta en el diálogo abierto por Fernando Molina a propósito de El pensamiento de Adela Zamudio, agradeciéndole el gesto.

En El pensamiento de Adela Zamudio he intentado extraer las ideas que expuso en su obra, sobre todo porque ella es tenida como pensadora. Se la considera, y en las mismas palabras de Molina, como “pionera del feminismo”. Vale, pues, preguntarse por el feminismo en general y el de Zamudio en particular. Para el efecto, me concentraré en dos ideas sobre las que Molina considera he cometido sobreinterpretación.

Molina cree que interpretar el planteamiento zamudiano en términos de denuncia del patriarcado es “impreciso y confusionista” (¡sic!). Coincido con Beatriz Rosells, quien asegura que ella “llega a la crítica del orden social mismo”. Esto es evidente porque otras escritoras (p. e. Hercilia Fernández) y pensadores (p. e. Cupertino de la Cruz y Alcides Arguedas) identificaron la desvalorización social de las mujeres en el acceso a la educación o al voto.

Pero sólo Zamudio explicó las razones estructurales de esta dominación: un orden social que Bourdieu califica como el sistema de dominación masculina. No se trata de un malévolo invento, sino un contrato social que junto con otros cimenta la sociedad en que vivimos. En nuestras tierras, además, se ha imbricado con el racismo.

Así, la interpelación feminista supone la crítica a la razón patriarcal y creo que Zamudio entrevé está razón y la cuestiona en su obra. Por ejemplo, en las discusiones decimonónicas sobre el acceso de las mujeres a la educación, se argumentaba que debían educarse para ser mejores educadoras de los nuevos ciudadanos, noción que presupone el papel de cuidadora de la mujer. Zamudio, en cambio, incide en lo que ese argumento no dice: la familia y la maternidad establecidas como destino natural de las mujeres. El núcleo de tales debates era la ciudadanía o quiénes podían ser ciudadanos de la nueva Bolivia, eliminando de tal condición a mujeres e indígenas. Zamudio no duda en denunciar cómo en esas controversias la élite masculina discutía y definía lo que debía ser la mujer y cuál su destino, al margen de las propias mujeres. Estos argumentos están claros, por ejemplo, en su poema Progreso, que desde el título nos permite advertir su cuestionamiento al concepto de progreso que definía la intelectualidad del XIX, con oídos muy abiertos al discurso occidental de la dominación masculina, entre otros.

Ahora bien, entre los argumentos contra el sistema patriarcal, Zamudio incide en el que es, posiblemente, el más oculto del edificio patriarcal: el amor romántico.

Molina considera que este amor es una “categoría un poco rara con la que el feminismo se refiere al amor despersonalizante y tóxico”. El amor romántico ha sido estudiado por casi todas las pensadoras feministas, pero también por la sociología (Luhmann, Giddens) e incluso la antropología (Fischer, Jankowiak). Este tipo de amor tampoco es una perversa creación, sino un mecanismo que asegura el funcionamiento de la familia como espacio de reproducción social, ¡pero es la forma dominante del amor en nuestra sociedad!, y a pesar que puede y suele devenir en tóxico incluye también su parte edulcorada, muy unida al consumo de la pujante industria del amor.

Molina afirmaría que estas son elucubraciones del siglo XXI, ajenas en el XIX, lo que no es cierto. Tal vez las categorías no tenían esos nombres, pero la reflexión sobre el amor viene de lejos; cómo no, si la literatura trovadoresca ya lo puso “en letra” en el siglo XII y todo el Romanticismo del XIX “trata” del amor. Las novelas del Romanticismo son buenos ejemplos de las disposiciones sociales sobre el amor que en el XIX se instalaron en Occidente. Por eso no es casual que las novelistas europeas de ese siglo tomaran especial atención a este dispositivo. Ellas y también las escritoras de las nuevas naciones americanas no escribieron manifiestos, sino novelas y poesía en las que tematizaron este y otros temas de la dominación femenina.

Los elementos centrales del amor romántico son el matrimonio y la maternidad como destino femenino, y el modelo burgués de familia como ideal. Además, establece las bases de la subjetividad de los géneros. Zamudio interpela estos preceptos al menos en su novela Íntimas, su cuento Violín y guitarra, sus poemas Loca de hierro, Vanidad, Progreso, y sus ensayos Temas pedagógicos y La misión de la mujer. Su interpelación funciona, “por la contraria”, por el esbozo de alternativas a la norma exponiendo diversos tipos de familia, la maternidad supletoria y distintos tipos de afecto.

Descreído de la interpelación de Zamudio al patriarcado, Molina afirma que mayores datos biográficos de la autora ayudarían a interpretar mejor su pensamiento. Y esta sí me parece una sobreinterpretación porque en un escritor su línea argumentativa hay que buscarla en su obra, no en su vida. La biografía ayuda a alumbrar la obra de un escritor, pero no la explica. Digamos que una biografía nos informa sobre la intención de un autor al escribir un libro, Borges diría: “la intención del autor es una pobre cosa humana”.

Particularmente la obra de las escritoras ha sido sobreinterpretada, precisamente por anteponer sus rasgos biográficos a su obra. Como dije alguna esta sobreinterpretación de la obra de Zamudio ha producido preguntas de antología: ¿escribía así porque era solterona o era solterona porque así escribía?, ¿anunció su seudónimo Soledad su posterior vida o su posterior vida cumplió la sentencia de su seudónimo? Esa superposición, o sobreinterpretación de la biografía sobre la obra ha producido lo que en El pensamiento de Adela Zamudio califico como mito zamudiano.

En cualquier caso, coincido con Molina en que la obra de Zamudio está siendo revisitada, lo que me parece bueno para los lectores, aunque no me explico bien este fenómeno. Para Molina tendría que ver con cierto desarrollo del feminismo, interesante hipótesis que el tiempo probará o no; en tanto, sigamos con el debate, ejercicio placentero como el que más.

Fuente: Letra Siete

A 500 años de su muerte: el verdadero Leonardo da Vinci

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A 500 años de su muerte: el verdadero Leonardo da Vinci
Por: Raúl Rivero Adriázola

¿Quién fue, en verdad, Leonardo da Vinci? La incógnita que sobrevive cinco siglos a uno de los más grandes exponentes del Renacimiento, levanta polvo y hace correr mucha tinta entre cronistas e historiadores del arte, que se animan a explorar en los arcanos de la vida y la obra del hombre que encandiló e irritó —casi por igual— a papas, monarcas, príncipes y ricos mercaderes de su época. Contando con el mecenazgo de Ludivico Sforza, César Borgia y Francisco I, sufrió el desprecio de León X y la ira de varios clientes insatisfechos. Empero, aparte de sus desaciertos en escultura e ingeniería, pocos se atreverían a poner en entredicho su habilidad con el pincel y el carboncillo.

Al cumplirse este mes los 500 años de la muerte de Leonardo, varios son los homenajes y encomios que se hacen al polímata renacentista, destacándose sus virtudes en las artes y las ciencias, subrayando como respaldo sus invenciones y sus dibujos y pinturas que se conservan en museos y colecciones particulares. Empero, son pocos los que se atreven a difundir sus defectos que, como todo humano, los tuvo y en buen número. Tal vez esa represión histórica se deba a la inmensa sombra de genio que proyecta Leonardo, la que ha sido constantemente repetida y ensalzada.

Falsificación de Leonardo

En 2010, publiqué un divertimento histórico, titulado “El Conjuro Juliano y la falsificación de Leonardo”, cuya trama gira en torno a un conjuro que un druida galo entrega a Julio César, el 50 a.c., conjuro que tiene obsesionados a los grandes de Europa —sobre todo papas y monarcas— durante 1.500 años. Entre los que tratan —infructuosamente— de descifrar su contenido, está Leonardo que, incluso, encuentra una ingeniosa y falaz manera de satisfacer los deseos de sus contratantes.

Y aprovecho el paso del polímata por mi novela para elaborar el que, a mi criterio y conocimiento, es su verdadero retrato, aquel que lo muestra sí como un genio, pero un genio disperso e irresponsable, que se compromete en un sinfín de obligaciones artísticas, arquitectónicas, de ingeniería militar, etc., dejando unas a medias, otras incluso sin empezar o terminándolas bajo amenaza de juicios o como resultado de estos. Curioso insaciable, el de Vinci se interesa tanto por naturaleza que le rodea como por la anatomía y fisiología humana y animal, llegando al extremo de sobornar a los “beccamorte”, los sepultureros de las ciudades que visita, para que le faciliten cadáveres recién sepultados, los que disecciona y luego pasa lo visto a hermosos y detallados dibujos. Es muy conocida su pasión por el vuelo, llegando a construir una máquina con la que intenta hacerlo y, ¡vaya porrazo que se da!

Por razones de la trama, debo detenerme en la que es quizás la pintura más famosa de todos los tiempos, el retrato que hizo a donna Lisa del Giocondo, relatando algunos pormenores de su realización poco a casi nada conocidos, así como revelando la —¿verdadera? — razón que lo llevó a quedarse con él… a pesar de haber recibido la paga completa por el trabajo y haber demorado varios años hasta terminarlo, sin que el contratante lo demandara, como bien que se merecía. Este cuadro lo acompañó hasta su lecho de muerte, testimonio del gran cariño que le tenía, confirmado por el hecho de que lo legó a su más controvertido discípulo, Gian Giacomo Caprotti, más conocido por su apodo de “Salai” —que significa “diablo”—, con quien las malas lenguas rumoreaban que practicaba la conocida en aquella época como amistad socrática.

Muchas veces es muy difícil —y controvertido— tratar de unir al personaje creado por la apología, con el ser humano que le dio vida y fama. Pero, muchas veces también, el tener la verdadera medida del hombre, hace más admirable su quehacer y su fama.

Atractivo y generoso

Leonardo da Vinci –cuenta Giorgio Vasari, escritor italiano del Renacimiento y primer biógrafo del artista– fue un hombre de gran atractivo personal, amabilidad y generosidad.

“La disposición de Leonardo fue tan amable que se ganó el cariño de todos”. Era “un conversador brillante”, que encantó a Ludovico il Moro con su ingenio.

“En apariencia fue impresionante y hermoso, y su magnífica presencia ha traído consuelo al alma más preocupada; era tan persuasivo que podía doblegar a otras personas a su voluntad. Físicamente era tan fuerte que podía soportar la violencia y con su mano derecha podía doblar el anillo de un llamador de puerta de hierro o una herradura, como si fueran de plomo. Fue tan generoso que dio de comer a todos sus amigos, ricos o pobres … A través de su nacimiento Florencia recibió un regalo muy grande y por su muerte sufrió una pérdida incalculable”.

Sobre el autor

Raúl Rivero Adriázola, economista de profesión es un lector voraz, “fácilmente, al año, me leo entre 60 y 70 libros” y un autor prolífico que, además de su primera novela, “El Conjuro Juliano y la falsificación de Leonardo” (2010, reeditada en 2016), ha escrito también “Retazos de historia. De las memorias del general O’connor” (2006), “Los Constantinopolitanos” (2011), “La segunda ley” (2012), “El médico y el aventurero” (2013), “Memorias bajo fuego” (2014), “Sin aliento” (2015) ,“El cerco de Boquerón” (2016) y “El Ateniense (2018).

Es coautor de “Epístolas de la Guerra del Chaco” (2015) y “Huellas Guerra” (2016).

Fuente: Lecturas

Carlos Medinaceli y su primer texto crítico

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Carlos Medinaceli y su primer texto crítico
Por: Ximena Soruco Sologuren

Es sabido que el escritor boliviano Carlos Medinaceli (Sucre, 1898-La Paz, 1949) se inició en las letras con la publicación de poesía en el periódico La Mañana de Sucre entre 1914 y 1915. Resulta menos conocido que publicara lo que parece ser su primer texto crítico tan temprano como el 15 de mayo de 1915, en el primer número de la Revista Brotes del colegio Nacional Pichincha de Potosí.

El artículo titula “Los grandes hombres que caen, Eduardo Subieta” y Mario Araujo Subieta informa que el director de la revista, Luis Subieta Sagárgana, sugirió a Higinio Michel y a Carlos Medinaceli la idea de que pergeñasen una semblanza en torno al señor Eduardo Subieta, fallecido dos meses atrás (Presencia Literaria, 20-02-1983).

Me interesa mencionar esta pieza crítica de juventud –nuestro autor tenía escasos 17 años– porque nos recuerda varios de los motivos de la crítica literaria a la que se consagró durante el resto de su vida.

También evidencia que Medinaceli bebió de una larga tradición literaria boliviana: el género de los textos fúnebres, identificado por otro gran crítico, Gabriel René Moreno, pero con una variante: Medinaceli dirige las “coronas fúnebres” a recordar y honrar no las hazañas políticas ni militares tan en boga durante el siglo XIX, sino aquellas escriturales.

Mencionaré solo algunos fragmentos de “Los grandes hombres que caen, Eduardo Subieta” que nos permiten ver dos elementos. Primero, que Carlos Medinaceli dedicó su trabajo de crítico literario a “restituir” lo que consideraba un cuerpo (literario) ausente, como plantea Mauricio Souza (inédito) para la primera etapa de la crítica literaria en Bolivia, y segundo, que lo hizo no bajo el criterio de reivindicación regional, sino de discernimiento del mérito de lo escrito en medio de la indiferencia generalizada.

“Subieta ha muerto pobre, viejo, cansado. ¿Quién iba a ocuparse de él?”, inicia el texto fúnebre –escrito a los ocho días y no a los dos meses del fallecimiento de Subieta–, señalando que los hombres que “han dedicado todas sus energías y han ofrendado su talento y vida por el florecimiento de la literatura patria, si no son agriamente combatidos (…), son víctimas de la indiferencia general. En torno de ellos se hace el vacío” (La alegría de ayer, 1988: 86).

A continuación Medinaceli recuerda que la producción de Eduardo Subieta (Potosí 1847-Sucre 1915), así como la de otros escritores bolivianos, incluido el propio Medinaceli pese a los esfuerzos que se han realizado por reunirla, “se encuentran dispersas en folletos, diarios, revistas que el tiempo se encargará de destruir. Nadie se ha preocupado en publicarlas en una edición completa y definitiva” (1988: 89). Y añade:

Nos refiere el señor Luis Subieta Sagárnaga que el año pasado, juntos leyeron las preciosas páginas de La señora del pelícano y San Antonio de Padua, madre de dios, y cuánta no sería la amargura del autor al ver ahí quizá los más bellos frutos de su mente reunidos por la mano amiga, en un librito de recortes, maltrecho y deteriorado, sin tener cómo reimprimirlo, ya que no en edición escogida, en más legibles caracteres (90, mi énfasis).

En Medinaceli escoge (1967) están recogidas Melgarejadas. Los voluntarios de Tarata y La edad de las mujeres de Eduardo Subieta; Luis Subieta Sagárnaga publica El sargento Quiroz y el fraile Pórcel en Documentos para la historia (1908) y se tiene noticia de que en el año 2000 se publica Páginas históricas y literarias de Luis Subieta (Diccionario histórico de Bolivia de Barnadas, 2002: 954).

Hay que recordar las vicisitudes que el propio Medinaceli sufrió para publicar su obra, compuesta de artículos dispersos en periódicos y revistas entre 1914 y 1949. Estudios críticos buscó editor por varios años y cuando la editorial Charcas lo publicó en 1938, el texto tenía tantas erratas que el autor prohibió su circulación. La segunda edición recién apareció en 1967.

La educación del gusto estético se concluyó en 1935, pero se publicó en 1941 en la Revista de la Universidad de San Francisco Xavier No. 25 y la primera edición de la gran novela La Chaskañawi (1947) fue producto de un préstamo que la Fundación Simón I. Patiño hizo al autor, quien no recibió ningún ejemplar por esta razón.

Sus demás publicaciones son póstumas. Páginas de vida estaba lista en 1938, pero fue publicada en 1955. Medinaceli preparó pero tampoco vio publicada La prosa novecentista en Bolivia: Antología crítica (1967). El resto de su producción fue compilada y publicada –de manera desordenada, poco cuidada y con escasas referencias cronológicas– por la editorial Los Amigos del Libro: La inactualidad de Alcides Arguedas y otros estudios biográficos (1972), La reivindicación de la cultura americana (1975), Chaupi P’unchaipi Tutayarka / A mediodía anocheció: Literatura y otros temas (1978), El huaralevismo: El fracaso histórico de la enseñanza universitaria (1979) y por Mariano Baptista Gumucio en Atrevámonos a ser bolivianos: Vida y epistolario de Carlos Medinaceli (1979) y La alegría de ayer (1988).

¿Escribe Medinaceli este y otros textos críticos motivado por un afán de valoración regional? En 1930, en El ahistoricismo de un historiador, Medinaceli cuestiona Potosí antiguo y moderno (1928) de quien fuera su profesor, Luis Subieta Sagárnaga, porque “no tiene ojos más que para ver lo potosino con un criterio potosino (…). De ahí proviene su intransigencia y la pequeñez de sus miras” (Estudios críticos, 1967: 86).

Carlos Medinaceli nos enseña con su crítica una manera de mantener vivo el recuerdo de nuestros escritores muertos. Honrar este recuerdo no puede llevar al mal gusto de remover y hacer desfilar sus restos mortales, sino que debe cultivarse mediante la labor de recopilación, publicación y lectura de la producción intelectual boliviana.

Fuente: Letra Siete

Multiplicación del sol de Gabriel Chávez Casazola

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Multiplicación del sol de Gabriel Chávez Casazola
Por: Juan Araoz

(Texto leído en la presentación del reciente poemario, publicado por la editorial Plural.)

Jaime Mendoza, el bisabuelo novelista, recorría lejanos caminos a caballo, “cubierto por una larga capa negra de dura lona/ que abrazaba al jinete y su cabalgadura/ cuando caían tempestades” (115) (1), y de parada en parada escribía, menos para satisfacer sus inclinaciones artísticas que para hacerle campo a la verdad, contra las amarguras y miserias humanas, con la filantrópica idea fija de ser comprendido por sus semejantes, no para ser “un bloque monolítico en medio de una pampa”, como Franz Tamayo, le escribía él a Franz Tamayo, en una carta de abril de 1912, fechada en Uncía (2), sino para “hablar a la pampa”, de donde regresaba “cualquier amanecer,/ cuando podría no haber vuelto” (116), a su blanca ciudad, a dejarse instruir por las humanas alegrías y el humano sufrimiento, pues el sufrimiento, “más aún si es supremo”, seguía él en esa carta testimonial sobre la vida y la literatura, es “noble, fecundo, profesor de enseñanzas bellas. Y el que no sufre está muerto, tanto como el que no ríe”.

Gabriel, el bisnieto poeta, aprende a diario “un idioma de aves” (15); ama los árboles, los animales, los caminos, el tiempo natural; sabe (creo) que ni recorriendo todo el mundo daremos con los límites del alma, cuya esencia es muy profunda y se incrementa y renueva, como la sed nuestra y las palabras de amor, pero es también apenas una “chispa de luz” (19) incierta “ que un soplido de codicia extingue” (19); sabe (cree) que “algunas primaveras florece” (21) un árbol vertical de amable sombra justo al centro del claro memorioso que es él, y que “los mismos tajibos que nos sorprendieron el pasado agosto/ con su plumaje de flamingo real/ de Marilyn despampanante/ con guantes largos y vestido rosa” (24), reaparecerán este agosto, “con sus flores [deslumbradoras] y misericordiosas,/ capaces de lavar el mal del mundo. (24).

El bisabuelo “era amigo del viento” (83), como “los indios de las alturas” (83), que reconocen sin estridencias cada matiz de la voz del viento recién llegado que pasa, incesante, “con sus ecos de mares y montañas” (83) lejanos.

El bisnieto celebra la vida. La vida trepada a un árbol llamado Hiperión, “tan alto/ que su copa/ pareciera rozar el firmamento” (25); la vida abrazada a otro árbol que es un bosque horizontal, multitudinario, “multiplicado/ y singular” (28) a la vez, llamado Pando, al que debemos “la multiplicación del sol” (28), ¡esa maravilla!; la vida de la hermosa que cuando danza todo el valle danza con ella, “mientras el árbol/ de los deseos/ resplandece” (29), inequívoco, en este mundo incierto, “flexible y fugaz” (30). Celebra la vida de la estrella que se ha hecho árbol que se ha hecho madera que se ha hecho pavesa que quiere subir al cielo, ser estrella; y las multiformes nubes que semejan caravanas humanas afónicas e impredecibles cargadas de anhelos, expuestas a la luz y a las constelaciones.

En unos poemas solares sobre la relatividad y la procedencia de la luz, advierte que si Dios es, “es la luz/ que brilla en las tinieblas” (44), y que la luz nunca falta, sea que venga siempre desde fuera, puente inmaterial, ubicuo, tendido de día entre los colores y los ojos sanos, o luzca primero adentro, íntima y evidente, hecha una con lo que somos: “légamo y luz” (50).

Y dejándose instruir, más crédulo que escéptico, como el bisabuelo novelista, por la vida misma, por las letras mismas de la vida, trabaja hasta en el centro hueco de “lo echado a perder” (58), donde quizás un rostro que se la ha negado hasta hoy sea “todavía posible” (59) y valioso; libera fantasmas ubicuos y otros “sobrevivientes, perplejos, extenuados” (63); imagina el perfil de una niñita risueña parada sola e invisible ante los ojos de la Medusa y de dos monstruos sagrados; recobra queridas ausencias plenas, colmadas, estelares, como la del loco “que llenaba hojas de papel cuadriculado/ con su letra menuda y correctísima/ con estilográfica azul/ poemas azules” (55), el loco que “de lo puro que era” (56) ascendió descalzo al cielo cuando murió, del que yo conservo un libro de oro titulado Panacea; o la de aquella mujer intensa que “pintaba el altiplano” (69) como quien pone frutas “el domingo en el mercado de un pueblo” (69), y lo libraba de morirse,

“[…] con sopas de papa lisa/ y marraquetas/ […] inexpresables […]”, pues ella sí sabía “cómo eran las cosas verdaderas cuando eran verdaderas” (70), y él podía entonces sanar poco a poco su cuerpo, tomar de nuevo su habitual bolsita de labores, allí, en el mismísimo altiplano del cuadro, “escuchando […] una música alegre, no un lamento” (69).

Admira también la estampa viva, inexplicable, de otra mujer angelical, magnética como ninguna, cuyo convento daba “un vergel de perfumes” (75) cuando ella se estaba muerta al centro de la iluminada celda ese otoño imperecedero de 1582. “Nada te turbe/ […]/ Nada te espante/ […]/ Solo Dios basta” (78), solía escribir esa bendita mujer en su corazón, sosegándolo, y el poeta, que bien lo sabe, reza con ella de la mano una oración de Unamuno, el platónico Unamuno que “[…] descubrió la Belleza en la belleza/ y se aferra a la distancia entre las dos/ tal el huérfano de un barco a la marea.” (80).

Del principio al fin, del Alfa al Omega y la Dicha, es hermoso el libro de Gabriel.

Al Principio el viento, ese tiempo intemporal que nunca se detiene, “la voz de Dios”, que decía el profeta, “una voz que viene de lo alto/ y en lo alto nos hace pensar en el misterio de la vida/ que cual el tiempo jamás se detiene” (84); luego, o simultáneamente, una mano que “borra suave pero firme” (87) lo que ha escrito en la arena, y basta que abramos los ojos para que “el cuadro [quede] completo” (87), y lo podamos recomenzar. Horas después, cuando la ciudad estira “los cuellos de cisne de las marquesinas/ de los reclamos de neón, de los faroles” (90) y las sombras urbanas crecederas se toman (¡ah, crueles!) el asfalto, resplandece el misterio del Angelus en el campo, en el campo “dos labradores levantan una/ catedral de cebada que no proyecta sombra/ […] se hace silencio / y Dios se hace en el silencio/ diluyendo soledades, soledumbres/ cerrando las fisuras” (91), por los muchos caminos que son uno solo y el mismo camino que conduce a través de todas las ciudades hasta donde tu deseo puede alcanzar, ¡oh Parménides¡ ¡oh Heráclito!

Hay también un pasajero fluvial que piensa en el río de Manrique, en los meandros del Mamoré y en las pequeñas, mundiales, dolorosas, erratas de Dios, autor de los ríos; y una voz amada que opina que Dios se multiplica en todas las cosas, el estanque, la alberca, las puertas, las almohadas, las ventanas, las calderas, en fin, hasta el infinito; y una niña Lucía que revela nuestro humano miedo a crecer, a la vejez, a la soledad, a la muerte, que nos viene desde muy chicos, “en esa edad donde todo nos sorprende y nos hace compañía” (103).

Y páginas más adelante, o páginas más atrás, elevadas muy alto sobre la periferia de un círculo azul, las cosas que ven los dioses cuando asoman la cabeza fuera del cielo, las de la pradera de la verdad que atraen al alma y la adentran en sí y la orientan fuera de sí como el sol a las pequeñas flores azuladas del heliotropo; y la “mariposa de tinta” (117) en la espalda de una muchacha encendida que vivirá para siempre, aun cuando haya exhalado su último aire.

Y sí, cómo no, desde luego, las “duras estelas/ de lo que fuimos/ y ya no es” (127) o quizás es aún, como el amor de la pareja cuyas osamentas se abrazan hace mil, dos mil, tres mil, cuatro mil, cinco mil, seis mil años! al sur de Grecia, en la isla del resucitado Pélope, el Peloponeso que incubó a Sófocles y a Tucídides y a Platón; y como la felicidad adolescente incombustible, a toda velo en un descapotable “que recorre un camino bordeado de sembríos verde y oro” (128); y como los patios recién despiertos de la memoria que cantan “un canto hondo”, en un idioma secreto que comprendemos, aunque lo hubiésemos olvidado, “[…] cuando cae la lluvia sobre los patios/ y volvemos a ser niños que oyen llover/ […]/ y cuando escampa el mundo huele a recién hecho, a sábado de Dios, a primavera.” (129).

Por lo demás, por lo demás, los jóvenes viejos lo saben, “es maravilloso haber llegado al punto” (131) de contar siempre con todo lo mejor que aún se continúa extrañando en los propios lares.

Hacia el final de En las tierras del Potosí, el bisabuelo novelista, del que Carlos Medinaceli dijo que escribía como Platón, “con toda el alma”, y como Nietzsche, con “la sangre que es el espíritu” (3), escribió, con ropa de diario, como escribe Gabriel, que la última copla que Martín, el joven protagonista, el caballerito de Sucre, curtido en Llallagua, escuchó esa extenuada noche, de los bailarines cantores que se alejaban despidiendo el carnaval, decía: “Que se vaya el carnaval,/ que se vaya…/ Cuando vuelva a regresar/ a esta playa/ ya no nos ha de encontrar.” (4)

Gracias, Gabriel, por la generosa y bella Multiplicación del sol que has traído a esta playa.s.

Notas:

(1) Los números entre paréntesis corresponden a páginas de Multiplicación del sol, Plural, La Paz, 2019.

(2) En Mariano Baptista Gumucio, Cartas para comprender la historia de Bolivia, Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia, La Paz, 2016, pp. 327-328.

(3) “Jaime Mendoza”, en Chaupi p ‘unchaipi tutayarka, Los Amigos del Libro, la Paz-Cochabamba, 1978, p. 313.

(4) Jaime Mendoza, En las tierras del Potosí, Juventud, La Paz, 1985, p. 152.

Fuente: La Ramona

Raza de bronce (1919), algunas entradas de lectura

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Raza de bronce (1919), algunas entradas de lectura
Por: Cleverth C. Cárdenas Plaza

A 100 años de la publicación de Raza de bronce (1919), de Alcides Arguedas, corresponde dedicarle unas cuantas páginas, no sólo por aquello que representa, una lectura canónica de la literatura boliviana, sino por su capacidad de seguir diciéndonos cosas después de un siglo.

Sin duda, son pocas las novelas que superan el tiempo, los regímenes gubernamentales, las apreciaciones y gustos estéticos y todo tipo de vicisitudes. En ese sentido, me propongo algo un poco más melancólico, un par de ideas que no se tienen presentes cuando se la lee, aunque ya la leímos de muchas maneras.

El propio Alcides Arguedas cuenta que su novela más famosa se publicó intempestivamente, porque tenía que publicarse el año que lo nombraron diplomático y se fue a Francia cuando la novela se imprimió. Lamentó de muchas maneras esa primera edición, porque no contó con su vigilancia en relación a las pruebas de imprenta y a la calidad del texto, hecho que le hizo valorar más la edición posterior, la de 1945, que el autor considera como la definitiva.

Raza de bronce (1919), es la novela boliviana que mejor retrata a su época, no sólo por aquello que pensaban los intelectuales de principios del siglo XX, sino porque revela una forma de vida y de relaciones sociales que, de muchos modos distintos y contradictorios, perviven en los propios usos y costumbres nacionales.

Me refiero al racismo que forma parte constitutiva de la subjetividad nacional. Sorprende recordar, por ejemplo, que los propios agentes de un gobierno que se autodenomina indígena y enarbola y ostenta su defensa, en ciertos momentos se hayan referido a la forma de vida de las poblaciones indígenas despectivamente con frases tristemente célebres como “viven como animalitos”, dichas sin empachos por alguien de cuyo nombre no quiero acordarme, porque rememora las formas de vasallaje y opresión que siguen caracterizando algunas prácticas sociales y culturales.

Sin duda, una buena lectura de Raza de bronce (1919) fue la de mi profesora Rosario Rodríguez que planteaba muchos temas, pero el que mejor me quedó fue el momento en que describía el doble registro de la novela.

Si por un lado, el propio escritor reivindicaba a la novela como una herramienta de defensa de los indios frente a la explotación que sufrían de parte de los hacendados que controlaban las tierras y, para decirlo en términos marxistas, los medios de producción; por otro lado, el registro del narrador es durísimo con su referente, los propios indios.

No está demás recordar la escena en que Agiali y sus amigos pierden a Manuno, el líder del viaje, a consecuencia de una riada que lo arrastró río abajo y el narrador describe la escena diciendo algo parecido a que ellos estaban tristes, no tanto por el amigo, sino por el dinero que se iba con él, revelando una opinión muy personal respecto a la conducta, lealtad y amistad de sus protagonistas.

En cierto sentido, se podría decir que su bien el texto denuncia el maltrato, lo haría por medio de un maltrato discursivo hacia los protagonistas.

Martha Irurozqui, en La armonía de las desigualdades: élites y conflicto de poder en Bolivia 1880-1920 (1984) sugiere que si bien le va mal al indio, en el discurso político-literario de la época, le va peor al cholo.

Cabe preguntarse cómo aparece y qué registro del cholo o del mestizo hay en la novela, ¿cómo se lo puede leer? Queda todavía, como materia pendiente, leer la novela desde esa entrada.

Por otro lado, Mikio Obuchi me comentó cómo la novela tiene un registro visual y pictórico evidente desde las primeras líneas: “El rojo dominaba en el paisaje./ Fulgía el lago como una ascua a los reflejos del sol muriente, y, tintas en rosa, se destacaban las nevadas crestas de la cordillera por detrás de los cerros grises que enmarcan el Titicaca poniendo blanco festón a su cima angulosa y resquebrajada, donde se deshacían los restos de nieve que recientes tormentas acumularon en sus oquedades”.

Y si bien hay referencias a esta entrada de lectura, las mismas todavía son sólo guiños, está pendiente hacer una lectura más en profundidad sobre éste y muchos otros posibles temas.

También advertimos, con los estudiantes del curso de Producción de materiales educativos (2019) que hay una veta muy interesante siguiendo las descripciones de los animales, no sólo la fauna circunlacustre, sino el modo en que se relacionan con los personajes y las prácticas culturales que se desarrollan alrededor. Un caso triste es el del burro que sacrifica el hijo del hacendado para dejarlo como señuelo para la cacería de cóndores.

Resulta bastante interesante explorar nuevas lecturas, no porque hay que dejar la denuncia, sino para hacer visible lo proteico de un texto que nos dejó muchos temas pendientes y posibles.

El propio Arguedas decía sobre su contexto personal de escritura que “ocupó los mejores momentos de una vida, aquéllos en que todo hombre de letras cree que ha nacido para algo muy serio y el escritor de tierras interiores y donde la pluma es lujo que no sustenta, tiene la candidez de imaginarse que puede producir algo que, por lo menos, tenga alguna duración en el tiempo…”.

Fuente: Letra Siete

Homenaje al poeta chuquisaqueño

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Gregorio Reynolds.

Homenaje al poeta chuquisaqueño
Por: Ana Cecilia Ballerstaedt

Se sentaba del otro lado de la mesa/ como del otro lado de la tarde/ para beber el té que endulzaban/ el silencio,/ las palabras /que casi nunca pronunciaba.

No tenía mucho que decir,/ lo había dicho casi todo,/ pero mirándole a la cara yo sentía/ fugaz pasar el aire,/ alguna imagen/ y pálidamente encendérsele la frente.

Afuera el mundo eran las calles,/ casi amenazadoras en su abandono,/ y el Illimani lejos/ como él mismo/ elaborando frío.

No sé si era hora de irse,/ no sé si me dejaba una sonrisa,/ había apartado la silla,/ había entornado/ la puerta,
y era como si no se hubiera ido.

Elegía tercera a Gregorio Reynolds, titulan estos versos de Óscar Cerruto dedicados a su contemporáneo, el poeta chuquisaqueño de principios del siglo XX. Poseedor de un carácter reservado, Reynolds frecuentaba los círculos literarios de su época sin sobresaltos, en la comodidad de una afasia casi fantasmal, que se mimetizaba con naturalidad y disimulo entre la multitud de esas comunas artísticas e intelectuales. Un “hombre un tanto rubio, de espesos mostachos, que parecía impermeable a la algazara reinante”, así lo describe el escritor y dramaturgo Adolfo Costa du Rels en su carta fúnebre “Adiós a Gregorio Reynolds”, que data de 1948. El poeta cochabambino Juan Capriles, por su parte, lo retrata como un individuo de:

Triste mirar que reconcentra amores,
y en la boca sensual de frase breve,
una sonrisa imperceptible mueve
el haz de sus mostachos trovadores

De “frase breve”, pues, los labios del joven Reynolds articulaban con rapidez y economía las palabras. Lo escueto de ese lenguaje, sin embargo, permanecía abierto a la polivalencia interpretativa de quienes lo escuchaban. Y, lejos de espantar, su reserva impulsaba la especulación: la recreación de esa voz emitida, como el punto de partida de un decir, se expandía, irónicamente, más allá de su propio emisor. Las palabras que Gregorio “casi nunca pronunciaba”, como bien lo atestigua Cerruto, “endulzaban el silencio”, su silencio, que él posteriormente bebía, como un “té”, en un acto insoslayable de olvido, como quien sepulta para siempre en su interior un díctum; una suerte de secreto, que, una vez confesado, se retira al mundo exangüe del reposo.

Aquello que Gregorio callaba permanecía, así, anidado a sus palabras, y, además, a sí mismo. Metabolizada junto a su silencio de té, su voz, diminutos terrones de azúcar, se diluía sin problemas en la calidez de aquel líquido vespertino, que él tomaba “como del otro lado de la tarde”. Y es que “No tenía mucho que decir”, pues “lo había dicho casi todo”. La esperanza de vida de su discurso era devastadora: a la par que florecía se desintegraba, efímero, en su propia génesis. Autosuficientes, las palabras de Reynolds parecían prescindir de cualquier interlocutor o auditorio; y muriendo en sí mismas, o matándose entre sí, no remitían a otra cosa que a su silencio, de donde nacían y desde donde nace, en general, todo decir.

Rezagado en el encierro al que lo sometían sus propias palabras, Reynolds parecía no anhelar, en modo alguno, la extensión de un discurso. La letra apagada de su voz pervivía sin conflicto en su interior, escondida en cada poro de su materialidad, y expuesta sólo en la escritura de su poesía. Sin poder entablar una intimidad lingüística, sus interlocutores a menudo inventaban sus palabras, produciendo reflexiones que giraban en torno a “qué hubiese dicho Gregorio”, “qué pensará Reynolds”, “cómo se sentirá”, o –aún más radical– “cómo será ser Gregorio Reynolds”. Convertido así en un extraño objeto de codicia, el poeta despertaba lo que el filósofo alemán Hans-Georg Gadamer hubiese llamado una “muda admiración”, que sucede a menudo cuando somos incapaces de comprender (del todo) una otredad. En estos momentos, el lenguaje, como diría Wittgenstein, “hace fiesta”, se va de vacaciones, y no sabemos dónde, es decir, no lo encontramos; estamos, literalmente, afásicos.

Y Gregorio Reynolds, resistiéndose a desnudar algo de sí a través de su lenguaje, revela el trágico “trauma” –del que, por lo demás, ya había hablado el filósofo lituano Emmanuel Levinas– de la alteridad, en su sentido más radical e intenso. El otro, en cuanto inaprehensible por mí, es una experiencia que me desborda, y, como tal, trascendente, infinita, por lo menos en relación con un yo ante el cual se presenta. Por eso el rostro del otro devela, en su significación más plena, la infinitud que yo, como interlocutor, soy siempre incapaz de poseer.

Fuente: La Ramona

La nueva escritura de Claudia Peña

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La nueva escritura de Claudia Peña
Por: Miguel Vargas

La muerte le llegó intempestiva a la poeta cruceña Emma Villazón a sus 32 años. Ese 19 de agosto de 2015, el hecho impactó fuertemente en la escritora cruceña Claudia Peña Claros, que desde 2009 no había publicado.

“El destello —cuento ganador del primer lugar del XLIII Concurso Municipal de Literatura Franz Tamayo en 2016— surgió de una especie de azoro, lo que le pasó a Emma me dejó shockeada: fue la primera experiencia que tuve con lo intempestivo de la muerte, con lo irracional; llega tan de repente y destruye sin sentido. El destello es un intento de reflejar eso, no es una respuesta, pues no es algo que se arregla; es decir lo que una tiene entre dientes”, explica la autora.

El destello es el primero de nueve cuentos que conforman el libro Los árboles, que la autora nacida en Santa Cruz pero que radica en La Paz presentó con la editorial El Cuervo en La Paz el 29 de mayo en el Espacio Simón I. Patiño y en la Feria Internacional del Libro de Santa Cruz el 30 de mayo.

Con este libro, la escritora y comunicadora social con una maestría en Desarrollo Sustentable —que además fue ministra de Autonomías entre 2011 y 2015— deja el silencio de años y se replantea el ejercicio de la escritura. “El proceso de El destello fue muy físico. Me acuerdo de que cuando lo fui escribiendo, me di cuenta de que era la primera vez que lo hacía tras seis años. Era la prueba de que podía seguir escribiendo y los otros cuentos fueron llegando”, cuenta mientras toma pequeños sorbos de un capuchino en Rayuela, el café que emprendió junto con Verónica Mendizábal tras dejar su labor en el ministerio. Ni el trabajo como ministra ni los ajetreos del café le permitían sacarse tiempo para escribir. Por eso durante algo más de un mes decidió trabajar en Rayuela solo a medio tiempo: por las tardes se refugiaba en el segundo piso de este local en Obrajes y, con los audífonos puestos, escribió El destello y un par de cuentos más.

Pero en ese tiempo de silencio también tuvo la oportunidad de escuchar mucho: conoció a bastante gente diferente y pudo leer a autores como Virginia Wolf. “Fui aprendiendo de las vidas de la gente y estuve leyendo mucho, esas lecturas se fueron asentando en mí. Mi ritmo era acelerado y aprendí nuevas cosas de mi propia escritura a través de la lectura y de las personas, que de alguna forma las haces personajes. Lo que una hace es una transmutación, no es que cuentes lo que te pasa, sino que revistes las cosas que te pasan, haces que el personaje cambie de sexo y les vas dando otro sentido para encontrar lo que realmente quieres decir”.

Los siete escritos, si bien son muy diferentes temáticamente, tienen varias cosas en común, como la extensión. “Siempre escribo cuentos de dos o tres páginas, pero me propuse profundizar en los personajes y que los textos no tengan menos de cinco páginas. Eso fue un verdadero reto, pues ponerse un desafío formal de este tipo te jala y te lleva a descubrir y hacer cosas que no hubieses hecho antes”.

Ya sea en el segundo piso de Rayuela, en la biblioteca de la Universidad Católica Boliviana o en su casa, su proceso creativo se manifestó de forma diferente. “No escribo como lo hacía antes, este es un libro distinto. Sigue habiendo un espíritu que se mantiene constante, pero ha cambiado el mismo acto de escribir: antes lo hacía de una sola vez y el texto salía; ahora me detengo, tomo pausas, reescribo y he llegado incluso a botar cinco páginas enteras después de escribirlas. Es diferente”.

Entre los detonantes creativos de Peña está el silencio, necesario para la concentración; pero también se abre a la música. “A veces, tengo un hilo que puede ser una historia pero no sé cómo seguirlo. De repente escucho una canción y es esa canción la que me da el ritmo de lo que quiero decir. Mientras escribo ese texto tengo que escuchar todo el tiempo esa canción para mantenerme en ese ritmo: la música lo crea, así como te despierta un sentimiento”. El ritmo también lo toma al escribir a mano, cadencia muy diferente a la de estar frente al teclado de una computadora.

Los árboles fue elegido como nombre de esta publicación, y tiene un breve apunte: es que luego de que se barajaran varios títulos tentativos se lo eligió porque era un nombre que reflejaba la complejidad y, a la vez, sencillez de la obra. Y es que otra premisa ha sido el cuidado absoluto de los detalles para que llegue al lector un trabajo meticuloso, pero sin que se note, que permita una lectura ágil que atrape. “He cuidado mucho el lenguaje, pero no en un sentido de exquisitez gramatical, sino expresiva. Busco que el lenguaje esté al servicio de lo que quiero contar, y para eso a veces tienes que romper mucho y ponerte en los zapatos del lector”, advierte.

Eso implicó sacar todo lo que no es imprescindible y a editar sus textos como nunca antes lo había hecho. En eso colaboró mucho la mirada editorial de El Cuervo, que ha estado pendiente de cada palabra. “He aprendido a darle tiempo al texto: lo corriges, esperas a que asiente y continúas el proceso”.

Bosque —el cuento— significó otro reto: es un texto sumamente descriptivo, en que la autora se propuso concentrarse, no en el lugar, sino en la acción. “Sucede todo en el monte cerrado y deseaba describir lo que genera ese ambiente, la sensación de estar perdido, de a veces perderte en el tiempo”.

La presentación de Los árboles tiene a la escritora muy contenta, pareciera que es su primera publicación, aunque entre sus obras destacan los libros de cuentos El Evangelio según Paulina (2004) y Que mamá no nos vea (2005), además de los poemarios Inútil ardor (2006) y Con el cielo a mis espaldas (2007). El humo de su café se pierde en una sonrisa expectante. “Creo que es la vez que más ilusión tengo que llegue el día de ver el libro impreso. Yo creo que las anteriores veces estaba más preocupada por el producto, pero ahora lo estoy disfrutando más”.

Una narrativa de ser adulto en ‘Los árboles’ de Claudia Peña
Alejandra Hübner

Los árboles es el título del libro de cuentos de la cruceña Claudia Peña que la editorial El Cuervo presenta en su primera edición. El texto se compone de nueve cuentos, algunos con temáticas entrelazadas que, en general, podríamos calificar de realistas, cotidianos específicamente, aunque en todos ellos algún elemento más o menos sorpresivo irrumpe, muchas veces de manera sutil y va transformando las vidas y percepciones que tienen los personajes. Estos relatos hablan sobre los cambios que se interponen en los planes que hace la gente para sus vidas, en la dificultad inherente que implica el convertirse en un adulto decidido y seguro de sí mismo.

En efecto, salvo en el relato Lazos, que tiene como protagonistas a un grupo de perros, todos los cuentos tienen como personajes a adultos jóvenes que, lejos de tener las cosas claras, se enfrentan a la incertidumbre de su existencia, a la dificultad de tomar decisiones, aunque en la mayoría de los casos no se trata de escenarios tristes y deprimentes, al contrario, los personajes parecen moverse con una cierta nonchalance ante el desastre, el fracaso, la muerte. No parecen tener miedo ni vergüenza, además, de poner en evidencia su aparente debilidad, y digo aparente porque ninguno termina derrumbándose, de contradecir la absurda idea de que a medida que uno crece la vida se le pone clara y uno sabe quién es y qué quiere hacer.

El primer cuento, El destello, narra la historia de un hombre que está a punto de morir en medio del campo después de, podemos inferir, haber recibido tres disparos que salen de entre los árboles sin que él pueda hacer nada para evitarlos o siquiera percatarse de que eso le iba a ocurrir. El acontecimiento parece casual, no premeditado. El hombre se dirigía como todos los días a cumplir con sus obligaciones diarias y de repente se da cuenta, no de que le han disparado, sino de que está a punto de morir. El relato recuerda a aquél escrito por Horacio Quiroga en 1926, El hombre muerto, en el que un hombre se tropieza y accidentalmente se clava el machete que estaba llevando y empieza, lentamente, a morir tirado en el piso. De igual forma aquí el narrador en tercera persona nos va describiendo, no tanto los pensamientos, como las impresiones que tiene el hombre cuando está a punto de morir. Y, contrariamente a lo que uno podría imaginar, enfrentarse a una muerte inminente no hace que ninguno de los personajes se ponga a pensar en cosas trascendentales, al contrario, piensan en la naturaleza que los rodea y, como una permanente recurrencia el hombre de El destello no puede dejar de preguntarse por qué ese día salió sin botas y quién le vería los pies.

El segundo relato, Lazos, nos cuenta el trayecto de un grupo de perros, específicamente de una perra que parece estar en busca de una casa en la que ella alguna vez vivió. Leyendo el cuento recordé las palabras de un personaje de Woody Allen en la película Another Woman, en la que una mujer se pregunta si un recuerdo es algo que tenemos o algo que hemos perdido. De la misma manera, la perra recorre esa casa reviviendo escenas específicas, probablemente habituales, de esa vida que alguna vez tuvo, vida que ya no existe pues ella vive en la calle, hostigada por una manada de machos que la persiguen y la atacan de tanto en tanto.

El tercer relato y probablemente el más curioso y casi fantástico, Niño, cuenta la historia de un hombre que tiene a un niñito colgando de su camisa, no habla pero se aferra a su ropa con implacable tenacidad y es imposible para el hombre escaparse de él, que es justamente lo que quiere hacer. En varias ocasiones considera incluso cortarle un agujero a la camisa para poder librarse de esa pequeña y gran carga a la vez. Eventualmente cree que lo más sensato es ir a la policía y hacerles conocer la situación, hecho del que se arrepiente estando ahí pues, quién, y sobre todo unos policías ineficientes, podría creer que uno se despierta un día con un niño desconocido y mudo pegado a la camisa, solo en un cuento de Kafka.

Cosas, el título de la cuarta narración tiene un aire similar al cuento anterior, una mujer y sus hijos descubren que su casa está infestada de cucarachas y así ella empieza a pensar no solo en la dificultad de pasarse la vida limpiando y ordenando sino también en la cantidad de pertenencias que una persona, sobre todo con niños, puede acumular en su vida. Aquí, tenemos, por ejemplo, lo que se mencionaba a un principio acerca de una adultez no resuelta pues el principal problema de la mujer no parecen ser las esquivas criaturas que aparecen de un lado y de otro, sino su madre, que intenta hacerle y rehacerle la vida, juzgando todas sus decisiones y apareciendo, como las cucarachas, en los momentos menos deseados.

Los dos cuentos que siguen, Bicicleta y Cuarto, tienen temáticas y personajes similares. En ambos casos tenemos como protagonistas a dos mujeres evidentemente insatisfechas en sus relaciones de pareja, mujeres que, a su manera, tienen que lidiar con hombres vulgares, agresivos o simple y llanamente decepcionantes. Por sucesos en principio desafortunados, las dos protagonistas lograrán salir del tedio de sus vidas cotidianas encontrando pastos más verdes (aunque no literalmente).

Mundo, que es el séptimo cuento, sale ligeramente de la temática de los cuentos previos, pues si bien relata el fin de una relación amorosa lo hace también retratando la ciudad de Santa Cruz, hasta ahora relativamente ausente en su aspecto urbano, relatando un acontecimiento marcado por la intolerancia, la violencia y el racismo. Se trata de un grupo de personas que atacan y golpean a una chola en plena calle y a la vista de todos, sin que alguien haga algo para impedirlo excepto una anciana que grita y a la que nadie presta atención.

Los dos últimos cuentos, El dios y Bosque, son los cuentos que menos trama tienen en el sentido de que parecen ser más descripciones sobre la relación que tiene dos personajes mujeres con la naturaleza, una relación misteriosa, a momentos triste y a momentos reconfortante.

Pero el hecho de haber descrito aquí cada uno de los cuentos no es para que nuestros lectores puedan fingir haber leído el libro sino para incitarlos a leerlo por ustedes mismos, es un libro fácil de leer que nos plantea varias preguntas que muchas veces no nos hacemos cuando nos volvemos adultos.

Fuente: Tendencias


El occiso de María Virginia Estenssoro: protesta, celebración y memoria

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El occiso de María Virginia Estenssoro: protesta, celebración y memoria
Por: Virginia Ayllón

Hace una semana el movimiento #Metoo publicó en las redes sociales un manifiesto de denuncia contra la sub valoración de la obra de escritoras en eventos como la Bienal de Novela Mario Vargas Llosa, que se está verificando en este momento en México.

La protesta es una constante en nuestras vidas y lo seguirá siendo, en las artes y en todos los aspectos de la sociedad. La tenemos asimilada y con ella vamos y con ella también creamos. Pero no somos víctimas de un sistema que si algo lo define es la discriminación. La historia nos muestra más bien paradas, y bien paradas, en el frente de la resistencia y quienes resisten también celebran.

Por ejemplo, hoy es un día de celebración. Tener a María Virginia Estenssoro entre nosotros bien lo vale. No sola, sin embargo, ya que, junto a la reedición de El Occiso, hoy aclamamos a dos escritoras premiadas recientemente; a la uruguaya Ida Vitale, ganadora del Premio Cervantes de Literatura 2019, y a la norteamericana Siri Hustvedt, premio Princesa de Asturias de las Letras 2019. No creo que valga la pena detenerse en la coincidencia de que ambos premios provengan de España. Por ahora basta decir que son dos de los principales premios literarios en Iberoamérica.

Mejor es recordar que Ida Vitale proviene de un Uruguay que ha sido calificado, con justicia, como el país de las poetas. Esta calificación no refiere a la cantidad de mujeres dedicadas al verso, sino a su alta calidad literaria. Pensemos en el potente verso de las tres modernistas María Eugenia Vaz Ferreira, Juana de Ibarborou y Delmira Agustini; o el exquisito existencialismo de la poesía de Sara de Ibáñez, Idea Vilariño y de la propia Ida Vitale; o finalmente en el embriagador erotismo del que la obra de Marossa di Giorgio es heredera y una de las más destacables. Celebremos pues a María Virginia junto a las hermanas uruguayas.

Y la celebremos también con Siri Hustvedt, la norteamericana de ascendencia noruega, que posiblemente hasta hoy fue conocida como la esposa del novelista también norteamericano Paul Auster. Narradora poeta y ensayista, Hustvedt encara en su obra los prejuicios de género en el arte y la ciencia. Su acucioso y hermoso trabajo que examina sea la obra de Goya o el pensamiento de Freud, parece buscar lo que buscaba el Quijote. Me explico. En su discurso de recepción del Premio Cervantes, Ida Vitale dijo que las obsesiones y el ambular del andante de La Mancha tenían como trasfondo la convicción de la existencia de un “mago enemigo que transforma a la sin par Dulcinea en una aldeana fea y olorosa”. Con ese fino humor, Vitale lee el humanismo de El Quijote que no podría ser tal, no podría calificarse de humanista, si dejara de lado no a la amada, sino a ese “mago enemigo” que convierte a la amada en alguien sin valor.

Otear, registrar, acechar al “mago enemigo” que ningunea a las dulcineas, es una de las cifras de la obra de Hustvedt y puede ser también de María Virginia Estenssoro.

No hablaré de El Occiso y no es que esté contagiada por el nuevo miedo global al spoiling, con el que, por supuesto no estoy de acuerdo, porque, como bien dice la cineasta argentina Lucrecia Martel, si una obra de arte, digamos una película, se explica solo por el final, ¡para qué vamos a perder hora y media de nuestro tiempo viendo escenas insustanciales!

Bien, no es por el spoiling, sino más bien para dirigirme o para venir hacia acá, hacia Santa Cruz, para hablar de María Virginia Estenssoro.

El año 2015, William Rojas, director de la Biblioteca Municipal de Santa Cruz, generoso lector y buen amigo, me hizo conocer el preludio que escribió la Estenssoro al libro Tiempos viejos (parece cuento) del cruceño Lorgio Serrate Vaca Díez (1963), ganador el 1er Premio del Concurso Literario Municipal de Cuentos de 1962.

En este elogioso texto y a propósito de los cuentos de Serrate, Estenssoro reflexiona sobre el acto de la escritura y, de paso, se pueden encontrar varias claves de su propia escritura. Por ejemplo, el concepto de que en el caso de la literatura no se trata de crear sino de observar o más bien observar para crear:

Objetos y sujetos no han sido creados sino observados por Serrate; como dijera antes, los ha analizado con una lupa y los ha clavado con un alfiler, como muestras raras que perduran de otros tiempos.

Esta concepción del creador como observador o de la creadora como observadora, forma parte de las reflexiones de las escritoras. Virginia Woolf decía que la escritora debe observar y poner en palabra el mundo femenino que quedó ausente de lo que en su época se denominaba literatura universal. En la novela Memorias de Villa Rosa de María Virginia Estenssoro, la narradora es una niña que observa a los habitantes de la Villa, a través de las puertas entreabiertas, y es precisamente el candor y la ingenuidad de esa mirada la que luego detona la ironía.

Leyendo a Serrate, a continuación, Estenssoro se pregunta sobre qué observar:

…las cosas chicas, a su gente provinciana, con sus pequeñas malicias, sus pasioncillas, su pacatería aldeana y su amaneramiento pueblerino.

Estas cosas chicas, pequeñas e insignificantes son las que suelen considerarse socialmente como “cosas de mujeres” y a veces se las asimila al chisme. Nada más repitamos lo que dijo el novelista inglés William Tackeray sobre la obra de la grandiosa Jane Austen: Jane Austen hizo del chisme un arte. Y es precisamente en estas “cosas chicas” en las que las escritoras han asentado sus propuestas escriturales, tan valoradas hoy en la literatura universal y también en nuestra literatura.

Pasa luego Virginia Estenssoro a considerar el cómo poner en palabras esas “cosas chicas”, respondiéndose: “con un derroche de humor y de jovialidad [que aseguran] donaire en el movimiento”. Estenssoro es una maestra de la ironía y es sintomático que aún se escuchan criterios sobre la falta de humor e ironía en la literatura boliviana. Esto no corresponde a la verdad ya que la obra de las escritoras sí ha desarrollado una fina ironía, desde Adela Zamudio, Hilda Mundy y, por supuesto María Virginia Estenssoro.

Por otra parte, el donaire en el movimiento que reclama Estenssoro, sin duda se relaciona con la fuerte presencia de la música en su vida y también en su creación. La comparecencia de la música en El Occiso y en Memorias de Villa Rosa, es un tema, pero también marca el ritmo del lenguaje.

Y ya que terminé hablando de El Occiso, me referiré brevemente no al libro sino al poema, porque creo que se trata de un poema narrativo, siguiendo la tradición de esta forma poética también visitada en Bolivia. El poeta y crítico literario Eduardo Mitre dijo que este es el más enigmático texto de la literatura boliviana, concepción que comparto. Más aún, es un texto base, una piedra fundamental de la poesía existencialista en Bolivia, la que será desarrollada después por el cochabambino Camargo o el paceño Saenz.

Una piedra fundamental he dicho y esa es una buena razón para leer este poema y el libro que toma su título, ahora reeditado por la editorial Dum Dum. Esta reedición es un signo de la recuperación, que junto a la protesta y la celebración nos congrega a las escritoras. Las ninguneadas dulcineas sabemos del valor de recuperar la memoria. Así pues, celebro y siento en la piel esta ofrenda de la editorial Dum Dum, porque como bien dice Siri Hustvedt “lo que no se siente, no se recuerda, porque sin emoción no hay memoria».

Fuente: Puño y Letra

Nueva edición de «Los vivos y los muertos» de Edmundo Paz Soldán

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Nueva edición de «Los vivos y los muertos» de Edmundo Paz Soldán
Por: Marcelo Paz Soldan

Editorial Nuevo Milenio presenta una nueva edición de la novela Los vivos y los muertos de Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, 1967). La primera edición se publicó en 2009 con Alfaguara, y tuvo una gran acogida entre la crítica y los lectores. Esta edición de Los vivos y los muertos se presentará el viernes 7 de junio de 2019 en el Salón Gabriel René Moreno en el marco de la 20va Feria Internacional del Libro de Santa Cruz de la Sierra a horas 21:00. Giovanna Rivero hablará de la novela y conversará con el autor.

Edmundo Paz Soldán basa Los vivos y los muertos en hechos reales que sucedieron en Dryden, un pueblo en el estado de Nueva York, donde a fines de los noventa asesinaron a dos cheerleaders del equipo de fútbol de la secundaria. A pesar de descubrirse al asesino, quedaron una serie de interrogantes que permanecen hasta el día de hoy. Paz Soldán toma este hecho como punto de partida, desplaza los hechos de modo que en la ficción ocurren en el 2006, y reconstruye, como un hábil armador de rompezabezas, lo ocurrido a lo largo de ese año trágico a partir de múltiples perspectivas.

Es así que los personajes comienzan a narrar los acontecimientos con sus propias voces, dándole un efecto de novela coral; cada uno relata el pedazo de participación que tuvo en la obra, ayudando a la gran construcción del mural. No se trata de una novela policial en la que lo importante es descubrir quien y porqué cometió el asesinato, sino de indagar en la mente de los involucrados y ver qué pudieron haber pensado y sentido sobre lo que ocurría. Como cuando piensa Amanda: “Casi todas tenemos el rímel corrido, la expresión de que todavía no se ha podido comprender lo ocurrido, quizá esto sea para siempre incomprensible.”

Las voces de Tim, Amanda, Señor Webb, Junior, Jem, Hannah, Yandira, señora Webb, Daniel, Enterrador, Rhonda, se comienzan a oír y toman vida en el relato; a partir de cada uno de ellos se conoce lo que pudo haber sucedido. Lo imaginario se convierte en real; nuestro juicio dependerá de lo que sintamos al leer las explicaciones de cada uno de los personajes. La narrativa de Paz Soldán en Los vivos y los muertos nos recuerda algo fundamental y es que la ficción no toma bandos. El lector, por tanto, no debe entrar con prejuicios a la lectura de esta magistral novela; quién sabe, tal vez termine entendiendo por qué el criminal hizo lo que no tenía que hacer.

Fuente: Editorial Nuevo Milenio

Albarracín: “Hay mucha ingratitud hacia la historia”

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Albarracín: “Hay mucha ingratitud hacia la historia”

“La purificación de los desahuciados”, es el título del volumen de cuentos que Camilo Albarracín presentó en la Feria Internacional del Libro de Santa Cruz. Se trata de, como escribe Robert Brockmann en el prólogo, un conjunto “muy dispar en temáticas, pero de una calidad literaria e imaginativa uniforme. Si hubiera que caracterizarlo con una etiqueta, o con una imagen, diría que es un conjunto dadaísta, en el que cada parte contiene su propia galaxia desbordante de realidad/sueños/tiempos/ universos paralelos”.

Es el segundo libro de cuentos que publica Albarracín, también ganador de unas de las versiones del Concurso Nacional de Cuentos Adela Zamudio.

En lo que sigue, el escritor nos introduce brevemente en las temáticas de sus relatos y su quehacer literario a manera de invitación a leer la obra, publicada por Editorial Nuevo Milenio, que pronto estará en las librerías locales.

¿Cuáles son las variantes o los nuevos temas que abordas en ese segundo libro de cuentos que publicas?

Mi narrativa está enfocada en las tonalidades grises de la vida. Los cuentos que voy escribiendo, ya en el anterior libro, como en el actual, tienen mucho de ese mundo nublado. Intento que sean muy densos y poblados de fantasía en toda su extensión.

A grandes rasgos se puede decir que lo similar es el enfoque muy íntimo en las circunstancias que rodean a determinados personajes. Pero la variable principal es el elemento intenso de lo desconocido. Me gusta narrar a personajes rodeados de incertidumbre y acongojados por el peso de la vida.

Considero que este libro está hecho para visitar la realidad desde la fantasía oscura. Ya que en gran medida, está inspirado en la admiración que tengo por Eco, Cioran, Chambers y Lovecraft.

En tus relatos juegas simultáneamente con el pasado, el futuro y mucha dosis de fantasía. Por ejemplo, tienes cuentos ambientados en la Chuquisaca colonial, ¿a qué se debe esa elección?

Este libro de cuentos comienza con “El ídolo de barro negro”, ambientado más en una época colonial que en Charcas o Chuquisaca, y varios más toman el pasado como algo vivo. Me gusta mirar al pasado para darle nuevo valor, para refrescarlo, porque creo que hay mucha ingratitud hacia la historia y hacia las personas que habitaron estas tierras desde hace siglos. Cuya herencia de cultura vivimos, pero sin poder explicar muy bien nuestra propia realidad. En cierto sentido negamos revisar el pasado y confiamos solamente en el discurso oficial.

Si bien escribo desde Bolivia y lo que me rodea, y leer historia para mí es súper importante. Creo que leo más de historia que de literatura en general.

Entonces, varios personajes están en el pasado, pero en lugares intangibles e innominados.

¿Cómo evalúas el proceso de creación literaria de tus contemporáneos?, ¿cómo crees que afecta el tema tecnológico (uso de celular, redes sociales) al momento de elegir los temas para sus escrituras?

La tecnología es una herramienta muy útil, pero como todo artefacto, depende de su contraparte humana para funcionar adecuadamente. La modernidad radicalizada ha hecho que la información esté en nuestras manos. Hace poco vi un documental genial, que se llama “Everything is a Remix”, que habla de la fórmula para la creatividad al estilo de la teoría de la química, que no hay nada nuevo sobre la tierra. Todo es copiar, combinar y transformar. Así que la saturación de información está proveyendo de materia prima para que surjan cosas maravillosas, como también engendros malhadados. Pero todo es relativo.

Has incursionado con fuerza en el género cuento, ¿está en tus planes experimentar otros como la novela por ejemplo?

Como escritor siento que tengo mucho camino por explorar en el cuento. Las historias que viven a través de mi narrativa son parte de este género y todavía no planean ser de ningún otro. Soy un gran admirador de Borges y me gustaría alcanzar en alguna centuria su calidad cuentística.

Has ganado un premio literario hace algunos años. ¿En qué medida crees que estos concursos son útiles para motivar a los nuevos escritores a dedicarse con más fuerza a la literatura?

Los concursos literarios son un buen aliciente para medirse en el mercado de escritores. Son una oportunidad para abrirse puertas, también para reflexionar, mejorar y seguir practicando. Pero hay grandes escritores que nunca ganaron nada en su vida, así como otros que lo ganaron todo, eso no los hace ni más ni menos. Hay muchos que han vivido en gloria y otros que han sido laureados en muerte. La literatura tiene vida propia, y las historias que quedan saben encontrar a sus públicos a pesar de todo. Por eso, creo que escribir es para el que quiere escribir a pesar de todo.

Fuente: Lecturas

La imaginación radical

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La imaginación radical
Por: Liliana Colanzi

(Prólogo a «La desobediencia, antología de ensayo feminista» Edición de Liliana Colanzi. Dum Dum editora, 2019)

Toda revolución nace con un acto de desobediencia. Una mujer negra que se niega a sentarse en la parte de atrás del autobús y cuyo gesto desafiante prende la chispa de la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos. Cuatro mujeres aimaras, acompañadas de sus hijos, empiezan una huelga de hambre que se extiende por toda Bolivia y que acaba con la dictadura de Banzer. Una escritora cochabambina del siglo XIX se pelea públicamente con un representante de la Iglesia católica; en una época en que esto parece impensable, exige que las mujeres puedan votar, educarse y conseguir el divorcio.

La historia de las mujeres está hecha de gestos de disidencia, públicos y anónimos. Desde la mujer que vence el miedo y la vergüenza para señalar públicamente a su agresor hasta la que decide rehuir el mandato social del matrimonio y tener tiempo para leer, pensar, crear. Las que se organizan en defensa de un río, de un bosque, de una reserva natural. Las que leen la historia a contrapelo, buscando las huellas de esas otras mujeres silenciadas y olvidadas.

Desobedecer es negarse a ser cómplice de un sistema, pero también imaginar que la realidad podría ser de otra manera, que la historia podría haber tomado otro rumbo. “Imaginar ha sido siempre la primera transgresión del feminismo. Y la historia del feminismo es una historia de transgresión”, dice la escritora chilena Alia Trabucco. Por eso el feminismo es un ejercicio de la desobediencia, pero también de la imaginación desbocada: las feministas que nos precedieron tuvieron que plantearse aquello que hasta entonces resultaba inconcebible, un mundo en el que las mujeres iban a la universidad, se divorciaban, se integraban a la fuerza laboral en los mismos oficios que un varón. Tuvieron que verse ocupando espacios que les estaban vetados, haciendo cosas que resultaban inauditas y risibles para una mujer.

Los feminismos de hoy se proponen reinventar el mundo a partir del cuestionamiento y la imaginación radicales: se meten con lo privado y con lo público; de su escrutinio y de su reescritura no escapan el poder ni la subjetividad ni el lenguaje. Y a partir de la insubordinación y del deseo de otro mundo están cambiando, de forma intensa y a menudo conflictiva, el sentido común de nuestro tiempo.

Estamos en un momento vital, de ruptura y salto al vacío, en el que el feminismo es una fuerza que interpela y transforma. En Bolivia, la marea feminista ha surgido del hartazgo, el dolor, la ira y la náusea ante la acumulación de casos de violencia física y sexual extrema que quedan en la impunidad. El espectáculo horroroso de los cuerpos de mujeres torturadas, mutiladas y violadas, y la impotencia ante un sistema que encubre a los perpetradores y retrasa —o directamente niega— la justicia a las víctimas, han empujado a cientos de mujeres a tomar las calles, a organizarse para defenderse y a establecer alianzas con otros grupos (como los de las mujeres trans). Se han convocado en juzgados, plazas y universidades, en las puertas de las iglesias, las alcaldías, la Casa Grande y el Palacio de Justicia para dejar en claro que no nos callamos más, porque —como dice Cristina Rivera Garza— todos hemos perdido mucho con el silencio de las mujeres.

Y como cada vez que la voz de las mujeres se ha articulado colectivamente, no ha tardado en llegar la arremetida de discursos conservadores que buscan minimizar sus demandas, que quieren empujarlas de regreso al espacio doméstico y negarles la autonomía sobre sus cuerpos, que intentan destruir lo ganado por décadas de lucha de grupos feministas y colectivos LGBTI. Por eso, al llamar a esta antología, era evidente entre nosotras la sensación de urgencia y de euforia, pero también de duda. “Se necesita mucha inteligencia en este momento en que hay tanto dicho, tanto en discusión”, me escribió una de las autoras a las que contacté. “Este es el texto que más me ha costado escribir”, me dijo otra. Y es que aquí se juntan nuestras vulnerabilidades, nuestros miedos, nuestra fuerza, nuestra rabia, nuestro voraz anhelo de cambio y nuestra lectura de un presente al que no podemos ver con claridad por estar inmersas en él; más que dar respuestas, estamos tratando de plantearnos preguntas que amplíen el campo de lo que se puede pensar, decir y sentir. Siempre ha sido difícil para las mujeres articular una voz colectiva y lo hacemos aquí reconociendo las numerosas experiencias y los puntos de vista compartidos, pero sin borrar las diferencias entre nosotras, los distintos lugares de enunciación, las perspectivas opuestas y la historia de cada una.

Los textos de este libro (en el que escriben Fabiola Morales, Magela Baudoin, Fabiola Gutiérrez, Paola Senseve, Valeria Canelas, Lucía Carvalho, Christian Daniel Egüez, Alison Spedding, Virginia Ayllón y María Galindo) cuestionan no solo la situación de la mujer, sino las bases mismas de un sistema capitalista, patriarcal, racista, extractivista y colonial que conducen a la depredación, el sometimiento y la muerte. Hay ensayos que hablan de la necesidad de pensar ya no en derechos, sino en vanguardias y utopías, en la revolución permanente. Otros critican a un Estado boliviano que controla los cuerpos de las mujeres, negándoles la soberanía para decidir si desean o no ser madres, y que incluso hoy en día exige la firma del esposo para procedimientos como la ligadura de trompas. Hay autoras que se rebelan contra la imposición de la maternidad como destino inescapable y que escriben desde las posibilidades felices que ofrece el desvío de ese mandato.

Hay voces críticas con respecto a un feminismo blanco y eurocéntrico que no problematiza su propio confort, posibilitado por el trabajo de mujeres migrantes, muchas de ellas con arreglos precarios a partir de su condición de ilegales. Algunas escritoras hablan de lo que significa ser mujer y sentirse en peligro solo por el hecho de caminar en la calle. Muchas exploran la relación problemática con nuestros propios cuerpos.

También encontrarán en esta antología reflexiones sobre las disidencias sexuales, esas que socavan las gramáticas de lo que es ser hombre o mujer y que albergan a “las raras, los marginados, las periféricas y las inadaptadas”. Hay críticas a una masculinidad que produce hombres violentos, homofóbicos, racistas, femicidas y travesticidas. Hay miradas a la representación de la mujer en el arte y en la poesía. Hay experiencias de mujeres ejerciendo el liderazgo sindical en el área rural, de las dificultades que encuentran al momento de afirmar su autoridad frente a sus pares masculinos, a quienes les cuesta aceptar que una mujer tome decisiones por toda la comunidad. Y está la pregunta sobre la voz pública de las mujeres, por su ausencia, por la doble jornada invisible que impide o desacelera el ingreso pleno a la esfera pública.

Si algo ha caracterizado a las luchas feministas ha sido su capacidad para asumir las dimensiones enormes del desafío de replantearse todo. Estos textos se atreven a proponer nuevos y provocadores caminos, nuevas e inquietantes preguntas, y a soñar con alternativas osadas por donde se vaya filtrando la imagen de otra realidad posible.

Fuente: «La desobediencia, antología de ensayo feminista» Edición de Liliana Colanzi. Dum Dum editora, 2019

Una réplica a Una visita a Jaime Saenz, de H. C. F. Mansilla

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Una réplica a Una visita a Jaime Saenz, de H. C. F. Mansilla
Por: Alfonso Barrero Villanueva

El artículo de prensa publicado el pasado domingo 12 de mayo 2019 nos deja ese sabor amargo que destila todo veneno, que, en el caso del autor, es como su sangre que lo alimenta circulando por todo su ser, presentándose como alguien despreciable al expresarse vilmente, denigrando no sólo al autor con sandeces y mentiras, sino también ¡a todo lo que represente a Saenz…! Y al ámbito más íntimo y más amado por Jaime…

Quiere destruirlo con ese mal olor al que se refiere… y eso es precisamente lo que él transmite en su artículo tujsa (hediondo en aymara). Mancillando todo lo que toca: a la tía Esther, ella ya viejita, pero incansable “para él Jaimito”. Su gran amor por Jaime nos enternece, bella mujer tenía su casa, y a Jaime, siempre limpia, bella, y digna, por lo mismo, ¡rebosante de amor! A pesar de tantas dificultades económicas y sin ella, es más que probable ¡la no existencia de la obra de Jaime Saenz!

Bolivia toda le debe eterno agradecimiento a la tía, nuestra tía Esther. La recordamos con idéntico amor y cariño con el que recordamos a Jaime Saenz, amigo entrañable y maestro sin par, en momentos difíciles, fue, en el más alto sentido de amor y cariño, protector como solo un padre puede serlo para su hijo… No me dio alcohol ni drogas, pero si me dio luz, conocimientos a mi espíritu y a mi alma y con los años puedo decir también sabiduría… ¡a tener paciencia!

“El conocimiento poético es interno, de ahí que la poesía de los poetas tiene la fuerza mágica interna que ofrece un camino a la vida y permite influir sobre ella: Si no hay riesgo, Si no hay peligro, Si no hay dolor y locura, No hay nada”.

Jaime Saenz

Ante tanta falacia y con un ego que lo enceguece…, nada lo conmueve, ni siquiera el daño que causa salpicando a diestra y siniestra todo ese celo por Saenz sin el menor asco. Sólo debo dejar bien en claro que: ¡Jamás existió tal bandera! y otras sandeces que afirma ¿haber visto? Obviamente con el tiempo transcurrido su mente le hizo hacer dibujo libre a su gusto… Le bastaron sólo ¡¡¡dos horas!!!, ¿para saber vida y milagros de un gran señor del Espíritu…?

Jaime Saenz sabía que no faltaría quien quiera destruir su obra y para ellos, para sus detractores, escribió Jurjizada, seudónimo de Jaime en los Talleres Krupp, que entre otras cosas no existía tal taller, Jaime denominó así a su sala de trabajo y de estar, donde recibía a sus amigos.

Por todo aquello, afirmo con fuerza y con la verdad en la mano que él dejo de beber completamente desde antes que yo llegue a su casa a fines de 1974, luego de la muerte de Guillermo Bedregal García-Valencia…, quien murió a mi lado.

Sí lo hizo cuando la obra La Noche salía de la imprenta (diciembre, 1984), tenía todo el derecho del mundo de hacerlo con toda su obra concluida. Eso les consta a sus amigos más cercanos como el doctor en Filosofía y declarado sabio en Alemania, don Arturo Orias y Albacea de toda la obra Jaime Saenz, bella persona, de un carisma y conocimientos extraordinarios, además de ser pianista y poseedor de un humor excepcional, trabajamos juntos en la corrección y preparación de varias de las obras de Jaime Saenz.

Con este sucedido y otros que puedan presentarse a futuro es prioritario difundir este trabajo especialmente a la juventud, para que conozcan el otro lado de la moneda acerca de lo que se dice y no se dice de Jaime Saenz… y que no se repitan juicios ligeros u ocurrencias fantasiosas que no van de la mano con la verdadera realidad que le tocó vivir a Jaime los últimos 12 años de su vida, de la que yo soy parte en muchas situaciones que se fueron dando desde ese entonces al presente como el testimonio más puro y fuerte que nos lleva a exponernos públicamente como lo venimos haciendo por décadas.

Por ello pido a todo lector donde sea que se encuentre lea en la web este link (https://jaimesaenzvidayobra.blogspot.com), en el cual también se exponen Inéditos entornos de Jaime Saenz, de Juan Carlos Vásquez (México).

Estudió doctrinas teosóficas, leyó a místicos como Milarepa (1052-1135 uno de los más famosos yoguis y poetas del Tíbet). Pero fue George Ivanovich Gurdieff, conocido con el seudónimo de Jurjizada, quien marcó en definitiva sus creencias metafísicas, al punto de asumir el seudónimo de Jurjizada en los talleres Krupp hasta el día de su muerte.

Los poemas: Autorretrato y Las Tinieblas reflejan estas percepciones.

Fue el año 1975 cuando construimos a iniciativa de Jaime Saenz dos petaquitas de cuero, desde ir a comprar el cuero a la calle Sagárnaga y salir con Jaime (era todo un acontecimiento) hasta visitar a las chifleras de la calle Linares y leer la suerte en plomo; recorrimos la ciudad.

Jaime pirograbó en ellas nuestras iniciales a los extremos y una fecha: 1 junio 1975, y, al centro, el “eneagrama” que fue develado al mundo por Gurdieff al inicio del siglo XX. Con el propósito de guardar en ellas lo que considerábamos más valioso: imágenes, y recuerdos, una fue para Jaime Saenz y la otra para Alfonso Barrero Villanueva.

Previamente, para ser bien comprendido, debo expresarles algo de nuestros sentimientos acerca de libros que al leerlos nos aclaran algo que está en nosotros mismos, eso sentimos al leer a Gurdieff. Es una enseñanza muy hermosa, no es religión, cada uno podrá practicarla sin que esto se oponga a cualquier creencia religiosa, al contrario, le darán vuelo y una comprensión mayor de las cosas.

No le hablan de infierno ni de cielos, únicamente le dicen que despierte y se encuentre a sí mismo, le dicen que si bien nació de sus padres su esencia proviene de las estrellas, del cosmos donde palpita Dios.

Esto lo digo desmitificando algunos textos que hablan de un Saenz oscuro, misas negras… y demás ocurrencias… Presintiendo aquello y que podría sucederle a él…, escribió el relato Jurjizada.

Hoy es un día de desagravio al poeta, su familia y a todos aquellos que lo respetan y admiran. Lo recordamos con las palabras de la Hechizada, seudónimo que Jaime le puso a mi madre Nelly Villanueva de Barrero en lo que el denominaba Talleres Krupp, pronunciadas el día que presentábamos la obra de Saenz Vidas y Muertes en la Facultad de Humanidades el 28 de noviembre de 1986 y recogidas dos años después en el artículo de prensa de Julio Ríos calderón en la entrevista realizada a Nelly el año 1988.

“A dos años de su partida, Jaime Saenz está en nuestro espíritu con igual o más fuerza que cuando lo teníamos físicamente en este mundo. El día que se alejó sentimos que su ausencia no podría ser definitiva, porque a partir de entonces apreciamos mejor que nunca los frutos del árbol que ha plantado, percibimos en su ausencia el calor espiritual que nos inculcó y ahora nos sumergimos en el recuerdo; esa inmensa alforja llena de emociones y que desde el fondo nos reserva el siempre fresco milagro del retroceso espiritual sobre el tiempo y las distancias”.

Nelly Villanueva de Barrero.

Vidas y muertes (noviembre 1986), y La piedra imán (diciembre 1989) las publicamos como Editorial Huayna Potosí, cuando Jaime era prácticamente desconocido por propios y extraños. Esta editorial fue creada por Nelly Villanueva y sus hijos Corina y Alfonso Barrero Villanueva.

Una década después, con la exposición A propósito del Espíritu, en la Galería de Arte Salar, dábamos inicio a una serie de exposiciones logrando concretar paso a paso partes fundamentales de la obra de Jaime Saenz y Guillermo Bedregal García Valencia, poetas y literatos entre los más importantes de la segunda mitad del siglo XX.

Ellos son una de las cuatro columnas vertebrales junto a Emilio Villanueva Peñaranda, el arquitecto y urbanista más importante del siglo XX en Bolivia; Alejandro Barrero Delgado, ingeniero químico creador de la Química Básica Boliviana (1918-2014); Daniel Núñez del Prado, connotado médico, político y héroe (1840-1891), autor de documentos de extraordinario valor histórico.

Todos ellos integrados en un proyecto cultural de integración y de desarrollo económico Volcanes y Mineros, Héroes y Poetas, nacido a partir de un sueño, de una ilusión… y fueron los poetas quienes lo provocaron…

Este momento y sus circunstancias lo hacen el más indicado y propicio para difundir un trabajo realizado por más de tres décadas sin dudar un solo instante, cual si de un mandato se tratara…, ¡el que yo mismo me impuse hacer!

Como el testimonio más poderoso de fe, de optimismo y esperanza, que me hizo sobrevivir ante la adversidad gracias a mi encuentro con los poetas Bedregal y Saenz, cuando ascendía a la cumbre del volcán Licancabur y colaba la carátula de La Piedra Imán, en diciembre 1989, el mismo día que salía de la imprenta en la ciudad de La Paz, y mi vida volvió a girar otros 180 grados… Con la fuerza propia de la naturaleza… ¡Como si de volcán a punto de estallar se tratara! Cabalmente de eso se trata la obra/proyecto Volcanes y mineros, héroes y poetas.

Todo empezó públicamente con la exposición en la galería de Arte Salar, el 9 octubre 1998, que fue el fruto de aquel encuentro nueve años después.

Desde entonces vengo exponiéndome públicamente en lo que creo, firmemente a través de múltiples exposiciones, incluso fuera de Bolivia.

“El peligro se llama Poeta, precisamente es por eso que el mundo necesita de ellos, de los Poetas”.

Jaime Saenz

En ese intento de remontar el curso del destino… he venido trazando y tejiendo en mi corazón mi propio mapa interno como norte a seguir: Volcanes y Mineros, Héroes y Poetas – Cultura en el Espacio – Valorizando la Historia.

Es decir, la vida misma, con sus subidas y bajadas. A momentos tocando la cresta de la ola que dura menos de lo que dura una chispa, y con la misma velocidad llevándonos con no poco vértigo al otro lado de la moneda, la que dura muchísimo más, entrando de lleno al plano de lo realmente desconocido, aprovechando casi instintivamente las fricciones que salen a nuestro encuentro… ¡Forjando nuestras vidas!

Es ese sentir como si uno tuviera una idea tan fuerte que parecería que se convierte hasta en algo parecido a un mandato que cumplir. Un peso cada vez más pesado que nunca se acaba y todo se convierte en un punto referente de fe, renovando la nuestra al darla a su vez a los demás, esa es la cuestión: el vivir con una filosofía de esperanza y de optimismo, sólo así seremos más efectivos y eficientes para nuestra sociedad.

“No importa la derrota, si de ella se extrae el conocimiento del Espíritu que nunca muere”.

Nelly Villanueva

Estos propósitos básicos nacen y se sustentan en historias de personajes bolivianos muy destacados y otros como los que más dentro de la cultura y las ciencias bolivianas del siglo XIX-XX, aportando al conocimiento universal, incluso siendo desconocidos en Bolivia, los cuales están ligados entre sí por acontecimientos y éstos, a su vez, con dramas históricos con especial atención en la pasada Guerra del Pacífico, con el único fin de ayudar a cerrar todas las heridas infringidas a lo largo de nuestra historia.

Finalmente promovemos lograr la construcción del monumento a la verdadera Paz del Pacífico en Cobija.

Hoy lo único que deseo es lograr su divulgación y conocimiento en Bolivia, y fuera de ella, recibiendo apoyo, así sólo sean palabras de aliento para realizar la ansiada exposición cerrando un ciclo y a su vez abriendo otro…

Fuente: Letra Siete

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